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¿Qué ha pasado hoy, 7 de febrero, en Extremadura?
Los relojes modernos decoran o informan de todo. HOY
Un reloj muy chistoso

Un reloj muy chistoso

Mi suegra se divierte. Da la hora, cuenta chistes, hace electros y avisa de que estás andando

Martes, 13 de octubre 2020, 07:48

Ayer le hicimos un electrocardiograma a mi suegra y por poco la llevamos al hospital. Se lo hicimos con mi reloj. Se lo colocamos en la muñeca, abrimos la aplicación de la salud, seleccionamos 'electro', pusimos su dedo índice sobre la corona, le dijimos que apretara con suavidad y el reloj nos dijo que la cosa estaba «mu mala» y que mejor la llevábamos a Urgencias. Mi suegra se lo estaba pasando muy bien y se reía del aparatino y sus ocurrencias. Ella estaba perfectamente y no tenía ningún síntoma, pero el reloj insistía en decirnos que estaba fatal y o llamábamos al 112 o nos ateníamos a las consecuencias.

Mientras mi suegra disfrutaba de la situación, mi mujer y yo empezamos a ponernos nerviosos hasta que decidimos pedir una segunda opinión. Es decir, le rogamos a mi suegra que se estuviera quieta, respirarara despacio, apoyara la muñeca en la mesa, colocara su dedo índice sobre el reloj sin aspavientos ni cachondeo, apretara suavemente durante un minuto y esperara el diagnóstico. Para que se portara bien, la amenazamos: «Si el reloj diagnostica peligro, acabarás en una ambulancia». Ella obedeció y al minuto, el aparato sentenció: «Está usted perfectamente».

«Veis, ya sabía yo que el relojino este no fallaba», disculpó mi suegra a su médico de muñeca y acabó su botellín de sidra dulce. En casa, a veces, nos entretenemos tomando un aperitivo: una sidra de ese que roba manzanas, una lata de sardinillas, las tonterías del reloj y las últimas contradicciones suscitadas por la pandemia: ¿por qué las mascarillas que antes eran buenas ya son malas?, ¿si era razonable saludarse frotando los codos, por qué ahora es peligroso enredar con los codos?, ¿si entra un vecino en el ascensor sin mascarilla, qué hacemos, lo expulsamos o nos bajamos del ascensor y que siga él solo para evitar discusiones y preservar nuestra salud, que es lo que estoy haciendo cuando alguno se pone cabezón?

Acabados los temas pandémicos, nos sentamos a comer, momento sagrado en el que hablamos poco y nos concentramos en las lentejas, que por imposición de mi suegra tienen que ser pardinas para que estén blandas y suaves, y en el toro con pimientos fritos, toro de mar, naturalmente, el tiburón de Cáceres. Acabada la comida, el reloj vuelve a convertirse en protagonista porque llega la hora del chiste. Mi suegra termina el postre, siempre fruta de temporada, ahora alternamos la sandía con las uvas, aunque ayer, antes del electro, tomamos las primeras mandarinas de la temporada... Acaba la fruta, digo, yo le pido al reloj que cuente un chiste y el cacharrino obedece y avisa de que va a contar uno para niños.

«¿Qué cena Godzilla? El restaurante». Mi suegra no entiende nada porque no sabe quién es Godzilla y, además, los chistes que cuenta el reloj son estúpidos, pero ella sonríe y se lo pasa bien porque lo que le maravilla no es la gracia de la historia, sino el hecho mismo de que el reloj cuente chistes.

Y así, entre electrocardiogramas relojeros, chistes tontos y obviedades, que a mi suegra le divierten mucho, como que el reloj, cuando pongo la mesa, me diga muy serio: «Parece que estás andando» pues tenemos unas comidas la mar de entretenidas. El día del cumpleaños de mi mujer, le regalé un reloj muy llamativo y divertido que tiene un loro dibujado en la corona: no te enteras de la hora, pero es muy bonito. Mi suegra, al ver el loro, se entusiasmó: «¡Otro reloj que habla!». La sacamos del engaño y se desilusionó: «¡Pues vaya!». Para que no sufriera, le regalé un chiste bobo y relojero: «¿Qué le dice un ángulo recto a otro de 120 grados? Eres obtuso». Pues eso.

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