Ya tenemos otra cita en el calendario, el 10N. Gracias a la incapacidad de los partidos para llegar a un acuerdo de investidura (y que cada ciudadano reparta culpas y responsabilidades como mejor estime) los españoles estamos convocados a votar de nuevo para elegir a unos gobernantes que hasta ahora no han cumplido su obligación de hacer arrancar la legislatura.

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«No dormiría si hubiera aceptado el gobierno de coalición que quería Iglesias», se justifica Pedro Sánchez en un intento de convencernos de que no ha sido falta de responsabilidad, sino exceso por su parte, lo que le ha llevado a no aceptar un pacto con UP. Su preocupación por el futuro de España era tal que le hubiera quitado el sueño dejar asuntos de Estado en manos de Unidas Podemos.

No se entiende muy bien esta explicación cuando Sánchez reitera de inmediato que Podemos sigue siendo su socio preferente. ¿Se puede tener un socio, y además adjudicarle la condición de preferente, sin fiarse de él? Ya sabemos que la coherencia no es la principal virtud de los políticos, pero habida cuenta de que los españoles estamos a estas alturas hartos de mentiras, los políticos, y más alguien que es presidente, harían bien en no darle más patadas a nuestra inteligencia.

También harían bien en no minusvalorar el enfado que tiene la ciudadanía con el fiasco poselectoral que hemos vivido desde el 28A. Si la valoración de la clase política ya era baja, imaginen sus señorías cómo está ahora. Salgan a la calle, hablen con quien no les deba el cargo, o no aspire a que le den uno, y calibren el tamaño del cabreo. Millones de españoles irán a votar el 10N, pero algunos se quedarán en casa. Y entre los que vayan quizá muchos voten de manera diferente a lo que maquinan los grandes gurús del marketing político.

HOY publicaba el pasado viernes una información muy poco tranquilizadora: los ingresos de 400.000 extremeños se congelan por la falta de Gobierno. Las subidas de funcionarios, pensionistas, parados… se quedan en el aire. Ahí tienen ustedes a 400.000 personas nada contentas con el bloqueo político. La idea de que mal que bien la economía funciona haya o no gobierno puede sostenerse, pero solo hasta cierto punto y durante algún tiempo. Cuando se acumulan los meses de inactividad el daño se empieza a notar.

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Al margen de la congelación en la actualización de sueldos, pensiones y prestaciones, el temor que podemos tener en Extremadura es que la falta de Presupuestos generales afecte a proyectos e inversiones que están prometidas o en marcha. ¿De verdad nos pueden asegurar que ninguna de las promesas se van a quedar en la cuneta o a sufrir retrasos insufribles?

Al parón político hay que añadirle la amenaza, que ahora parece creíble, de un enfriamiento de la economía. Europa en su conjunto se asoma a una nueva crisis cuando en España todavía no se han superado los efectos devastadores de la anterior, empezando por el desempleo. Muy especialmente en Extremadura. La guerra comercial chino-estadounidense, que en Badajoz o Cáceres nos parece tan exótica y nos aburre tanto cuando nos la intentan explicar los expertos, puede tener consecuencias nefastas sobre una recuperación que a Extremadura no ha llegado por completo. De poco nos va a servir la estabilidad política en la región si se desata una tormenta que hace tambalear la economía española.

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El bloqueo político en que estamos instalados no va a ayudar a que España se prepare para las turbulencias económicas. Los partidos están dedicados a sus estrategias electorales y no tienen ni un minuto para la verdadera política, la gestión de los asuntos públicos.

Quienes de verdad vamos a perder el sueño si los peores augurios se cumplen y nos adentramos en una nueva crisis vamos a ser los españoles, no Sánchez ni sus socios premium.

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