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La calle Berzocana de Mérida está en el entorno del Templo de Diana. Es cortita, pero animada. Cuenta con cuatro restaurantes y a mitad de ... camino, la calle hace un quiebro muy literario porque a un lado abre una librería y al otro, una bonita tienda de cómics. La librería se llama Punto y Aparte y es de toda la vida. La otra tarde, paseando por la calle Berzocana, entretenido con las vistas laterales del Templo de Diana y con el ambiente de los bares y los restaurantes, a medida que me aproximaba al punto donde la calle da un quiebro, empecé a escuchar un rap que sonaba con un volumen exagerado. Creí que se trataba de música ambiental hasta que descubrí a un grupo de adolescentes con un móvil y un pequeño y potente altavoz transportable.
Estaban sentados en la calle, justo en un saliente del escaparate de la librería Punto y Aparte. Como me gusta detenerme ante las librerías para curiosear las obras que muestran, me fastidió que aquel grupo de jóvenes me impidieran ver los libros, pero me resigné. Eran cuatro muchachas y un chaval, se reían mucho con la letra del rap, hacían bromas y se divertían. Así que presté atención y quedé espantado.
El rapero en cuestión gritaba una sarta de barbaridades realmente espeluznantes. Como la Berzocana es estrecha y corta, el rap se extendía de punta a punta de la calle, entraba en los restaurantes y las tiendas y llenaba el ambiente de brutalidad, machismo feroz y ordinariez. Aunque lo peor es que el muchacho adolescente comentaba a grandes voces la letra del rap y sus amiguinas lo jaleaban entre risas y admiraciones.
Voy a reproducir la letra, aunque no me parece reproducible y es de un mal gusto impropio de la contraportada de un periódico serio. Me cuesta escribirlo, así que utilizaré apócopes, que es una manera cursi de disimular la barbaridad, pero me quedo más tranquilo. El rapero cantaba más o menos lo siguiente: «Tienes 19. Toma verga hija de p... Yo sé que a ti te encanta y eres feliz...» Sigue la canción refiriéndose a diferentes partes del cuerpo, siempre con el macho haciendo alarde e insultando a la mujer.
Me quedé espantado. Además, era imposible sustraerse a aquella locura porque la canción seguía sonando en toda la calle y yo veía a los viandantes poner cara de susto y apresurarse para salir cuanto antes de aquel infierno adolescente de risas y sometimiento. Un poco más adelante, en un bar, entró un grupo de jóvenes y gritaron que venían a ver al Betis, del interior salió una voz aguda y los recién llegados respondieron entre risas que allí no querían marico...
Por favor, que ningún lector piense que estoy generalizando y extendiendo mis impresiones espantadas a todo Mérida. Sé perfectamente que esos dos instantes espeluznantes se repiten en cualquier ciudad de España, lo que permite deducir que una cosa es la realidad oficial, la enseñanza en los institutos y las políticas de igualdad, visibilidad y normalización y otra la cruda realidad cotidiana, incluida una parte de las jóvenes adolescentes, que viven en un mundo donde los raps machotes y los reguetones machorros son aplaudidos y reídos.
Cuando se ponen peros al feminismo, a la educación en la igualdad, a las políticas para evitar la homofobia, el machismo, la transfobia, etcétera, hay que reaccionar y luchar para que no se trivialicen esas situaciones y hábitos que acaban en humillaciones cuando no en tragedia. Por un lado está la realidad oficial, la políticamente correcta, la de escaparate y por otra está el rapero de la verga con su actitud animal provocando asco, pero también risa y admiración. Queda mucho por hacer.
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