EL hartazgo de buena parte de los españoles con el 'conflicto catalán' juega a favor de los independentistas. Y juega también a favor de la política de apaciguamiento que ha emprendido el Gobierno de España y que se ha visualizado esta semana en Barcelona. Vemos a Torra en la televisión y cambiamos de canal, hastiados del interminable desafío independentista. Qué hagan lo que quieran, es la reacción que provoca a menudo la cansina insistencia en el mismo discurso plagado de falsedades.
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Esa acusación permanente al 'estado represor' con la que se despachan los líderes independentistas cada vez que hablan de España; ese desparpajo con el que desprecian las leyes que a todos nos obligan; esa apelación del presidente de la Generalitat a la 'nación milenaria' que es Cataluña. Por momentos entra la duda de si Sánchez no estará de viaje oficial en Egipto (ese sí milenario) y no en Barcelona, la capital de una comunidad autónoma española. Todavía.
A estas alturas ya sabemos que la invención de una historia heroica es el menor de los atropellos cometido por un independentismo que tiene una relación muy distante con la verdad. Si tergiversan los hechos a los que todos asistimos en 2017, ¡cómo no van a hacerlo con lo que pasó hace doscientos o mil años!
Con su visita adornada de grandilocuencia Sánchez le ha regalado a Torra el tratamiento de jefe de la fantástica República Catalana. A cambio, el independentismo le franquea el camino para lograr el objetivo que ansía, y si continúa por esa vía y a esta reunión le sigue la mesa entre gobiernos podrá tener el apoyo a los presupuestos generales y continuar en la Moncloa. Y no hay discursos, por almibarados que sean, que puedan ocultar esa realidad.
Pero en la visita al Palau no solo hubo pompa y mossos vestidos como para recibir a la reina de Inglaterra. Escondido entre la hojarasca de la retórica, Sánchez deslizó el jueves un mensaje destinado a borrar la historia de lo que ha ocurrido en los últimos años, la historia del 'procés'. Con su apelación a que no podemos seguir con el 'empate eterno' Sánchez nos vende el último truco de su factoría y nos quiere convencer de que no ocurrió lo que ocurrió, lo que todos vimos con nuestros propios ojos: que los gobernantes de Cataluña se saltaron la ley y la Constitución.
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A la vista de los discursos y las imágenes cualquiera diría que el pasado jueves se produjo el encuentro, 'el Reencuentro' según terminología monclovita, de dos naciones enfrentadas, dos estados soberanos que han puesto fin a una guerra y cuyos gobernantes se reúnen para iniciar las conversaciones de paz. El armisticio.
Aquí algo no cuadra. ¿Acaso no fue el PSOE de Sánchez, estando en la oposición, el que avaló la aplicación del artículo 155 que promovió Rajoy y aprobó el Senado en el otoño de 2017? ¿Con qué Sánchez nos quedamos los españoles? ¿Con qué PSOE?
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En esta larga historia de autodesmentidos lo que resulta obvio es que, además de Sánchez, también los partidos independentistas han cambiado de estrategia. No van a declarar otra vez la independencia por las bravas. Ya aprendieron que así se estrellaban contra un muro y ahora van a dar un rodeo. Van a ir conquistando poco a poco, o mucho a mucho, depende de la firmeza del Gobierno, más y más cuotas de poder. Cuentan para ello con un arma imbatible: la necesidad que tiene Sánchez de sus votos para seguir en la Presidencia. Quieren la soberanía y la van a comprar en cómodos plazos. Día a día, mes a mes, concesión a concesión. La mayoría de los españoles asistiremos a esta ceremonia de la concesión (y de la confusión) entre el desinterés y el cansancio. Muchos ciudadanos acabarán pensando: que les concedan lo que piden y que dejen de dar la lata, que nos tienen hartos.
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