![Pilar Cordero, vinculada a Jerez de los Caballeros, señala su Ford Focus que acaba de localizar en Paiporta.](https://s1.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/2024/11/09/pilisenando-Rf2bZmjW8eD3BbhZgKXaefO-758x531@Hoy.jpg)
![Pilar Cordero, vinculada a Jerez de los Caballeros, señala su Ford Focus que acaba de localizar en Paiporta.](https://s1.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/2024/11/09/pilisenando-Rf2bZmjW8eD3BbhZgKXaefO-758x531@Hoy.jpg)
HOY, en el centro de la catástrofe
Pilar, extremeña en Paiporta: «Cuando vi el agua en la primera planta pasé miedo»Secciones
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HOY, en el centro de la catástrofe
Pilar, extremeña en Paiporta: «Cuando vi el agua en la primera planta pasé miedo»A Paiporta, otro municipio más del castigado cinturón metropolitano de Valencia, primero lo puso en el mapa el barranco del Poyo que se convirtió en maldito tres días antes del puente de Halloween, y luego los indignados elevaron a santuario una de sus calles, el ... lugar donde hace justo una semana el presidente del Gobierno recibió un palazo y al rey le mancharon la cara de barro.
La población ha sumado incontables muertes por la última gota fría y tiene 50 expedientes de desaparición activos. Pero ahora mismo allí todo el mundo está remangado y con las botas manchadas. Aunque ayer sábado no había ni bomberos ni policías extremeños por sus calles, como sí los hay por ejemplo en Catarroja, en Paiporta, a diez minutos en coche en condiciones normales, una mujer vinculada a Jerez de los Caballeros, Pilar Cordero, asomó por una de sus calles con un cepillo en la mano. HOY escuchó su historia, la cual rozó la tragedia.
Pilar tiene 47 años, un hijo de 16 y trabaja en Adif en Valencia. El fatídico martes 29 de octubre, más o menos cuando el presidente de la Generalitat Valenciana estaba en la sobremesa de una comida, ella volvía del trabajo. «Eran las cinco de la tarde o así, para llegar a mi casa pasé por el puente del barranco (del Poyo, que divide en pueblo en dos) y lo vi con mucha agua, pero me dije que era como cuando otras veces llueve fuerte. Me metí en casa y al rato, sobre las seis y pico, escuché a mi hijo ¡mamá, asómate a la ventana!, ¡había coches y contenedores flotando! Veía que subía el agua cada vez más por la escalera y llegó hasta el salón (ocho escalones separan el acceso a esa primera planta de su unifamiliar), y ahí sí que pasé miedo y me subí a la buhardilla. Cuando bajó el agua la marca quedó a la altura del buzón. Ahora lo pienso y parece increíble», relataba este sábado mientras a su alrededor vecinos y voluntarios van y vienen afanados en alguna tarea.
Están terminando de limpiar y arreglar esta comunidad de adosados donde vive esta valenciana cuyos padres son de Jerez de los Caballeros, provincia de Badajoz, adonde va a menudo en vacaciones. «Tengo allí muchos tíos y primos. Mi padre era conductor de autobuses y emigró a Valencia, mis abuelos son de Brovales y de Valuengo».
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Ahora, en Paiporta, el garaje común, donde tiene su trastero, es su gran preocupación, una minucia comparada con otras casas de su misma manzana donde las paredes se han desplomado contra la acera. Entre las pérdidas materiales Pilar cita la lavadora y varios muebles y de repente se acuerda de su coche. Intuye que no debe de andar muy lejos.
Pilar compró esa casa de la calle Literato Azorín hace tres años con mucha ilusión. Tiene cerca un bar y un instituto que le da mucha vida a la zona, dice, y a pocos metros se ve el campo de fútbol del equipo de Paiporta, en cuyo círculo central flota un coche y los postes de las porterías dan la medida exacta del desastre. Al lado hay una piscina climatizada, paradojas de las catástrofes, que quedó inundada. Y en ese mismo edificio han habilitado un gimnasio al que se había apuntado con mucha ilusión por primera vez hace unos días y dejó pagados seis meses. «Me dije que era el momento de empezar a hacer deporte porque solo tenía que cruzar la calle y justo ahora pasa esto», comenta con una mueca que transmite resignación y guasa a partes iguales.
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Justo a continuación de ese gimnasio cuyas sesiones se saltará Pilar está el solar elegido por el Ayuntamiento para ampliar este complejo deportivo. Pero ese descampado es ahora mismo un inmenso cementerio de coches, otro más, de donde entran y salen retroexcavadoras con turismos ensartados como pinchos morunos.
Le han dicho, ha oído, que en su pueblo el 95% de los vecinos se ha quedado sin vehículo. Mientras lo cuenta, decide que debería tratar de encontrar ya el suyo. HOY la acompañó ayer sábado y confirmó que, efectivamente, a pocos metros de su casa estaba su Ford Focus, comprado hace tres años y ahora aplastado en el primer piso de los tres que tiene este apocalíptico desguace que no para de crecer. «¡Ay, es ese!, sí el Ford Focus al lado del Clio blanco. Esas son las llantas y las pegatinas de margaritas, es el mío!». Otro frente menos que atender.
