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En la crónica negra de Extremadura hay móviles para el asesinato de lo más variados. Uno de los más célebres ocurrió en 1902, cuando un tabernero de La Zarza le cortó un testículo a un cliente porque se creía que podría servir para curarse el resfriado. También ha habido asesinatos por honor como el hombre que mató en duelo al rival que pretendía acostarse con su novia y su hermana. Otros más materialistas, como asesinar al rico del pueblo para heredar y algunos enrevesados y ligados a los bajos instintos, como el hijo que envenenó a sus padres seducido por la amante de su progenitor.
Por contra, hay crímenes cuyo móvil es de lo más absurdo. Uno de ellos ocurrió en Peñalsordo en 1988. Dos hombres estaban en esta localidad de visita porque se celebraban sus fiestas. Trabajaban en los coches chocantes y, al terminar su turno, salieron de copas por los bares del pueblo. Allí se encontraron con un vecino de Peñalsordo y comenzaron a charlar.
Al vecino de Peñalsordo, Julián, le gustaba el cante y demostró sus habilidades en uno de los establecimientos. Antonio, uno de los feriantes, también era aficionado al flamenco y le siguió cantando sus propias piezas. En un momento dado el forastero se burló de las habilidades musicales del vecino y el ambiente se torció. Ya en la calle comenzó una discusión.
El conflicto derivó en pelea y ambos cayeron al suelo. Antonio cogió una tapa de alcantarilla, una rejilla, y golpeó con fuerza a Julián, que murió en el acto. El responsable fue condenador a 12 años de prisión por homicidio.
Una década antes, en Badajoz, ocurrió otra pelea en un ambiente de fiesta que acabó de la peor forma posible. Fue el 3 de agosto de 1979 en una cantina cercana al río Gévora. Varios amigos pasaban la velada entre cervezas y copas cuando uno de ellos, M. S., le quitó las gafas de sol a otro, M.C., y se las puso. El segundo le exigió la devolución de este complemento, pero el primero se negó y comenzaron a discutir. El que se había quedado con las gafas, un hombre corpulento, le dio un cabezazo al otro y le hizo una llave agarrándolo por el cuello con un pañuelo.
El dueño del bar les pidió que saliesen a la calle. Una vez libre de la llave, el propietario de las gafas le pidió a su hermano, que también estaba allí, que fuese a por un palo y un cuchillo a una casa cercana. Volvió con un arma blanca de 16 centímetros y logró clavársela dos veces a M. S., a pesar de que este se defendía con una navaja. El ladrón de gafas, que le quitó este complemento a modo de broma, fue capaz de huir con el cuchillo clavado, pero murió posteriormente por las heridas.
Los hermanos implicados fueron condenados a 18 y 13 años de cárcel por estos hechos.
En muchos casos el móvil del crimen no existe, o nunca se averigua. A veces está relacionado con problemas mentales. Todo indica que este fue el caso de un crimen muy crudo que tuvo lugar en Miajadas en 1990. Sin embargo otra de las teorías relacionaba el suceso con una serie de televisión.
El 15 de febrero de ese año un capitán del Ejército, retirado del servicio por enfermedad mental, llamó por teléfono a la Guardia Civil y pidió auxilio. Dijo: «He matado a un hombre, el asesino de mi padre».
Agentes de la policía local y de la Guardia Civil fueron al lugar de los hechos y encontraron el cadáver de un hombre de 66 años, el padre del capitán. Al lado estaba su hijo, en pijama, y cubierto de sangre.
La investigación reveló que una hora antes de la llamada el capitán retirado se había despertado sobresaltado y había ido en pijama, y con un cuchillo de grandes dimensiones, hasta la casa de su padre, donde acabó con la vida de este aunque defendía que había matado a su asesino.
Lo curioso de este triste suceso es que los vecinos achacaron este crimen inexplicable al estreno de una serie de televisión cuyo primer capítulo se emitió esa noche. Era la primera entrega de Jack El Destripador, una miniserie inglesa que se emitió en Televisión Española. «Era muy fuerte y hubo muchas puñaladas», defendía un vecino de Miajadas, que pensó que había influido en el crimen que sucedió horas después.
Otros muchos crímenes con móviles extraños están relacionados con el consumo de bebidas alcohólicas, ya que los ánimos se encienden con más facilidad. En 1973, en Oliva de Mérida la bebida fue protagonista de un crimen de forma literal.
El suceso ocurrió en un bar propiedad de E. G. N. Un grupo de hombres, entre ellos M. P. Y., habían pasado varias horas en el local. Cuando llegó la hora de pagar, se disgustaron porque aseguraban que les estaban cobrando una botella de vino de más. El propietario del local se enfrentó a ellos y hubo un forcejeo. En la reyerta E. G. N. lanzó una botella que se estrelló contra la pared. En respuesta M. P. Y. Cogió la pata de una silla de metal y lo golpeó. El traumatismo fue tan grave que la víctima perdió masa encefálica y murió poco después. El responsable fue condenado a cuatro años por homicidio.
Finalmente hay casos en los que simplemente la causa es muy miserable. Dos jóvenes de Almendralejo fueron condenados en el 85 por matar a un hombre de 74 años para robarle. Solo lograron 500 pesetas (3 euros) y se las gastaron inmediatamente en una discoteca.
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