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Me escribe una lectora entrañable y se define: «Soy antitaurina, me gusta el cine español, no creo en el cambio climático, estoy a favor de ... la inmigración, no me he vacunado y no soy capaz de matar ni una hormiga, aunque apruebo la caza necesaria». Es difícil encontrar una persona tan inclasificable, un mezcladillo de dogmas de izquierda y derecha que desazona a los ayatolás.
¡Qué bonito es dudar y contradecirse! Mi caso: no me gustan los toros y en ello tienen mucha culpa los fumadores de puros, sin embargo, me lo paso muy bien leyendo las crónicas taurinas de Pepo Orantos y disfruto de su léxico, sus giros y sus metáforas toreras. Además, tengo una biblioteca taurina decente que, ¡oh blasfemia!, comparte estantería con los libros de arte, de ópera, de música... Libros de Amorós, de Chaves Nogales, de Joaquín Vidal...
A Joaquín Vidal lo conocí hace años en Perbes, en el chalet de Manuel Fraga. Entrevisté a don Manuel a las 17: 30 horas y él lo entrevistó a las 18.15. Nos saludamos un instante al cruzarnos. Fraga me había tratado como a un entrevistador imberbe y pardillo y tenía razón: servidor era un joven inexperto de poco más de 30 años. Me acomplejé un poco hasta que leí la entrevista de Vidal, todo un veterano sexuagenario al que don Manuel había tratado con la misma displicencia que a un servidor: nos sentó en un sillón bajito, él ocupó una butaca alta y nos vaciló. Lo de Vidal eran los toros, no los políticos.
Pero dejemos los toros y, sin salir del casticismo, vayamos a la Semana Santa. ¿Es de izquierdas o de derechas? No voy a decir que con la iglesia hemos topado porque la lectora entrañable me reñirá como ya hizo días atrás, cuando me rogó que no volviera a caer en ese tópico falsamente quijotesco pues con quien topó Don Quijote no fue con la iglesia como institución, sino con el edificio parroquial de El Toboso.
No hemos topado con la iglesia, pero sí con un tema tan popular y trascendente que, aunque es verdad que en Cáceres, por ejemplo, siempre hay un ilustre cofrade en las listas municipales del PP (un hostelero, un deportista, un profesor, uno de Aldea Moret y un cofrade), no es menos cierto que hay concejales socialistas con mucho pedigrí nazareno y el teórico más interesante de la Semana Santa cacereña y sevillana es César Rina, que representa a la intelectualidad laica y progresista que defiende la Semana Santa como una manifestación estética y espiritual de la religiosidad popular.
Con la Semana Santa pasa como con la caza: deja tanto dinero en Extremadura que ni se discute. Es la Pasión como espectáculo y negocio, también como penitencia y manifestación cultural y espiritual, pero su faceta económica y turística eclipsa a todo lo demás.
Esto viene de antiguo, no es cosa del gobierno luciférico social-comunista. En marzo de 2007, hace 115 años ya, Julio Camba titulaba un artículo en España Nueva: 'Aspecto industrial de la Semana Santa'. Contaba el columnista gallego que la Semana Santa era un espectáculo y atraía a las ciudades con procesiones importantes a miles de forasteros. «La Semana Santa es para nosotros una fuente de riqueza y merece el respeto de todos los economistas», sostenía. Adelantándose un siglo, Julio Camba escribía sobre España, pero parecía referirse a Extremadura: «Lo mejor sería que tuviésemos formidables industrias, pero ya que no las tenemos, debemos mantener cada vez más vivo el prestigio local de la Semana Santa y de las corridas de toros, dos cosas que no serán muy modernas, muy elegantes ni muy científicas, pero nos atraen una constante peregrinación de curiosos».
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