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La mayoría de las gasolineras de la región parecen pilotadas desde una multinacional, una empresa petrolera que abandera la instalación con una tienda, varios surtidores ... y unos dueños millonarios que viven en otro país. Pero la realidad es otra y quienes están al frente de estos negocios son autónomos residentes en el pueblo más cercano, muchas veces con su familia como empleados, quienes sostienen la estación de servicio a las afueras de la localidad o en mitad de la sierra haciendo piruetas con la calculadora para sacar un margen de beneficio que les permita seguir abiertos un trimestre más.
Este mes han salido a la luz las dificultades que tienen para llegar a fin de mes, cómo las ventas de la tienda son un apoyo esencial y el lavadero una inversión que se tarda en amortizar pero hay que afrontar para atraer clientes. En las circunstancias actuales muchos se han planteado cerrar, un servicio menos que podría seguir afectando a la Extremadura vaciada de cuyos pueblos ya se empezaron a marchar las oficinas bancarias y podrían empezar a desaparecer las gasolineras, alertan los representantes de estos pequeños empresarios.
Fernando Mena, presidente de la Asociación Regional de Empresarios de estaciones de Servicio (Aresex), con 80 gasolineros adheridos, recuerda que «la gran mayoría de las estaciones de servicio son pymes con todos sus problemas. En España lo normal es vender de media 2 millones de litros al año, pero en Extremadura es un millón y medio. Si acaso las urbanas venden algo más, pero muchas de Extremadura están en zonas rurales, donde ya no está el banco y tampoco el cura. El día que falte la gasolinera ya no va a quedar nada en el pueblo, y es que muchas cierran porque el dueño tiene de empleado al yerno o a la hija, pero en cuanto se jubile esa persona es muy probable que cierren porque apenas se gana dinero. ay que ser consciente de esto y cuidar las gasolineras», señala Mena.
En Extremadura hay en torno a 450 estaciones de servicio. Otro grupo al que están vinculadas 50 gasolineras y almacenes fiscales (llevan gasóleo a domicilio) es Iberdoex, empresa extremeña creada hace veinte años.
Su presidente, Florencio Cuenda, opina que el real decreto del Gobierno para que los gasolineros anticipen la rebaja de 20 céntimos por litro «es un ataque a la libertad de mercado, un despropósito que afecta a la supervivencia de muchas estaciones de servicio pequeñas, intervención de un sector que solo beneficia a las grandes marcas que pueden soportar esos anticipos, de hecho ya han entrado entre ellas en una guerra de descuentos porque pueden hacerlo», se queja.
Según dice, las pequeñas gasolineras como las del grupo Iberdoex reinvierten su liquidez en el crédito a sus clientes más fieles de cada localidad, a los que se atiende a cuenta, por lo que ya estarían financiado la actividad económica.
Teniendo en cuenta lo anterior, Florencio Cuenda se pregunta «qué pasará cuando cierre una estación de Servicio por ejemplo en Torrejoncillo. Porque las grandes marcas no se van a instalar allí. Entonces los vecinos dirán ¿ahora qué hacemos?».
Mari Luz Visea / Gestiona una BP a las afueras de Badajoz
Mari Luz Visea pasó la mañana del martes como un manojo de nervios. A media mañana, al fin le llegó la notificación de Hacienda que confirmaba que le liquidarían el dinero adelantado para que el Gobierno pudiera bajar veinte céntimos el litro de combustible. «Si no ingresan ese dinero no podré comprar la siguiente cisterna», afirma esta autónoma que tiene su estación de servicio BP a las afueras de Badajoz, en la carretera de Valverde, justo en el acceso a la urbanización Las Vaguadas. Entre sus últimos contratiempos cita una factura de la luz de 2.000 euros cuando hace un año era de 700 y una cisterna con combustible que en apenas seis meses ha subido de 37.000 a 59.900 euros, lo que le impide adelantar el pago porque no tiene liquidez para tanto.
«Hay que pagar la cisterna a nueve días y si no llegas te ejecutan el aval y te complican la vida. Me dije que si el sábado el Gobierno no ha pagado lo que adelanté cierro la parte de la gasolinera y tiro con la tienda. Me han sugerido que pida un préstamo, pero es de locos, ¿cómo voy a hacer eso para financiar al Estado?». Su mensaje es que quienes están al frente de una estación de servicio no son ricos. «Da para vivir con un sueldo normalito, pero debes estar todo el día pendiente de las incidencias, no te relajas ni un domingo. Es un sector muy sacrificado», señala.
En su caso, todo empezó como un negocio familiar que montó su padre en 1994 y que cogió su hermano. Lechero de profesión, sacrificado todo el día en el campo, su padre quiso mejorar y montó dos surtidores en un terreno propio frente a la urbanización que se estaba empezando a construir. El primer revés fue costear la rotonda de acceso si querían aprovechar el tráfico en dos direcciones. Pero las inversiones para estar al día nunca han cesado.
Además de la rotonda, desde 1999 ha tenido que pagar una cubierta para que surtidores y clientes no se mojen, ha ampliado la tienda para poner un almacén, incorporó un frigorífico de carga trasera, un túnel de lavado, después varios boxes más de lavado y tiene que actualizar a menudo los programas informáticos. El último gasto ha sido para habilitar un aparcamiento más amplio pensando en postes para recargas rápidas de coches eléctricos.
