Antonio Vadillo junto a su nuera y su nieto esta mañana señalando donde acaba de colocar una piedra como marca para ir confirmando la crecida del río Gévora. Casimiro Moreno
Dueño de la Campiña de Gévora

«Tengo que revisar cuánto sube el río cada hora»

Antonio Vadillo, dueño de la Cantina de Gévora junto a Badajoz, tuvo que desalojar su negocio por la lluvia en 2022 por primera vez en 38 años y esta mañana se confesaba «intranquilo» porque el agua se acercaba

Viernes, 19 de enero 2024, 14:17

«¿Sabes dónde está el paraguas?, voy a bajar otra vez a ver dónde queda la piedra que he puesto antes en la orilla del río?», le decía este viernes medio día Amanda a su suegro Antonio Vadillo, dueño de La Cantina de Gévora. Según ... ha explicado, en 38 años que lleva con este negocio junto al río Gévora, a mitad de camino entre la pedanía pacense con este nombre y Badajoz, solo ha habido una vez que el agua haya llegado a sus dominios. Fue en 2022 cuando aquel 13 de diciembre la borrasca Efraín hizo estragos en toda Extremadura y en la vivienda de su hijo, junto a la cantina, se estropearon todos los muebles y electrodomésticos por las inundaciones. «Nos dio bastante castigo, sí», rememora

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Con aquella experiencia aún reciente en su memoria, este viernes se confesaba preocupado por el paso de la borrasca Juan. Además, anoche vino la Policía Local para que estuvieran atentos. «Tengo que revisar cuánto sube el río cada hora y sí, va subiendo, en un rato metro y algo. Estoy intranquilo por lo que me han dicho que viene, pero yo voy observando las marcas que he ido poniendo. Hace dos meses también llovió y la Guardia Civil nos sacó de aquí. De momento he subido maquinaria que tengo en el garaje en alto por si llega el agua que no se estropee», ha explicado esta mañana.

En ese momento llega su nuera Amanda con el paraguas y su hijo y los tres salen a la calle a revisar cómo ha cambiado la orilla del río. Se dirigen a un camino que en la actualidad está cortado y se pierde bajo el agua, donde habían colocado una piedra de gran tamaño a las once y media. «¡Son las doce y veinte y ya no se ve, estaba como cuatro metros más abajo!», exclama preocupado. Y en ese momento, bajo la lluvia, coloca otra piedra en el punto al que llega ahora el agua y una lata abandonada de Monster unos cuatro metros más arriba. «Si cuando vuelva a asomarme la lata ya no se ve habrá que pensar en irse», razona mientras se vuelve a poner a cubierto.

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