Es difícil escapar al influjo de la Luna, así que aquí me tienen, seducido por la efemérides de la epopeya del Apolo XI, hace ahora 50 años, que ha ocupado buena parte de la atención informativa de los últimos días. En mi caso, e imagino que como en la mayoría de quienes tengan edad suficiente, esta celebración ha sido un pretexto para recordar. Siempre es grato darle cuerda al recuerdo y por echarme en brazos de la memoria escribí sobre el impacto que me causó la llegada del Hombre a la Luna en este periódico con ocasión del especial que, en 2008, publicó para celebrar su 75 aniversario. Julián Leal, el coordinador de aquel suplemento -también memorable, por cierto-, nos pidió a los que participamos en él que contáramos algún hecho de nuestra vida que estuviera relacionado íntimamente con el periódico. No dudé ni un segundo: escribiría de lo que supuso para mí la información de HOY sobre la llegada del Hombre a la Luna. Yo tenía entonces 11 años y me faltaban algo más de 19 para empezar a trabajar en HOY, pero con el tiempo he ido entendiendo que si hay un acontecimiento en mi vida que me mostró el valor de un periódico, y por tanto del periodismo, fue ese. Incluso pienso a veces que a la aventura de Armstrong, Collins y Aldrin le debo la fortuna de ser periodista.
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Porque en aquel julio de 1969 el HOY, del que en mi casa éramos suscriptores, fue el que hizo comprender a mi familia (desde mi abuela, la mayor, a mí, que era el de menor edad que sabía leer), que la misión Apolo que con pormenor nos contaba el corresponsal en Estados Unidos era muy importante para la Historia de la Humanidad, tanto para los que la siguieran desde la mismísima NASA como para los que lo hacíamos desde Higuera de Vargas, en la remota provincia de Badajoz del remoto país que desde Cabo Cañaveral debía concebirse España.
Tan en serio me tomé aquel acontecimiento que aún recuerdo vívidamente la madrugada del lunes 21 de julio en que toda mi familia estaba clisada ante el televisor viendo con pasión enardecida el momento en que Armstrong puso el pie en la superficie lunar. Y también el estupor que me produjo la hostilidad con que la noticia fue acogida entre la mayor parte de mis paisanos. No podía creer que no creyeran que fuera verdad lo que habíamos visto, aun con las dificultades técnicas del caso, y lo que el HOY nos explicaba con pelos y señales. La mayoría de la gente de mi pueblo decía que era imposible que nadie hubiera pisado la Luna porque era un gas, y cuando ibas a poner el pie te hundías sin remedio; o que la Luna no dejaría que nadie la pisara porque cuando viera venir la cápsula espacial saldría corriendo más o menos pies para qué os quiero por el universo infinito.
Me costó años comprender que la grandeza del paso que dio Neil Armstrong en la Luna se midió en la Tierra también por el aliento mágico que afloró entre los descreídos. La poesía que la gente común empleó para oponerse a la realidad de lo que quizás es el viaje más importante de la Historia ha acabado quedando en mí como un tesoro de la imaginación. Como el tesoro de la razón que fue aquella gesta tecnológica.
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