«Me lo estoy pensando porque aún no lo veo claro, ya que no hay demasiados vehículos eléctricos y un poste con dos enchufes sale por 37.000 euros. Aunque te dan una subvención, necesitaría demasiado tiempo para amortizar la inversión, así que ahora estoy ahorrando para colocar placas solares porque la factura cada vez es más alta».
Mari Luz está al frente de este negocio familiar y tiene seis empleados. Justo en 2019, antes de la pandemia, contrató al último, por lo que el confinamiento le descuadró sus cuentas. «En aquel momento si no es por la tienda tengo que cerrar. Esto es una gasolinera de barrio, aquí no vienen camiones y el combustible te deja muy poco margen, por eso hay que vender de todo. La gente usa mucho la tienda porque no tengo los precios inflados y vienen clientes a comprar cosas para no tener que ir hasta el supermercado. De no ser por la tienda y el lavadero en la gasolinera no saldrían las cuentas, por eso vendo desde leña a naranjas, no hay más remedio», relata esta autónoma.
Ignacio Mirat / Gestiona una Repsol en el centro de Cáceres
Ignacio Mirat es la quinta generación de una familia de empresarios que empezó a vender fertilizantes y acabó diversificando los negocios, lo que los condujo hasta las estaciones de servicio. Tienen cuatro, en Trujillo, Salamanca, León y en la ciudad de Cáceres, donde Ignacio ha apostado por atender directamente al cliente para distinguirse de los demás. Renunciar al autoservicio le obliga a tener diez empleados. Esta gasolinera existe desde 1947, cuando la instalación estaba prácticamente en el campo. Cáceres empezó a crecer y ahora se ha quedado en pleno centro, en la calle Gil Cordero, pero esto no es garantía de éxito y tiene que cuidar mucho sus cuentas, dice.
«La gran diferencia en una gasolinera urbana es el cliente, ya que la mayoría paga al contado, no tenemos profesionales, que usan las tarjetas de su compañía y tienen un consumo más elevado. En cambio, aquí la tienda urbana es más productiva y tenemos clientes solo de tienda, la cual abrí en 1996 y luego he maximizado el espacio hasta donde he podido. De hecho, si no tuviera la tienda no podría permitirme tener tantos empleados», afirma.
En su opinión, va a haber un antes y un después tras este mes de abril de 2022. «Como el Gobierno no cumpla sus promesas va a haber muchas instalaciones que tengan que cerrar y se eliminarán muchos puestos de trabajo. Yo a duras penas salgo adelante y eso que estoy soportado por el grupo empresarial y tengo todo el apoyo que Repsol da a sus abanderados», señala antes de detallar que cada vez que un cliente paga en caja, el 50% va a impuestos, el 45% se destina a pagar el coste del producto y el 5% restante se lo reparten entre el distribuidor y el empresario de la gasolinera.
«De este margen –concluye– hay que pagar sueldos, seguridad social, seguros ambientales, inspecciones periódicas y revisiones. Menos mal que yo me ahorro el alquiler de la instalación», dice este empresario cacereño.
Enrique González / Gestiona una Iberdoex en entorno rural (Olivenza)
Enrique González lleva la gasolinera Iberdoex de Olivenza, ubicada en la Ex-105 que conduce a Puente Ajuda y el puente que cruza a Portugal. La gestiona junto a su padre, Enrique Pedro y su hermano Pedro, una familia que emigró a Venezuela y regresó a España hace once años. «Mi padre es asturiano, pero como nos gusta el mundo del caballo y el toro buscamos un lugar como Olivenza. En Venezuela vivíamos del campo y los transportes, así que cuando llegamos a España nos ofrecieron esta estación de servicio y lo vimos bien porque era una manera de tener un modo de vida y un sueldo para mí y mi hermano», relata Enrique. Además de ellos tres, tienen dos empleados más. Al negocio le han puesto el nombre de 'Mi rancho'.
A día de hoy no se arrepienten de haber escogido este sector, aunque reconocen que han tenido mala suerte. «Abrimos hace unos cinco años y al principio nos fallaron algunos clientes. Después llegó la pandemia y ahora este último mes ha sido de muchísima incertidumbre. Este no es un negocio para hacerse millonario, pero se saca algo a final de año, no lo que esperábamos, pero algo», relata este joven de 26 años.
Además de la adquisición de la estación de servicio, la primera inversión fueron unas placas solares para ser autosuficientes energéticamente. El resto, lavadero y tienda, ya tenía y reconoce que son una parte muy importante del negocio para completar los ingresos por combustible.
«En nuestra tienda se venden sobre todo bebidas a la gente que viene de regreso del campo. Otras tiendas de otras gasolineras seguro que venden más, pero algo es algo, igual que el carbón o el butano. El lavado de coches tiene cuatro pistas y funciona muy bien, aunque el principal ingreso es el combustible».
El problema –prosigue este joven gasolinero– es que la gente cada vez gasta menos dinero. «En 2021 cuando acabaron las restricciones volvimos trabajar igual, pero muchas empresas se habían quedado tocadas y ya no movían tantos vehículos. Por otro lado, la gente gasta la mitad. Nosotros estamos en un paso hacia Portugal y los domingos iba mucha gente a comer y echaban aquí, pero ahora ya pasa menos gente».
Según dice, él se interesa por cómo los va a los clientes y cuando paran para repostar les pregunta. «Todos te dicen ahora lo mismo, que gastan más en todo, en comer, en luz, en gas... echan lo mismo de combustible, pero ya no salen tanto a la calle».
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