La visita al palacio de Sotofermoso, también llamado de los duques de Alba, obliga a hacer un ejercicio de imaginación para intentar dibujar mentalmente lo que había en el lugar hace quinientos años, que era mucho y muy bueno. Porque no queda casi nada del esplendor por el que este sitio se ganó la declaración de Monumento Histórico Nacional en el año 1931. Y sin embargo, sigue siendo un rincón con encanto. Gracias a ese título concedido durante la II República, el lugar se mantiene abierto al público, aunque solo los lunes de 10.00 a 11.15 horas.
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Está en Abadía (a 25 minutos de viaje en coche desde Plasencia en dirección a Salamanca) fue un palacio-fortaleza que vivió sus mejores años mediado el siglo XVI, cuando la exuberancia de sus jardines renacentistas lo convirtió en lugar de encuentro de artistas españoles, italianos y flamencos -Lope de Vega y Garcilaso, entre otros muchos- y de figuras destacadas de la Historia de España, como Alfonso VIII, Alfonso IX, Juana la Loca o Felipe II.
Un mes antes de su muerte en Madrigalejo, allí paró Fernando el Católico, en una estancia en la que se negoció que su sucesor fuera Carlos V y no su hermano Fernando. Lo explica Sebastián Caballero, paleógrafo y gran conocedor de la historia de esta mansión que perteneció a los Duques de Alba desde mediados del siglo XV hasta el año 1898, cuando lo vendieron a la familia Flórez, que sigue siendo la propietaria. Del palacio que fue quedan el patio de dos plantas con arcos mudéjares, la estatua de Andrómeda en la llamada plaza de Nápoles (en el jardín medio) y algunas capillas -hubo siete- que amenazan ruina en el jardín bajo y el muro de mampostería que limitaba el jardín alto. Ya no están las fuentes monumentales, los árboles de distintas especies, los juegos de agua, las esculturas...
Pese a que artísticamente está echado a perder, conociendo la historia o acompañando la visita con las explicaciones de Caballero, el lugar gana interés y evoca su grandeza perdida. Y un paseo por él mueve a pensar que estamos ante una joya maltratada, un monumento que podría ser mucho y es casi nada.
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