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Dice Pablo Casado que no nos engañemos, que el próximo 28 de abril no hay elecciones aunque lo parezca, que lo que celebraremos ese día será un referéndum en el que tendremos que elegir entre una de estas dos opciones: o a Quim Torra, Puigdemont y los emboscados y felones enemigos de España, o la aplicación del 155 en Cataluña. El presidente del PP, aun semanas antes de haber empezado la campaña, me acaba de dejar en el limbo político y sin ningún motivo para votar, porque yo no quiero ni una pesadilla ni otra. E imagino que, como yo, millones de españoles. Quién nos iba a decir que el desmoronamiento del bipartidismo, celebrado por tanta gente porque venía a mejorar el voto y la confianza en el modelo de representación política, iba a devenir precisamente en lo contrario, en esta especie de bipartidismo elevado a la enésima potencia, que es como está planteando resolver el joven líder de los populares el complicado momento por el que atravesamos: con el simple 'o conmigo o contra mí'. Me da la impresión de que sería inútil recordarle, porque seguramente lo tiene presente, que así se hicieron las cosas en los momentos más tenebrosos de nuestra historia. ¡Viva las dos Españas! Y, sobre todo, viva mi España por encima de la otra. Qué tufo a victoria.
¿Ha pensado Pablo Casado en que lo que tan ardorosamente defiende -que por tono y contenido se diría que los españoles nos tuviéramos que jugar el porvenir de nuestra nación en un duelo-, sea lo que los independentistas más fundamentalistas consideran mejor para sus intereses? ¿Ha pensado, aunque sea fácil de entender que le repugne hacerlo, que su hipotético futuro gobierno es el que más desean en Madrid los Torra, los Puigdemont y otros chicos del montón? Si no lo ha hecho debería hacerlo o, al menos, no descartarlo, toda vez que los indicios son sólidos: porque en la confrontación con Rajoy creció el independentismo como la espuma y, por eso, los independentistas añoren volver a aquellos buenos tiempos; porque con Pedro Sánchez tuvieron la oportunidad de que se aceptaran algunas de sus propuestas y se desinflara la épica de un 'procés' que tanto necesita de la incandescencia para mantenerse con vida. O porque el hecho de que Esquerra Republicana y el PdeCat tumben precisamente los presupuestos que privilegiaban como ninguno en muchos años las inversiones en Cataluña. O porque con esa decisión le hagan su particular moción de censura a quien se la planteó a Rajoy con éxito debido a su inestimable apoyo. Estas últimas son decisiones aparentemente tan ilógicas que deberían alertar a los analistas de Casado aunque solo sea por respeto a la leyenda del Caballo de Troya y sus, a veces, involuntarios caballeros.
Y ya puestos a preguntar, ¿y si la dicotomía que plantea el líder del PP no existiera? ¿Y si elegir entre Torra y Puigdemont y la aplicación del 155 fuera, en realidad, lo mismo? ¿Y si ambas opciones favorecieran, una por un método, la otra por otro, el mismo indeseable debilitamiento de lo que importa: la convivencia en nuestro país?
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