Secciones
Servicios
Destacamos
Los vendedores de paraguas adoran la lluvia y esta primavera, me cuenta una amiga tendera, están exultantes. En Extremadura, no hay tiendas especializadas en paraguas, ... pero en otras regiones, hay boutiques y estadísticas dedicadas al paraguas. Tenía un compañero periodista en la Voz de Galicia que, cuando llovía mucho, mientras el resto de la redacción se mostraba taciturna y melancólica, él sonreía. Era natural, su familia era propietaria de la prestigiosa fábrica de paraguas Carballo de A Coruña.
El viernes pasado fui a desayunar a una nueva y estupenda cafetería de la Plaza Mayor de Cáceres y tenía de todo menos paragüero. Tuvimos que dejar los paraguas apoyados en una pared a la entrada y mis compañeros de desayuno no entendían mi desconfianza: a cada rato, comprobaba si mi paraguas seguía en su sitio. Ellos no me comprendían, pero yo tenía mis razones porque mi formación en paragüería la adquirí en Galicia y allí cada persona pierde o le roban cinco paraguas a lo largo de su existencia.
En Extremadura y las regiones con menos de 120 días de lluvia al año, los ciudadanos solo pierden dos paraguas en su vida y es normal que los dejemos en cualquier sitio y nos despreocupemos. Además, aquí no se estila robar paraguas y si te pillan, pasas mucha vergüenza. En Galicia, es más normal: hay una especie de ley no escrita según la cual, a ti te lo roban y tú lo robas. Aquello es el salvaje y húmedo Oeste paragüero y Extremadura es un Oeste seco y educado donde no se te ocurre robar un paraguas, más que nada porque posiblemente no sepas luego qué hacer con él.
En los tiempos en que las tiendas tenían nombres bonitos con contenido y poesía y no apelativos insensatos como Bershka, Springfield o Mango, las estaciones en Cáceres no las marcaba el calendario, sino los escaparates. Por ejemplo, el invierno comenzaba cuando en los almacenes El Siglo cambiaban los juguetes del escaparate por maletas. No tenía mucho sentido porque en enero no viajaba casi nadie, pero era la costumbre y a nadie le salía de ojo.
Entonces, la primavera llegaba no en marzo, sino cuando las hermanas Blasco colocaban misales de nácar para las primeras comuniones en el expositor de su comercio, una tienda sacra de nombre inolvidable: El Precio Fijo. Y la ropa liviana y fresca avisaba, en fin, de la llegada del verano exhibiéndose tras las cristaleras de Las Modas de París o de La Casa de la Petaca, inolvidable sastrería de Crescencio Pérez.
¿Y los paraguas...? ¿Qué pasaba con los paraguas? Pues algo tan sencillo como que, en cuanto el escaparate de El Barato se llenaba de ellos, la clientela entraba a comprarlos y daba lo mismo que hiciera un sol radiante: si el señor Jiménez exponía paraguas era porque la borrasca andaba cerca: su tienda hacía las veces de aplicación meteorológica y, también, de avanzadilla, con medio siglo de anticipación, de los Todo a Cien de antes del euro.
Los Todo a Cien han sido los últimos establecimientos con nombres coherentes. Después parece como si nos diera vergüenza hablar de precio y hemos desterrado nombres como el que en 1935 puso don Nicolás Jiménez, recién llegado de Almoharín a Cáceres, a su nuevo comercio de tejidos de la Plaza Mayor: El Barato. Su hijo Eladio convirtió El Barato en bazar e inventó los escaparates especializados: flotadores a partir de mayo, paraguas a partir de septiembre y de todo el resto del año. Por donde estaba El Barato, desayuné el viernes en una cafetería llamada Zeri's y al ver tanto paraguas apoyado en la pared, recordé aquellos tiempos en que los negocios tenían nombres bonitos y coherentes.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Recomendaciones de HOY
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.