

Los primeros médicos de la UEx cuelgan la bata
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Una radióloga y dos médicos de familia hacen balance de la sanidad extremeña tras más de cuarenta años de profesión rematados por una pandemia mundialTienen en común que son médicos, también que empezaron juntos sus estudios nada más abrir la Facultad de Medicina en la Universidad de Extremadura en 1974 y que se acaban de jubilar. Esto último es un problema para el sistema sanitario actual. En el caso del Servicio Extremeño de Salud (SES) serán 161 los que cuelguen la bata blanca este año, la mayoría (96) médicos de familia, por lo que se están ofreciendo prórrogas mientras el Sistema Nacional de Salud elabora un plan para atender este déficit que llevó al consejero de Salud, José María Vergeles, a dar explicaciones en la Asamblea el pasado jueves en el contexto de la presentación de un plan integral para mejorar la atención primaria.
A esa hora ese mismo día este diario se entrevistó con tres facultativos extremeños recién retirados como médicos. Su diagnóstico sobre cómo evolucionará la sanidad pública en la región no es demasiado optimista y perspectiva no les falta.
Los tres han trabajado más de cuarenta años, un periodo en el que han visto cómo nacían los centros de salud, los puestos de atención continuada (PAC), la construcción en los ochenta del hospital de referencia de la región, antes Infanta Cristina, hoy Universitario de Badajoz, y también vivieron la llegada de las competencias sanitarias a la comunidad autónoma hace ya 22 años. Como colofón a su carrera trabajaron en una pandemia que puso patas arriba el mundo y, obviamente, el sistema sanitario público.
Los tres se acuerdan perfectamente del día que dejaron de trabajar antes de hacer balance. María Solana es radióloga y se jubiló el 13 de marzo de 2022; Paco Carramiñana, médico de familia en el centro de salud de San Roque de Badajoz en el momento de su jubilación colgó la bata blanca el 19 de julio de 2021; y Emilia Díaz, también médico de familia, en su caso en el centro de salud de Ciudad Jardín de Badajoz pasó consulta por última vez el 4 de marzo de 2022. «Para mí fue algo traumático porque tuve que reorganizar mi vida», dice. «No era consciente de que debía dejar de trabajar hasta que me llegó la notificación, recomiendo prepararse para ello. Pero soy persona antes que médico y todo se acaba en la vida», apunta el doctor Carramiñana.
También recuerdan perfectamente cómo en febrero 1974 la Universidad de Extremadura habilitó la Facultad de Medicina que aún funciona como tal (se está construyendo otra enfrente) en un primer curso atípico que solo duró cinco meses. «En aquella primera promoción había dos grupos, unos 400 alumnos, pero terminaron poco más de cien. Muchos profesores vinieron de paso, pero otros se volcaron, como los doctores Bureo o Vinagre», recuerda Carramiñana mientras María Solana apunta otro detalle: «Las prácticas eran en el Perpetuo Socorro y en el Hospital Provincial, ¿os acordáis de aquella sala de autopsias en aquel sótano, todo tan tétrico?».
Según explican, aquella primera promoción entró a trabajar nada más licenciarse porque había que cubrir muchos puestos en zonas rurales. «El 10 de julio acabó el curso y al día siguiente había que colegiarse para entrar en una bolsa de trabajo de 16 pueblos. Entonces nos repartieron por consultorios locales de lo que antes era la Asistencia Pública Domiciliaria (APD) que dependía de los ayuntamientos, del que recibíamos el sueldo, además del Insalud si el paciente tenía seguridad social», rememora Carramiñana.
María Solana esperó un poco más y preparó su MIR. Hizo Radiología en Madrid y regresó a Badajoz. «Vine con el primer TAC que llegó a Extremadura en 1985 con Joaquín Gil, al que contrató la Diputación. Venían a hacerse las pruebas desde todos los puntos de la región. Luego, cuando cerró, pasamos todos en bloque al Hospital Perpetuo Socorro».
Aquella etapa coincidió con las transferencias sanitarias del Insalud al recién creado Servicio Extremeño de Salud (SES). Era el año 2000 y los tres recuerdan aquella transición sin demasiados sobresaltos. Lo que más se notó, según Emilia Díaz, fue que se empezaron a abrir centros de salud y hospitales comarcales y se reforzaron tanto la Atención Primaria como los servicios de Urgencias.
Francisco Carramiñana
Médico de familia
En este punto la charla deriva hacia lo que consideran ha terminado viciando el funcionamiento del sistema sanitario. María Solana critica que «demasiada gente va a Urgencias en vez de acudir a su Punto de Atención Continuada, y esto seguirá así mientras las listas de espera estén como están porque no vas a estar diez días con un dolor de garganta». «Y encima –tercia Emilia– el paciente cree que en Urgencias le va a atender un otorrino». «Un problema –prosigue Paco– es que no hay un triaje claro y como no hay coste para el paciente pues este acude a Urgencias». «Si alguien necesita ir a Rayos y se le da cita para muy tarde se va a Urgencias. Es que lo entiendo. Si la lista en atención primaria o el especialista fuera más razonable esto no ocurriría», continúa la radióloga, que se queja de que en el servicio que dejó en marzo estuvieran trabajando con menos de la mitad del personal que había un año antes.