En Paiporta los vagones del metro pasan -pasaban- al aire libre, así que se puede ver a la altura del barranco del Poyo cómo las vías se han doblado como un regaliz cuando el agua lo arrambló todo aquella tarde-noche.
Y como parece obvio que el pueblo se ha quedado sin medios de transporte, el Ayuntamiento ha habilitado autobuses para mover a la gente que necesite ir a Valencia, pero el sistema aún no está engrasado. «Es insuficiente», se queja Pili. «Desde que pasó todo esto no he vuelto al trabajo y el lunes querría teletrabajar porque me siento impotente. Para mí esto es como estar inmersos en una realidad paralela, aún no somos conscientes de esta pesadilla», decía ayer sábado por la mañana.
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A estas alturas del desastre Pilar lo que necesita ahora son profesionales, como todo su vecindario: un fontanero, un electricista... pero sabe que se ha salvado por muy poco, quizás por una hora y pico, de morir con su coche por culpa de una riada y prefiere ver lo positivo. «Yo llevo poco tiempo viviendo aquí y solo conocía a los vecinos de al lado. Ahora se ha creado un vínculo entre todos muy bonito. Lo acabas de ver cuando ha venido este hombre con el que jamás había hablado a decirme que si me ayudaba con mi garaje porque hoy me ha explotado una bomba de desagüe», explica antes de despedirse pidiendo más coordinación institucional y agradecer la generosidad e iniciativa de los voluntarios, que en su garaje fueron un grupo de jóvenes llegados de Tarragona. «Aquí los dos primeros días no vino nadie, estábamos abandonados, solo nosotros, los vecinos, quitando barro de las calles. Hasta el tercer día no llegaron personas con palas, todo gente joven. Un matrimonio con su hijo que no conocía de nada me ayudaron a quitar todo el barro de la terraza. El lema ese de que el pueblo salva al pueblo es verdad».
Esa frase, la de 'El pueblo salva al pueblo' ya se ve en camisetas de voluntarios. Estos empezaron a llegar ayer a Paiporta cuando aún no había amanecido. Y en comparación con Catarroja, visitada por este periódico el día antes, las calles ya están bastante despejadas. Esto permite circular con vehículos pesados y acometer otra fase en el exterior mientras en los interiores de los bajos cada propietario y una cuadrilla va enjuagando suelos, paredes y haciendo sus cuentas. Una amenaza muy comentada es que se solidifique el barro que hay en alcantarillas y conducciones, por lo que no hay tiempo que perder.
Especialmente llamativa por su número es la presencia del ejército en Paiporta, tanto de la Unidad de Emergencias (UME) que van de rojo, como de otras unidades de camuflaje con vehículos de todo tipo. Una grabación femenina desde el altavoz sobre el techo de un vehículo militar pedía ayer a los voluntarios que se centraran en la parte noroeste del barranco. «Ni que la gente llevara brújula», decía una adolescente enfundada en un EPI blanco que se acababa de hacer un selfie con su amiga en esta zona cero.
Paiporta salió en los medios por los políticos, pero unos días antes la estampa de aquel hombre saltando de techo en techo por sus coches apilados fue tan impactante que la gente se ha volcado. Hay artículos de primera necesidad por todos lados y en los barrotes de las ventanas hay cajas con mascarillas, papeles pegados en las farolas ofreciéndose como electricista o informando que la atención sanitaria se pasa de 9 a 18 horas en el colegio Luis Vives, por citar dos ejemplos. Pero la realidad –la vida misma– es que si te ofrecen botas de goma de cualquier talla lo que necesitas es una carretilla, como ayer pasaba en la parte sureste, ¿o era el suroeste?
En algún lugar está escrito que cada generación vive uno o dos eventos que puedan quedar grabados en libros de historia. A saber, un gran incendio como el de Lisboa, un terremoto como el de Lorca, una guerra, una catástrofe nuclear, un tsunami... Una vecina, reconocible como tal porque tiraba de la mano de un niño de unos seis años, hablaba con la amiga por el centro de Paiporta mientras sorteaban ambas un coche en mitad de la calle volcado con la panza hacia arriba: «primero la pandemia y ahora esto, yo no sé qué va a ser lo próximo que nos toque».
Superado el susto de los primeros días, lo que predomina en las poblaciones afectadas por la Dana de Valencia en el proceso de recuperación es el buen rollo, la empatía, la generosidad, la sonrisa. Pero ayer la tensión apareció cuando la UME decidió a las diez de la mañana cortar el acceso de voluntarios a una mitad de Paiporta, dividida en dos por el barranco del Poyo. En los puentes de acceso al centro los voluntarios, muy numerosos por ser fin de semana, hacían cola indignados para pasar a ayudar. Pero no era seguro porque había mucha maquinaria pesada trabajando y empezaba a ser peligroso tanto trasiego de personas. Solo se pasaba mostrando el dni que acreditaba residir en el pueblo.
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