Barça-Atlético y Real Sociedad-Real Madrid, en semifinales de Copa

Entre todo el ruido y los excesos que han rodeado en los últimos días la operación de rescate del niño Julen en Totalán yo me quedo con una conclusión: España es un país decente. La tragedia del niño malagueño ha conmovido a la mayoría de los españoles, que se han puesto en la piel de la familia y se han solidarizado con ella. Y ha movilizado a la administración en su conjunto, que ha puesto los medios, unos medios técnicos y humanos ingentes, para sacar a Julen del pozo en que cayó. Quizá es en momentos como este cuando más se valora tener detrás un país que responde. Los españoles, que tendemos a flagelarnos con dureza, deberíamos sentirnos orgullosos de ello. No es solo el caso del rescate de un niño, que toca la fibra emocional de la mayoría, sino decenas de situaciones en que se requiere una respuesta rápida, sea una inundación, un accidente o un incendio. Hace tiempo que miro alrededor, a los países más desarrollados, y no veo que se responda mejor o con más profesionalidad a las catástrofes.

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Habrá a quien le resulte grandilocuente la afirmación del delegado del Gobierno en Andalucía tras el rescate del cuerpo de Julen de que «España es un gran país», pero sin caer en triunfalismos sí se puede decir que es un país serio en aquello que importa.

Hace unos días la actriz Carmen Maura, que ha vivido y trabajado muchos años en Francia, afirmaba en una entrevista en El Mundo que le fastidia cuando oye a los españoles hablar mal de España. A mí también. Si hay algo de los independentistas catalanes que me ha dolido de manera profunda ha sido su campaña incansable por arrastrar el prestigio de España en todo el mundo. Su afán por presentar el país del que se quieren separar como un estado casi dictatorial es desleal. Sobre todo porque ellos saben que no responde a la realidad y utilizan esa mentira por puro ventajismo político.

A la postre resulta que España, con toda su corrupción política y sus mangoneos, con sus altas tasas de paro, con sus peleas infantiles entre comunidades autónomas, tiene virtudes que superan las muchas carencias que acumulamos. No está mal ser conscientes y denunciar los muchos defectos de la imperfecta democracia española, pero tampoco viene mal estar orgullosos de las cosas que hacemos bien y sacar pecho de vez en cuando.

El rescate de Julen ha mostrado lo mejor. La solidaridad de la gente y la entrega y la eficacia de los equipos de rescate.

Y ha levantado las críticas por la cobertura de la noticia que han hecho algunos medios. No todos. No conviene meter a todos en el mismo saco y acusar a los periodistas y los periódicos que han dado una información medida y proporcional de los excesos o el sensacionalismo que pueden haber practicado algunos programas o algunas cadenas.

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Tampoco hay que escandalizarse. Todos los españoles tenemos la obligación de sacarnos el DNI, pero no de ver esos programas. Nadie está condenado por un juez a contemplar veinte horas de morbo televisivo. El espectador siempre tiene la opción de ejercer la censura de la manera más contundente: con el mando a distancia.

Conviene también no perder la perspectiva y saber que en cuestión de sensacionalismo en España no estamos ni mucho menos en primera fila. Basta echarle un vistazo a los periódicos tabloides británicos para darse cuenta de que los supuestamente educados ingleses nos llevan muchos cuerpos de ventaja en la tarea de ordeñar hasta la náusea los casos que huelen a sangre, sexo o muerte.

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Sería por ello miope quedarnos en la anécdota de que un presentador ha abusado del sentimentalismo barato o ha dado pábulo a un bulo malintencionado con tal de ganar audiencia y no poner en primer plano todo lo bueno que han mostrado los trece días de trabajo dedicados al rescate de Julen. La muerte de este niño ha sacado a la luz que en las desgracias, o tal vez especialmente en las desgracias, España se porta como un país decente. No es poco.

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