María Solana
Radióloga
Dice Paco Carramiñana que una de las cosas buenas que trajo el covid en 2020 es que enseñó a autogestionarnos pequeñas molestias y saber cuándo de veras hay que ir al médico. Preguntados por la telemedicina, María Solana apunta que en realidad ya empezó a aplicarse cuando existía el Hospital Provincial gracias al doctor Andrés Bas. «En Radiología es muy útil», afirma.
En cambio, Paco Carramiñana, que ve muy prácticos los avances informáticos de la mano de programas como el Jara o el Rist, cree que las videoconsultas no están dando el resultado esperado. «Yo lo he intentado con mis pacientes cuando no se pueden desplazar, pero no ha cuajado, no han tenido mucho éxito. Además, se necesita una buena conexión para que todo vaya bien». «Es que muchos pacientes son muy mayores y es complicado», aclara Emilia Díaz, que ha sido oír los nombres de los programas informáticos y refunfuñar sobre la poca formación que han recibido para adaptarse a las nuevas tecnologías, con las que muchos doctores de más de cincuenta años han tenido que pelearse. Según dicen, estos avances han traído de la mano un exceso de burocracia en unos profesionales que de lo que entienden es de salud. «Pasar del papel al ordenador no ha sido fácil, menos mal que a veces nos ayudaban los residentes, mucho más jóvenes», reconoce Emilia.
Y en esas estaban, con más de sesenta años, aprovechando su experiencia y lidiando con una burocracia a su juicio excesiva cuando en marzo de 2020 irrumpió el coronavirus y llegó aquel desconcierto inicial que los pilló sin medios. Los tres recuerdan cómo los supervisores debían esconder las mascarillas porque se robaban entre los propios facultativos.
Cuenta María, la radióloga, que en su caso se centraron en realizar placas de tórax para las neumonías provocadas por el covid-19. «Lo peor es que se dejaron de atender muchas pruebas y se formó un gran atasco. Solo hacíamos Urgencias y Oncología. Miedo no pasé, esa es la verdad, ya que estaba deseando trabajar para salir de casa. Pero entiendo que mis compañeros de las UCI lo pasaran fatal en aquellos primeros momentos».
Emilia díaz
Médico de familia
Según Paco Carramiñana, «en los centros de salud era impactante ver los pasillos vacíos, los turnos para hacer pruebas y la incomprensión de la gente pues en las salas de espera solo podía haber dos o tres personas. Parecía que no había trabajo cuando en realidad te estaban pasando entre setenta y ochenta llamadas de teléfono al día».
«Yo aquellos primeros meses los recuerdo con mucha angustia –tercia Emilia Díaz– con incertidumbre, no sabías qué hacer con la ropa cuando llegabas a casa, si podías comer con tu marido...». «Por no hablar –insiste el doctor Carramiñana– de que estaban cambiando continuamente el protocolo o de cuando un compañero de repente daba positivo y te tenías que encargar de todo su trabajo».
María se ha jubilado a los 66, Francisco a los 65 y nueve meses y Emilia a los 66 y dos meses. Si lo solicitaran y cumplieran determinadas condiciones podrían haber prorrogado su vida laboral hasta los setenta, dicen, pero los tres admiten que aguantar mucho más en sus consultas no les compensa porque el sistema sanitario en la región no pasa por su mejor momento. Se les nota quemados y con muchas cosas por hacer todavía en la vida.
Y es que su profesión, como cualquiera por la que pasen cuatro décadas y media, ha cambiado. Emilia, que ha ejercido en varios pueblos pequeños, ha notado que los pacientes son cada vez más exigentes. «De repente llega un usuario y te dice que a él no le hagas una radiografía, que quiere un TAC y cosas así».
Por su parte, la doctora Solana cree que los tiempos de espera para citas con el especialista y pruebas diagnósticas son demasiado largos y esto no solo condiciona la calidad de todo el sistema sino que revela una carencia obvia de recursos, materiales y humanos.
Y lo segundo, el personal, no tiene visos de resolverse. «Faltan especialistas y ahora mismo no hay médicos en paro», señala el doctor Carramiñana mientras las demás asienten y señalan como un problema la poca estabilidad laboral que se ofrece desde el SES, lo que da lugar una fuga continua de médicos jóvenes a otras comunidades o a la sanidad privada.
«En cualquier hospital que no sea este (señalan el Universitario de Badajoz) la mayoría de médicos está de paso, salvo que seas de ese pueblo, pero nadie quiere irse a trabajar a un lugar alejado», asegura Emilia. «Es que no hay alicientes para ir a esos lugares», remacha la doctora Solana antes de empezar a recordar la etapa de cuando ejercían la medicina en pueblos y existía lo que se llamaba 'la casa del médico', un incentivo más en una época en la que el sanitario estaba obligado a vivir en la población donde atendía a sus pacientes. «Lo peor –reconduce María Solana– es que aquí estamos formando a gente de fuera que luego se van, por ejemplo a Andalucía, donde enseguida le ofrecen un puesto interino o a la privada, donde las condiciones cada vez son mejores».
«En Atención Primaria terminan la residencia veinte y se quedan tres», confirma la doctora Díaz, la única de los tres que no tiene nietos, pero que coincide con sus compañeros de universidad en que se han jubilado en el momento oportuno.
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Lucía Palacios | Madrid
María Díaz y Álex Sánchez
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