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Unas ruinas ocultas e inquietantes
Convento franciscano ·
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Convento franciscano ·
La ruta más conocida de Salvatierra de los Barros es la de los castaños, que acaba en un lugar fascinanteSeguramente habrá mejores épocas para adentrarse en este rincón, aunque muy temprano o bien al caer la tarde esta zona de las afueras de Salvatierra de los Barros ofrece un paraje excepcional. Pero mejor no esperar a que caiga la noche porque el convento derruido al que lleva esta ruta llamada 'de los castaños' presenta una estampa muy fotogénica de día, pero a oscuras, o con luna llena, puede resultar un lugar inquietante, apropiado para rodar una película de terror.
La ruta en cuestión para quien en verano pase por el pueblo considerado la capital de la alfarería –y donde de hecho da la bienvenida un inmenso botijo de barro en una rotonda–, parte de lo alto de la plaza Canalejas que va a morir a la carretera BA-152, de Salvatierra a Valle de Santa Ana.
Gracias al acondicionamiento que acaba de realizar el Ayuntamiento se puede subir con el coche prácticamente hasta el convento, aunque el tramo final merece hacerlo a pie resguardado de la sombra que dan los árboles.
Desde la misma carretera de inicio hay carteles de madera. En lo alto se ven unas antenas y el castillo salvaterreño, pero este es privado y está habitado, por lo que descartamos esa aproximación. Seguimos ascendiendo por la Sierra de los Helechales, camino de las ruinas del convento franciscano de Santa María de Jesús, y a mitad del trayecto hay en una curva a izquierda justo a la altura del tendido eléctrico que ofrece una amplia zona de merendero junto a unas casas antes de seguir ascendiendo y adentrarnos en el tramo de árboles que al fin regalan una buena sombra.
El último cartel es ambiguo, pero se debe girar a izquierda en ángulo recto para no llegar a fincas particulares. Seguimos con alcornoques recién descorchados a izquierda y un murete de piedra a derecha. Apenas 200 metros en leve cuesta abajo se aparece inquietante la espadaña del convento, lo más valioso que queda en pie de este conjunto de ruinas.
Lo siguiente es abrir (siempre cerrar después para que no escape el ganado) una malla metálica y ya se puede husmear en este rincón rodeado de encinas, castaños, higueras, zarzas (setas en otoño) y todo tipo de vegetación que sirven de refugio a alimañas, por si de noche el visitante se sobresalta al percibir el fulgor de ojos moviéndose entre las cavidades de las piedras. De día será todo más relajado pues el visitante solo escuchará grillos y el zumbido de los insectos. Es buen momento para pensar qué había aquí antes.
Según la página 'arteenruinas', el edificio data de 1506, cuando los franciscanos se trasladaron a este lugar. Su fundación fue promovida por Hernán Gómez de Solís y su esposa Doña Beatriz Manuel de Figueroa, señores del castillo cercano y de las tierras donde se enclava el convento.
A mediados del siglo XVII el fue reformado en profundidad, pero en 1819, el convento fue incendiado y más tarde la desamortización empujó a los franciscanos a cerrarlo y reubicarse.
Lo que no está tan difundido es que este fue el otro lugar que el emperador Carlos V barajó para retirarse, en vez del Monasterio de Yuste, si bien el calor del verano desaconsejó esta elección y por eso mandó construir un palacio anexo al monasterio de La Vera.
Si el hijo de Juana la Loca, emperador de occidente, la persona que sobre más países ha gobernado, hubiera apostado por viajar de Flandes a Salvatierra (comarca de la Sierra Suroeste), a buen seguro que el convento tendría otro aspecto, aunque estas piedras perdidas hay que reconocer que tienen su encanto.
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Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras, Miguel Lorenci, Sara I. Belled y Julia Fernández
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