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En Cataluña hay dinero. Mucho dinero. Están los nuevos ricos, los ricos del pelotazo (¿se acuerdan de cuando vivíamos en pleno delirio económico?) y están los ricos-ricos de hace diez generaciones. Los ricos de toda la vida. Y esos señores, y señoras, han dicho: se acabó la broma.

Esto es lo que pensé al escuchar el discurso de Puigdemont. El dinero tiene miedo y manda parar. El presidente de la Generalitat busca una salida a la locura en la que él mismo se ha metido y anoche, después de lanzar un SOS, pidió un salvavidas al que agarrarse: la mediación.

Merece la pena analizar su caótico discurso. Dice que el pueblo de Cataluña ha maravillado al mundo y que otros pueblos seguirán la senda que ha abierto; dice que tiene detrás a todos los catalanes, que es un país unido en el que caben todas las sensibilidades. Y alude a la independencia, aunque no pronuncia la palabra. Pero sí habla varias veces de mediación.

Y yo me pregunto. Si está tan convencido de que el pueblo unido de Cataluña, en un referéndum legal, le ha dado el 90% de los votos, ¿por qué quiere mediar?

Lo lógico, dentro de esa lógica perversa a la que se ha agarrado Puigdemont, es que ya hubiera declarado la independencia. Ante la voluntad soberana de un pueblo no hay nada que negociar, salvo la logística de la desconexión, como está haciendo Gran Bretaña con el Brexit.

Si yo fuera independentista, a estas horas estaría cabreada como una mona porque no se está cumpliendo la hoja de ruta prometida: esto es, después del referéndum, si hay mayoría de sies, que parece que la hay, la independencia.

«El golpe de Estado ha sido ya desmontado en los palacetes de Pedralbes. Y si el Gobierno de España no se equivoca en estos días, como lo hizo el día del referéndum, el lunes no habrá Declaración Unilateral de Independencia»

Y ahí es donde Puigdemont está atrapado en un callejón sin salida. La borrachera de las masas en las calles está pasando; el bulo de los 800 heridos (que se ha quedado en dos hospitalizados) ya ha sido exprimido y desmontado; la Unión Europea ya ha dicho con claridad que en su seno no caben estas aventuras. Y la independencia aparece descarnada tal y como podría ser: un negocio ruinoso para todos, en primer lugar para Cataluña, para esas familias que poseen buena parte de la riqueza de Cataluña, que son las que más tienen que perder.

Ya no estamos hablando de anécdotas, como que en Navidad se venda menos cava catalán. Eso es una minucia al lado de la avería que supondría (ya estará suponiendo) para la economía catalana salir del mercado europeo. Un banco como el Sabadell ya ha decidido marcharse.

En su delirio, algunos catalanes argumentaban estos días que Cataluña seguiría en la UE porque Europa no se puede permitir la pérdida de una región rica como la catalana. Ilusos, la UE superará la salida de una economía mucho más grande, la del Reino Unido, y no se hundirá por ello. Lo que la UE no se puede permitir es aventuras secesionistas en su seno.

Esto lo saben, con mucho más detalle, quienes tienen el dinero en Cataluña. Y no se van a arriesgar a perderlo por una eventual inflamación del sentimiento nacionalista. Y utilizarán todas sus armas, que son muchas, para pararlo: a la Iglesia, a los viejos convergentes que están espeluznados ante el día después del ‘Independence Day’.

Es cierto que Puigdemont no retiró anoche la amenaza de aplicar el resultado del referéndum. Quiere negociar desde una posición fuerte y mantiene la metafórica pistola de la declaración de independencia sobre la mesa. Después de enardecer a dos millones de catalanes con el delirio de una independencia por las bravas no puede bajarse del carro a las primeras de cambio. Se lo comería vivo la CUP y muchos de los que le han acompañado en su ruptura de las leyes y ahora ven cómo Cataluña se asoma al abismo.

Mi opinión, mi intuición, y admito, cómo no, que puedo equivocarme, es que el golpe de Estado ha sido ya desmontado en los palacetes de Pedralbes. Y si el Gobierno de España no se equivoca en estos días, como lo hizo el día del referéndum, el lunes no habrá Declaración Unilateral de Independencia.

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