Cuenta Viktoriia Omelchunk (Vínnytsia, Ucrania, 39 años), que los dos primeros meses de estancia en Cáceres, recién llegada de su país en guerra, le ... costaba hasta respirar. «No conciliaba el sueño, estaba muy triste y muy nerviosa», confiesa hablando en un español comprensible en un 80%. El resto, en inglés.
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Llegó a Cáceres a mediados de marzo. «No recuerdo exactamente la fecha». Sí conserva, enganchado en la cremallera de su riñonera, el corazón de ganchillo con los colores de la bandera de Ucrania que le regaló el policía local que la atendió ese primer día. No titubeó a la hora de salir cuando la guerra ya era una realidad. «Si hubiera estado yo sola me hubiera quedado, pero tengo una hija». Se llama Olha, tiene 13 años y es alumna desde el pasado curso del instituto Norba Caesarina. Y es ella, explica Viktoriia, la que le hace cuestionarse el regreso. «Quiero volver, es mi país, pero pienso sobre todo en el futuro de mi hija». Juntas viven en un piso gestionado por la organización Accem, que lleva a cabo el protocolo establecido por Migraciones. Antes pasaron por el hotel Ara, en donde coincidió con refugiados africanos o latinoamericanos. Tiene cubierta la manutención y una cantidad para pequeños gastos.
Sentada en una terraza de una céntrica calle de la ciudad muestra una foto que le envía automáticamente el móvil. Se la ve en grupo, con banderas ucranianas de fondo y sonriente. «Es increíble lo que ha cambiado todo en un año». En ese momento, en el de la foto, estaba celebrando el trigésimo aniversario de la independencia de Ucrania. «De los que estamos en esa foto hay algunos que están en Italia, otros se han quedado, yo estoy aquí...». Muestra también instantáneas de su trabajo como monitora de actividades artísticas para niños y una significativa foto posando con un amigo. Luego, muestra a ese mismo amigo en una foto más reciente con ropa de guerra, porque está en el frente.
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No hay ni un solo día en el que no haya pensado en su país. Mantener el contacto con su familia, saber que estar bien y leer la prensa, –«es lo primero que hago por la mañana», indica– le ayudan a no olvidar de donde viene. Pero se afana en aprender el español, con clases cuatro días a la semana, y su objetivo es poder encontrar trabajo. «Todo el mundo quiere y necesita trabajar, hacer algo», apunta. Por ahora no ha tenido la oportunidad.
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Se ha pasado todo el verano en Cáceres junto a su hija, que ahora está en un campamento urbano. «No han sido vacaciones como tal, porque he seguido con los cursos de español», aporta. Pregunta que si el calor en Extremadura siempre es así de intenso, porque la experiencia ha sido dura y solo ha encontrado algo de alivio en la piscina.
Gracias a la red solidaria Unidos por Ucrania, que ha repartido abonos de piscina, ha podido soportar las altas temperaturas. «No podemos estar siempre enfadados o tristes», argumenta para explicar que las actividades lúdicas que ha hecho, como pintar un mural para conmemorar el día de los refugiados o la convivencia solidaria en la que participó a principios de julio, alivian la preocupación.
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No puede evitar, en el día de la independencia, soñar con un futuro mejor al que pone fecha. «Espero que el año que viene mi país esté en paz».
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