![Salud y dinero](https://s1.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/202005/10/media/cortadas/indice-U110119203551UV-U110117360126N8H-1248x430@Hoy-Hoy.jpg)
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En nuestra ignorancia, que en materia de coronavirus es mucha, teníamos la secreta convicción de que la pandemia iba a desaparecer de un día para otro. Nos encerrábamos en casa un mes y al acabar el confinamiento habíamos frenado en seco los contagios y vaciado los hospitales de enfermos. Pero resulta que no ha ocurrido así. Hemos aplanado la famosa curva pero continúa el goteo diario de muertos y contagios; que siguen siendo muchos, aunque ahora nos parezcan pocos en comparación con las semanas más negras de marzo y abril, cuando rozamos el millar de víctimas mortales por día. El virus sigue ahí fuera, en la calle, en las empresas, en los hospitales y en las casas.
La disyuntiva que se plantea ahora es la de retomar la actividad a sabiendas de que la pandemia está atenuada, pero en absoluto extinguida, o seguir con las restricciones de movimientos. La elección tiene algo de diabólica: si reabrimos, o lo hacemos demasiado pronto, nos arriesgamos a que haya más contagios y más muertes; y si no lo hacemos nos adentramos en la ruina económica: más paro, más gasto público en prestaciones y menos ingresos por impuestos. El Estado acabaría por no tener los ingresos necesarios para financiar los servicios básicos, incluida esa sanidad que tanto necesitamos.
La perversa disyuntiva se ha visto esta semana en Madrid. La directora general de Salud Pública, Yolanda Fuentes, la autoridad que mejor conoce la situación sanitaria de la Comunidad, acabó dimitiendo porque no estaba dispuesta a avalar con su firma la petición de que Madrid pase a la fase 1. La presidenta de la Comunidad, que aceptó la dimisión y la relevó, justificó no haber seguido el criterio sanitario tras haber tenido conversaciones con empresarios sobre las consecuencias económicas del confinamiento. Finalmente el Gobierno, que en este caso parece haber puesto las razones sanitarias por encima de las económicas, ha denegado la petición del Gobierno de Madrid. «Tenemos que aprender a vivir con el coronavirus», es la conclusión de Isabel Díaz Ayuso. Y probablemente es así. Aprender a conjugar el riesgo sanitario con el riesgo económico. La salud y el dinero en dos balanzas que se acaban comunicando. Cierto, pero con cautela, porque un retroceso puede significar una vuelta atrás, también en el terreno económico. Una o dos semanas más de fuertes restricciones no cambiarán mucho los resultados económicos, pero pueden ser decisivos en la evolución del número de contagios. Por eso nos entienden las quejas de los gobernantes porque su comunidad no pasa de fase, como si esto fuera una competición entre territorios.
No quisiera yo estar en el pellejo del político que tiene que decidir hasta dónde y cuán rápido se aplica la desescalada. Cualquier rebrote de casos más allá de lo asumible será achacado a sus prisas, cuando no a su imprudencia. Pero también será acusado de inútil si el batacazo económico es más duro de lo soportable y nos aboca a más recortes.
Esta semana hemos conocido los primeros datos de paro y previsión de crecimiento para España, y asustan. El hecho de que la economía de nuestro país dependa del turismo en un porcentaje tan significativo (12% del PIB y 13% del empleo) resulta inquietante, por cuanto el turismo es uno de los sectores más perjudicados. No vamos a ver en los próximos meses miles de extranjeros tostándose en nuestras playas ni llenando ciudades monumentales y museos. Cómo vamos a sustituir esos empleos ligados a la avalancha anual de ingleses y alemanes está por inventar. Lo que toca ahora es encontrar el equilibrio entre la salud y el dinero: poner en marcha la economía sin dar ni un paso en falso.
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