Tras el shock, la incertidumbre. Ese es quizá el estado de ánimo más extendido entre la ciudadanía desde el viernes. Se va Mariano Rajoy; en realidad se le ha echado gracias a una coalición de intereses en su contra. La tormenta perfecta incubada por la sucesión de escándalos de corrupción y desatada con la sentencia de la Gürtel ha acabado con un político que hasta el viernes parecía indestructible. Y cerrada la era Rajoy se abre la puerta a la ¿era Sánchez? La eficaz moción de censura que el líder socialista ha pilotado se ha ganado el aplauso de los suyos y de quienes están hartos de la resistencia del PP a asumir responsabilidades por la corrupción, que no son pocos, pero no le ha convertido de la noche a la mañana en el estadista que todos pensábamos hasta anteayer que no era.

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De ahí la incertidumbre. De ahí que muchos españoles se estén preguntando cómo demonios se gobierna un país con el apoyo de solo 84 de los 350 diputados y con el desafío catalán en carne viva.

La audacia que Sánchez ha demostrado al liderar la moción de censura es la actitud opuesta a la quietud desesperante de Rajoy, con fama de esperar a que los problemas se resuelvan por sí solos. En el asunto de la corrupción la estrategia inmovilista no le ha dado resultado. Los cadáveres de los antiguos escándalos (la mayoría gestados en la etapa de Aznar) han ido llegando a la playa de la actualidad con una cadencia tan machacona como abrasadora para Rajoy y para el PP. Las condenas por la Gürtel, dictadas justo después de la detención de Zaplana y de la dimisión de Cifuentes, han servido de catalizador de una extraña alianza armada con el único objetivo de echar al PP del Gobierno. Quizá Rajoy, que ha sido el primer sorprendido por el triunfo de la moción (y que todavía no lo ha digerido), se debería plantear cuál ha sido su error para que desde los Anticapitalistas de Podemos a la derecha vasca, con la que había pactado los Presupuestos hace una semana, se hayan puesto de acuerdo contra él.

La audacia ha llevado a Sánchez a conquistar la plaza de la Moncloa, pero probablemente hacen falta más cualidades para gobernarla y, llegado el caso, conservarla. Aquí las opiniones se dividen entre quienes ven en el movimiento de Sánchez un golpe maestro que sacará al PSOE de la irrelevancia en que estaba a punto de caer y los que opinan todo lo contrario: que les llevará a la tumba a medio plazo.

Desaparecido Rajoy de la escena, los problemas de España son ya todos de Sánchez y de su gobierno. Desde el paro a Cataluña. Sobre todo Cataluña. Quizá el primer examen a que se enfrenta el nuevo presidente es el nombramiento de los ministros. Se le va a juzgar por los nombres que incorpore al gabinete. Si son personas de solvencia acreditada ante la sociedad española ayudarán a rebajar el catastrofismo que se está haciendo en algunos sectores. No tiene por qué venir el Apocalipsis tras la salida del PP del gobierno, como temen los más críticos con el nuevo presidente, pero la urgente tarea de Sánchez es aplacar la incertidumbre instalada tras un cambio tan brusco. Tiene que responder a la pregunta que se hacen muchos ciudadanos de qué va a pasar en los próximos meses.

La indefinición sobre cuándo va a convocar elecciones generales alimenta una idea demoledora para sus expectativas electorales: que la moción no era solo para echar a Rajoy sino para llegar a la Moncloa. Y quedarse. Muy hábil va a tener que ser para gobernar un parlamento en el que no tiene mayoría y para sacar adelante iniciativas que contenten a su base electoral.

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La llegada de Pedro Sánchez a la Moncloa va a tener un efecto de onda expansiva en el resto de España. Presidentes y alcaldes socialistas saben que el juicio que merezca a los españoles el nuevo jefe del Ejecutivo influirá en las elecciones autonómicas y municipales. Para bien o para mal. El éxito de Pedro Sánchez impulsaría la marca PSOE y les ayudaría; pero un fracaso les condenaría. Ya ocurrió con Zapatero, cuya pésima gestión económica les hundió. El castigo que se merecía ZP se lo llevaron por adelantado sus correligionarios.

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