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«Recuerdo que metían en sequeros a los infectados y moría mucha gente»
Damián Alonso | Extremeño de 107 años ·
Es uno de los pocos que vio cómo la gripe española azotó al mundo, aunque en su memoria están más presentes enfermedades como la viruelaSecciones
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Damián Alonso | Extremeño de 107 años ·
Es uno de los pocos que vio cómo la gripe española azotó al mundo, aunque en su memoria están más presentes enfermedades como la viruelaTiene 107 años y es capaz de mantener una conversación coherente a través de la pantalla de un ordenador y con la ayuda de Beatriz García, la directora de la residencia de mayores que gestiona Mensajeros de la Paz en Cabezuela del Valle. Allí vive Damián Alonso, una de las personas más longevas de la región. En su memoria guarda parte de la Historia de España. Nació el 12 de febrero de 1913 y puede decir que ha sobrevivido a dos pandemias, varias enfermedades infecciosas como la viruela, crisis económicas, la Guerra Civil, el hambre de la posguerra y una dictadura.
Su madre tuvo 13 hijos. Hoy solo dos de ellos siguen vivos. Siete murieron demasiado pronto. «Unos de una manera, otros de otra, y al final solo nos quedamos seis», cuenta Damián Alonso, que nació en Navaconcejo.
Cuando él tenía cinco años la gripe española azotó al mundo. De aquello, debido a su corta edad, poco recuerda. «Entonces no había tantos médicos ni existían tantas boticas», dice vagamente sobre la pandemia que empezó a propagarse cuando varios países estaban inmersos en la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Por ese virus murieron entre 20 y 50 millones de personas.
Las frases
Damián también fue testigo de otras enfermedades. Por ejemplo, La Vera y el Campo Arañuelo fueron durante décadas el principal foco nacional de paludismo o malaria y no fue hasta 1961 cuando se declaró el último caso contraído en el propio país y no importado.
Y así, con imágenes que se entrelazan en la mente de Damián sobre enfermedades infecciosas que llegaron antes del coronavirus, cuenta lo que recuerda. «Venían enfermos de otras ciudades y cuando llegaban al pueblo infectados los metían en sequeros, casetas que estaban a las afueras donde se secaban lo pimientos. Era la viruela, tenían muchas marcas en la cara y les desinfectaban con lo que había en esa época. Moría mucha gente. Igual que ahora, cuando había una enfermedad así las autoridades nos decían que no saliéramos a la calle», comenta este centenario que hace dos meses celebró su cumpleaños.
Las frases
En febrero las visitas aún no se habían prohibido en su residencia y pudo pasarlo acompañado por sus dos hijas, las mismas que antes de que el coronavirus golpeara a la región iban a verle todos los días. «Están solo a tres kilómetros de mí porque viven en Navaconcejo, pero por culpa de este virus no puedo abrazarlas», lamenta Damián, que emocionado cuenta que también tiene varios nietos y dos biznietas. «Me da mucha pena no verlos, pero me han dicho que en mayo quizás se arregla todo. Ojalá esto pueda cambiar. Sé que los médicos lo están estudiando, pero va muy lento», dice con lágrimas que limpia rápidamente de sus ojos.
Está acostumbrado a hacerlo porque en su vida ha tenido que secarlas en muchas ocasiones para empezar de cero. A los 13 años abandonó la escuela para ponerse a trabajar en las fincas familiares. La mayoría eran tierras que cultivaban para poder comer. «A veces había que enterrar la comida para no tener que entregársela a las tropas y ver morir de hambre a la propia familia».
Lo explica antes de rememorar el 5 de septiembre de 1936. «Ese día me dispararon en el brazo izquierdo. Me hirieron con una bala y estuve más de dos meses en el hospital de campaña de Estella. Cuando me recuperé regresé a Navaconcejo». Allí, en su pueblo, aún con el brazo herido, presume de haber salido a trabajar al campo. También recuerda sus años en las ferias de ganado. «Teníamos caballos y algún cerdo. A veces compraba y otras vendía, hacía de todo», comenta. Fue agricultor, apicultor, ganadero y tratante. También un gran aficionado a las inversiones en Bolsa.
Esboza una sonrisa cuando recuerda los momentos vividos con su esposa Valeriana en el cine que costaba tres pesetas, o cuando jugaba la partida de tute los domingos. Son pequeños detalles que le hacían feliz. Hoy espera que el tiempo y este virus le permitan volver a ver a los suyos. «Ojalá mañana mismo acabe todo esto», desea.
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