![La semana que Extremadura vivió en vilo por el fuego](https://s3.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/202207/21/media/cortadas/andysole_hurdes_9-RxIgdRL16dCaxM1Tz7bCRjO-1248x770@Hoy.jpg)
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A Benedicta Domínguez Rubio le revienta la siesta «un estruendo espantoso, como si fuera una bomba de esas que vemos que están tirando ahora en Ucrania». Son las cuatro menos diez de la tarde del lunes 11 de julio de 2022, y ese ruido no ... tiene que ver con ninguna guerra, como la mujer llegó a pensar, de puro susto. Lo que le ha abierto los ojos de golpe ha sido un rayo. Ha caído en la portilla del Cid, o sea, a tiro de piedra de su casa en Cabezo, alquería de Ladrillar, en Las Hurdes. Un rato después de ese sobresalto inolvidable, a ella y todos sus vecinos les desalojaron del pueblo. Y en las horas y días siguientes, se vaciarían temporalmente otras cinco poblaciones de la comarca cacereña.
Lo cuenta la mujer a la puerta de su casa –«es muy grande y muy bonita, seis dormitorios tengo», detalla–, mientras sujeta con las dos manos un par de moldes de los que convierten el agua en pequeños cubitos de hielo. Hace solo unas horas que la han dejado regresar a su vivienda, o sea, a su vida. «Estamos limpiando los congeladores –explica–. Como se fue la luz, se apagaron todos los aparatos y se nos ha descongelado todo. Y tenía comestible para un año. Todo se ha podrido. Una pena. Un montón de dinero perdido».
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Eso que apagó luces, desenchufó neveras, reventó siestas primero y luego noches enteras de sueño fue un incendio. El mayor que ha sufrido Extremadura en lo que va de verano. Se llevó por delante 3.239 hectáreas de monte en la parte más alta de esta comarca cacereña que ya sabe latín sobre montes quemados. Casi a la misma hora pero tres días después del inicio de este fuego, saltó otro un poco más abajo en el mapa provincial, en concreto en Casas de Miravete. Acabó fundiendo a negro 2.854 hectáreas, 480 de ellas en el parque nacional de Monfragüe, el espacio natural más protegido de la región. Y como si fuera obligatorio cumplir el dicho popular, 48 horas más tarde se declaró un tercer fuego, esta vez en Jerte, donde ardieron 168 hectáreas del paraje Garganta de los Infiernos, buena parte de ellas en la zona catalogada como reserva natural. Tres incendios importantes en una misma semana es algo que no ocurría en la comunidad desde hacía años. Una excepcionalidad que detuvo las vidas de cientos de extremeños durante días.
«Cayeron cuatro gotas mal caídas, lo que había eran rayos», recuerda Gabriela Gómez, que la tarde del lunes 11 conducía camino de Las Mestas, donde vive. Iba a recoger a su pareja, que trabaja en la hospedería Hurdes Reales. «Eran las cinco de la tarde. Yo venía de Plasencia, y a la altura de Vegas de Coria, vi el humo saliendo de la montaña. Calculé que sería por la zona de Nuñomoral, pero al ir acercándome y sobre todo al llegar a la hospedería, me di cuenta de que estaba más cerca. Se veía un foco, pero pequeño. Y seguían cayendo rayos. Llamé a mi ex y padre de mis hijos, y me dijo que estaban ya con el incendio, porque él es alcalde. A la media hora larga o una hora, me llama mi hijo de once años, que estaba con su padre y los abuelos, y me dice 'Mamá, que nos desalojan de Ladrillar'. Y yo pensé '¡Pero cómo va a haber llegado ya el fuego a Ladrillar!'. La gente decía que Cabezo (situado junto a Ladrillar) estaba ardiendo. Volví a llamar a Santi (Santiago Domínguez, alcalde de Ladrillar y por tanto también de sus alquerías Cabezo y Las Mestas) y me dijo que estaba liado intentando que las llamas no llegara a las casas del pueblo. Entonces llamé a Gabi, un amigo de Cabezo, y me dijo que sí, que sí, que el fuego estaba muy cerca de las casas».
En esa situación, Gabriela tuvo clara la prioridad: ir a buscar a sus hijos. «Quedé en recogerlos en el alto de Casares –relata la joven–, y al llegar allí, estaba lleno de gente que iba huyendo del fuego. Como a los niños les habían llevado sus tíos y sus abuelos a Serradilla del Llano (ya en la provincia de Salamanca), me fui para allá. De camino me encontré con la Guardia Civil, que me paró y me dijo '¡Dé la vuelta, que viene el fuego!'. Era una situación que daba miedo. Le di la vuelta al coche en mitad de la carretera, le metí tralla y me fui a Serradilla. Y desde ahí, para volver a mi casa en Las Mestas, me tocó dar un rodeo. Como había fuego también en El Maíllo (Salamanca), tuve que ir por Ciudad Rodrigo».
gabriela gómez
josé luis rubio
Jerte, campin Valle del Jerte
La joven reconstruye su historia tras el mostrador de la tienda de 'El tío Picho', un empresario de la miel ilustre en la comarca y la región. Frente al comercio está la casa de Saturnino Redón, que emigró a Barcelona en los años sesenta y regresa a Las Mestas en verano. «Me enteré de que podía volver al pueblo dos horas antes de subir al tren en Barcelona», cuenta el hombre. «Esto del incendio en el pueblo –reconoce– lo hemos vivido fatal, viendo las noticias por todos lados para ver cómo evolucionaba la situación minuto a minuto».
