Hubo un momento en el que Rafaela Romero Pozo tuvo tan claro que los terroristas podían dispararle en cualquier esquina, que lo único que se pedía a sí misma es que los pistoleros de ETA no lo hicieran delante de su hija. Ese mismo instinto ... de protección lo vivió mucho antes de ser madre. Cuando entonces era ella una niña, y su madre soportaba a un maltratador en casa. La empatía con los que sufren la engendró en la infancia. Por eso, cuando en el año noventa le escupieron en la cara y le gritaron 'zorra socialista chacurra' en un bar de Mondragón, no sintió miedo, más bien indignación. Lo de 'chacurra' viene porque nació en Quintana de la Serena y ha mantenido vinculación con sus raíces extremeñas. De hecho, el matrimonio con Jesús Eguiguren, otro político socialista vasco, fue en el Cristo de Zalamea.
Parte de lo que vivió lo recoge ahora en sus memorias la escritora Ana Erostarbe. El libro se presenta este viernes a las siete de la tarde en el Centro Cultural Alcazaba de Mérida. Rafaela Romero Pozo hablará con Mar Domínguez, directora de HOY, sobre las dos violencias que conoce de cerca: la terrorista y la machista. Sus vivencias íntimas y dolorosas sirven para ilustrar las patologías sociales que nos acechan a todos. Por eso ha decidido contar sus memorias.
–¿Cuenta su vida por necesidad o por convicción?
–No. Por compromiso. Me mueve el compromiso. Reivindicar una violencia que afecta a muchas mujeres y fundamentalmente para hablar del protagonismo de la mujer en España en todos los conflictos políticos. Hablamos de la violencia machista, pero también de la violencia forzosa por la emigración, de la violencia terrorista. Lo que no se cuenta no existe y yo quiero que se sepa que lo que yo viví, existe todavía en el segundo, en el tercero o en cualquier piso. Esas mujeres no tienen el altavoz público que yo tengo. Y lo hago para decir que no podemos seguir tejiendo una red de complicidad con la violencia machista.
–Se fue de Extremadura a los dos años.
–Sí y siempre he visto a mi padre maltratar a mi madre y ejercer la violencia contra todos nosotros.
–¿Se llega a naturalizar?
–No. Nunca. Un niño es capaz de palpar la desigualdad con otros niños. Cuando tú vives con miedo, aunque seas un niño, eso se te nota. La sensación de violencia te arrasa.
–Es usted un ejemplo de que se puede superar.
–Se puede superar, pero no debe olvidarse. Sería una persona distinta si no hubiera vivido la violencia machista en casa tantos años. Te convierte en otro.
–Hay hijos de víctimas machista que luego, de adultos, se sienten culpables.
–Quizás en algún momento puntual, en no haber ayudado antes a mi madre. En el altercado en el que yo soy consciente de que su vida corre peligro, yo la salvo a mi manera y la pongo a salvo. Pero la responsabilidad la mantengo por todas las veces que pudo matarla y yo no estaba. Lo que tengo ahora es un profundo agradecimiento a mi madre por habernos criados en esas circunstancias. Y este libro es un homenaje a ella. He aprendido a valorar, mucho más de lo que ya lo hacía, a las mujeres.
–Y luego pasamos a otro miedo distinto.
–Con la violencia terrorista he pasado mucho dolor, mucha pena y mucha indignación. Quizá menos miedo que el que le tuve a mi padre. La violencia de ETA nos atacó a populares, socialistas, a periodistas. Pero era fuera de casa. La violencia machista es en casa, donde un niño debe estar protegido. Cuando superas eso, ¡qué otra cosa te va a dar miedo! Yo solo pasaba miedo cuando estaba con mi hija. Me parecía que bastante le perjudicaba ya quitándole una educación normal como para dejar encima que me mataran delante de ella. Yo solo pedía que no me mataran delante de ella. Ese era el mayor miedo con ETA.
–¿Quizás su madre también sintió ese mismo miedo?
–Sí. Ella quería que sus hijos salieran adelante, que se sintieran protegidos y queridos. Y eso es un esfuerzo tan extraordinario cuando te maltratan que no debemos normalizarlo. A ETA le ganamos cuando empezamos a señalar con la ley a los cómplices. Quizás deberíamos reflexionar en España los que legislamos a actuar sobre la red de cómplices del terrorismo machista. Es el enemigo más peligroso. Pediría a todos los que tienen un altavoz público que no justifiquen nunca ninguna violencia contra las mujeres.
–Volviendo a la percepción del miedo, dice usted que luego experimentó más «un profundo desprecio» que miedo.
– Mondragón era en ese momento un pueblo profundamente nacionalista y clasista. Mandaba gente con pistolas. Había pasado tanto miedo que me pareció un ejercicio liberador comprometerme políticamente. Dije «¿cómo no voy a estar con esta gente que tiene tanto miedo?». Me metí con emoción a participar en esa lucha. He llorado mucho, he perdido a muchos amigos y me han arrebatado parte de mi vida por estar perseguida y amenazada por ETA, pero he sentido un lacerante desprecio. Y es una profunda sensación de injusticia.
–Mereció la pena esa lucha, viendo lo que ha perdido.
–Sí. Claro, por supuesto. Me ofende mucho que se hable ahora de una Euskadi idílica. A respetar, se aprende, a ser tolerantes se aprende y eso todavía Euskadi lo tiene por estudiar. Yo no he partido de las mismas condiciones que otros que no han estado amenazados para representar a mi partido. La sociedad vasca es hoy mucho más justa y mucho más libre por el esfuerzo y la vida de muchos, pero ese esfuerzo no se ha reconocido ni en Euskadi ni en España.