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Miedo al otoño

Carta de la directora ·

Manuela Martín

Badajoz

Domingo, 28 de junio 2020, 10:17

Conocemos tan poco del coronavirus, que medio año después de que se declarase la alerta en China seguimos sin saber a qué carta quedarnos sobre su posible evolución: leemos opiniones de científicos que aseguran que el virus se ha debilitado y que los rebrotes serán menos graves y controlables. Pero el mismo día el director adjunto de la OMS advierte que la pandemia volverá con más fuerza en otoño, y que se comportará como lo hizo la gripe de 1918, que causó en su segunda ola 50 millones de muertos. Y tanto una como otra opinión son sostenidas por expertos acreditados, no por charlatanes de feria. ¿Quién está en lo cierto? Probablemente tardaremos otro medio año en saberlo. Quienes no somos expertos encontramos motivos tanto para apuntarnos al bando de los optimistas como de los pesimistas; según los días.

Vemos que los hospitales se han vaciado. Quedan pocos enfermos de covid-19 ingresados en España; la enfermedad parece estar en recesión. Pero a la vez se multiplican los brotes. Málaga, Almería, Lérida, Bilbao, Lepe, Navalmoral... Cada día se añade un nombre a la lista de lugares donde un contagio da lugar a decenas. El mensaje que se repite es que tenemos que aprender a convivir con el virus. No podemos seguir encerrados porque la ruina económica que ello conllevaría sería insoportable. La alternativa al confinamiento es el control: multiplicación de los test, distancia social, mascarilla y responsabilidad. El objetivo es claro: que los rebrotes no se nos vayan de las manos y nos pase como en marzo, cuando solo advertimos la gravedad de la pandemia cuando los hospitales empezaron a llenarse de pacientes con neumonías graves y en las residencias se multiplicaron las muertes de ancianos.

Tendrán que pasar varias semanas para comprobar si los sistemas de control arbitrados por las autoridades son eficaces para acabar con los repuntes de contagios que se producen al retomarse la actividad.

La multiplicación de viajes entre comunidades, la llegada de turistas, temidos y deseados a la vez, la entrada de inmigrantes y la relajación de la disciplina de distanciamiento adoptada hace unos meses auguran unas semanas complicadas. Estamos condenados a movernos entre la paranoia de quienes ven avecinarse el desastre, la ola incontrolable de contagios, y quienes confían en que algo habremos aprendido en los tres meses de confinamiento y sabremos hacerle frente.

Y no hace falta irse muy lejos para observar ambas cosas. En Extremadura tenemos dos centenares de alcaldes que rechazan abrir las piscinas este verano porque temen que no se puedan controlar las aglomeraciones y se disparen los contagios. ¿Exceso de miedo o muestra de sensatez? El argumento de que muchas localidades tienen poblaciones envejecidas, y por tanto en riesgo, se contrapone al de quienes defienden que los pueblos no pueden rechazar a sus veraneantes habituales, los emigrantes y sus hijos y nietos que acuden cada año a su tierra de origen.

El miedo no es una buena compañía, pero tampoco el exceso de confianza. En estos días hemos visto cómo dos países que presumían de haber gestionado la pandemia mejor que nadie, Alemania y Portugal, han tenido que endurecer los controles para evitar la propagación de los contagios.

Si algo nos han enseñado estos largos cien días de estado de alarma y su dramática cifra de muertos, -sean 28.000 o más de 40.000- es que hay que adelantarse a la expansión del virus. En enero no vimos la pandemia, o no quisimos verla, hasta que el coronavirus había entrado hasta la cocina y teníamos las UCIs llenas de pacientes. Hoy sabemos que cuando a los hospitales empiezan a llegar decenas de enfermos es porque el virus circula libremente.

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