Igual que Asunción Bravo. «Estos días hemos estado pegados a las noticias», dice esta otra emigrante que también vuelve a casa cada vez que puede. «Cuando nos desalojaron, cogimos el coche y nos volvimos a Madrid, que es donde vivimos, pero estaba deseando volver al pueblo», reconoce la mujer.
Esas noticias que ella y Saturnino seguían con inquietud hablaban también de Casas de Miravete, cuyo alcalde estaba en plena siesta cuando le sonó el móvil. «Era el 112, para informarme de que teníamos un incendio», recuerda el regidor. «Inmediatamente salí de casa y me puse a trabajar en el incendio –cuenta–. Desde que lo vi, sabía que era fuerte. Por donde estaba, tuvimos claro desde el principio que llegaría a la sierra, porque en esa zona hay mucho combustible».
No se equivocó el alcalde, que en los tres días siguientes apenas durmió. «Solo un par de horas el último día –asegura–. El resto del tiempo lo he pasado ayudando en el incendio. Yo era el único que podía entrar en el pueblo, acompañado por la autoridad. Sientes impotencia al ver lo que está pasando. Y el viernes por la noche sentí miedo. Porque parecía que el pueblo se podía quemar. Había llamas muy altas y mucho viento. Se veían bolas de fuego saltando de un lado a otro. Parecían fuegos artificiales».
juan luis curiel
Alcalde de Casas de Miravete
asunción bravo
Vecina de Las Mestas
Al final, las casas se salvaron, y hoy, con el incendio controlado pero no extinguido, parte del trabajo diario del alcalde de Casas de Miravete se centra en arreglar lo que el fuego estropeó. La piscina, que es uno de los reclamos turísticos de la localidad, se quedó sin varias sombrillas, por el aire que movieron las aspas de los helicópteros que cargaron sus helibaldes en la pileta. «Las sombrillas –apunta Curiel– son un detalle muy menor, lo importante es la gente que ha perdido sus olivos, yo mismo los he perdido también, y los daños en servicios básicos, como las tuberías, que estamos ahora arreglando».
La rutina calma del verano en el pueblo también se rompió dos días después en Jerte, esta vez no a las cuatro de la tarde sino a las diez de la noche. A esa hora, José Luis Rubio atendía la recepción del campin Valle del Jerte, que está a un minuto andando del centro de interpretación de la reserva natural Garganta de los Infiernos, a la que pertenecen la mayoría de las 168 hectáreas quemadas hace unos días. El fuego se ha quedado lejos de él, y quien vaya a él no encontrará huella alguna del fuego. Pero la noche y el miedo confunden. «Serían las diez y media de la noche cuando un cliente que venía de dar un paseo entró en la recepción y me dijo: 'Tienes un fuego en la puerta del campin'. Salí, empecé a andar y a andar y a andar y acabé llegando al pueblo de Jerte. Ahí ya sí vi que había fuego, en lo alto de la sierra. Volví al campin y lo primero que hice fue ir a buscar al cliente que me había avisado, para decirle que efectivamente había un fuego pero que estaba lejos, para tranquilizarle».
Después, apareció la Guardia Civil y trasladó también el mensaje de que no había nada que temer. «Aún así, un par de clientes dejaron sus parcelas porque tenían miedo y esa misma noche se fueron, y algún otro adelantó la salida por la incertidumbre que tenían», cuenta el recepcionista, que destaca «el excepcional despliegue de medios que hubo».
La UME (Unidad Militar de Emergencias) ya conocía el suelo que pisaba, porque «hace uno o dos años se alojaron en nuestros bungalós durante una semana, y estuvieron haciendo prácticas por toda la zona, con los drones», recuerda Rubio.
En Jerte, todo fue mucho más tranquilo que en Las Hurdes y Monfragüe. «A nosotros, la Guardia Civil nos sacó inmediatamente», rememora Benedicta en Cabezo, donde el fuego se quedó a las puertas de varias casas. «No nos dio tiempo a coger nada, ni el móvil siquiera. Es que bajaba la lumbre teso abajo y se extendía ya por el pueblo por todos sitios», evoca la vecina de Las Hurdes, que solo tiene buenas palabras para quienes le atendieron durante el tiempo que tuvo que pasar fuera de su casa.
Ella durmió unos días en un hostal en Montehermoso y otros en la antigua residencia de mayores de Azabal. «Hemos estado muy bien atendidos y muy bien alimentados, por una gente maravillosa», agradece la mujer antes de despedirse con prisas porque ya es hora de comer. Hoy toca tirar de recursos, que el frigorífico está vacío y en Cabezo no hay tiendas. Benedicta comerá patatas con cebolla, calabacines y zanahoria. En su casa. Esa casa suya grande y bonita, con seis dormitorios.
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