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Estoy convencido de que se podían haber tomado un montón de medidas antes porque se veía venir, aunque China estuviese lejos y lo siga estando. Estoy completamente seguro de que cualquier decisión se podría haber tomado con mayor previsión. Para eso estaban los datos, las estadísticas, lo que se estaba incubando en Italia, los muertos que se iban multiplicando cada hora. Hasta aquí creo que todos podemos estar de acuerdo, si exceptuamos a los que viven en la inopia o se consideran inmunes a las enfermedades y, por extensión, a salvo del más elemental entendimiento, y, por supuesto, a la irritante oposición política, que aun hoy parece seguir inmersa en una desaprensiva campaña electoral para usurpar los votos necesarios que le permita, mediante las matemáticas de los escaños y los pactos, tomar el relevo a este gobierno «superado por las circunstancias» y que ha hecho «oídos sordos a las advertencias» que algunos políticos, envalentonados por el escudo pretoriano con el que las redes sociales gratifican sus facultades de clarividencia, han descubierto 'a toro pasado', conste, no fuera a ser que tuviesen que arrimar el hombro y hacer algo verdaderamente útil para «el conjunto de españoles y españolas» (o sea, dos conjuntos), aunque en los últimos días solo haya «fallecidos» a la hora de hablar de muertos y muertas, y no solo a causa del coronavirus, que ha invisibilizado el resto de males y dolencias que aquejan a la sociedad y que, supongo, también ponen en peligro el estado del bienestar, como nos recuerdan algunos famosos confinados, que van a salir, al parecer, «renovados» tras la cuarentena y, qué cosas, me da por pensar en las aguas ahora cristalinas de Venecia y me alegro, qué duda cabe, pero es que el turismo indiscriminado, el que enguarra cada rincón del planeta, ya estaba ahí, y el coronavirus, oh, sorpresa, les ha revelado que somos muchos los que aspiramos al convencional selfie que verifique nuestro leve y contaminante paso por el mundo. Y por si no teníamos suficiente, hay quienes afirman categóricamente, desde columnistas a portavoces de partidos políticos, que buscan sus minutos de infamia, perdón, de fama, que todo lo que está haciendo este gobierno, lo hace en beneficio propio, a costa de las víctimas y sus familiares. Un gobierno preocupado por aferrarse al sillón me parece la cosa más tonta del mundo con la que está cayendo. Ya habrá tiempo de depurar responsabilidades, como ha dicho algún iluminado líder (Casado, Abascal, Torra: táchese el que proceda) que únicamente sabe restar, incapaz de tender la mano y ciegamente inmerso en el juego de los lugares comunes del que es del todo improbable cualquier acción que resuelva o, al menos, suavice la tensión. Parece que el virus, a fecha de hoy, no discrimina por el color político y nos hace merecedores de idéntico castigo que a nuestros semejantes recluidos. Nunca llueve al gusto de todos.
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