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Tras una primavera presentando libros de feria en feria, llega la temporada de verano y me toca presentar libros de pueblo en pueblo. Estas presentaciones ... veraniegas son muy agradecidas porque al turismo paisano le gusta mucho conocer la historia de la tierra de sus antepasados. Además, vienen del norte, de provincias donde se lee mucho, y compran más libros que los nativos.
El primer presentador de su obra fue Dios. Bajó al monte Sinaí a hablar de su libro y, como pasa a veces en algunas presentaciones, solo tuvo un espectador, Moisés, al que Yahvé había convocado a través de las redes espirituales. Así que Moisés subió al Sinaí, Dios le presentó sus Tablas de la Ley, le contó algo del argumento y respondió a sus preguntas. Es decir, una presentación con estructura clásica.
¿Pero tienen sentido las presentaciones de libros? Recordemos lo del Sinaí: Moisés compró el libro y al bajar del monte, rompió las Tablas de la Ley. Algunos espectadores de las presentaciones modernas también compran el libro y no lo rompen, pero no lo leen porque, a estos actos, muchos acuden un poco a la fuerza como Moisés, que subió a la presentación por compromiso al igual que mis cuñados y mis tíos acuden a las mías por aquello de la familia.
Es que, además, el acto en sí es un tanto extraño: te empeñas en presentar el libro ante un público que acude al acto esperando que no hables del libro en sí, sino de algo divertido, van a pasárselo bien. Antes de la covid se servían croquetas y tortilla tras las presentaciones. Después se firma a palo seco. Por eso, lo mejor es divertir a la concurrencia. Si el espectador se divierte, es posible que compre el libro, aunque hables poco o nada de él.
Eso me pasó una vez en la Feria del Libro de Sevilla, que me puse a contar anécdotas, la gente se partía de risa, yo me iba creciendo, el público que pasaba se sumaba al club de la comedia y, cuando acabé, 30 espectadores salieron corriendo a comprar el libro y varios me confesaron que no sabían de qué iba, pero esperaban reírse tanto como en la presentación.
En las presentaciones de libros hablo muy deprisa y mi padre me riñe porque dice que parezco una metralleta, pero mis editores me piden que no cambie el estilo, que siga ametrallando al público hablando muy deprisa, opinan que hipnotizo a los asistentes a las presentaciones, no por lo que digo, sino por la rapidez con que lo digo y luego, al acabar, ya hipnotizados, van y compran.
En invierno no se pueden presentar libros los lunes porque la gente está arrancando la semana y no se entera. Los martes y los miércoles son inhábiles porque hay Champions. Los viernes, se acaba la semana y el público quiere ir de cañas, no aguantar un rollo. El único día medio bueno es el jueves que, aunque hay Europa League, el Villarreal no atrae mucho y no compite con los actos sociales. Lo malo es que todo se programa el jueves y hay que multiplicarse para quedar bien con tanto compromiso.
En verano es más fácil. El cartel de tu presentación cuelga en los bares junto al de la novillada y al de la vaquilla del aguardiente. Te suelen encajar entre la fiesta de la morcilla cominera, la procesión de la Virgen y la verbena, así que pareces una atracción de feria y mola. No es como cuando Saramago presentó su obra en la plaza del Zócalo de Ciudad de México ante 10.000 personas, pero como formas parte del programa de ferias y fiestas, la gente acude a la casa de cultura a ver si eres gracioso, tú haces la metralleta, los hipnotizas, te aplauden mucho, te regalan una cestita con pimentón y patatera y vuelves a casa como Yahvé en el Sinaí, divinamente.
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