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J. López-Lago
Viernes, 2 de marzo 2018, 08:07
En Extremadura había un Talgo para conectar por tren Badajoz y Madrid que a finales de 2010 dejó de prestar servicio. Ayer a las siete y cuarto de la mañana volvió a cubrir este trayecto. Se presentó en el andén la delegada del Gobierno, Cristina Herrera, que lo visitó por dentro y trató de enumerar unas ventajas en el nuevo servicio que prácticamente nadie ve. A los somnolientos viajeros se les notó poco o nada ilusionados con la novedad. Se basan en que tarda y cuesta prácticamente lo mismo. Algunos incluso lo consideran menos práctico porque este no tiene compartimento para bicicletas.
Como suele ocurrir, el tren estaba prácticamente vacío, con una ocupación que apenas llegaba a una tercera parte de una capacidad distribuida en dos compartimentos de preferente, cinco de turista y otro que es una cafetería, la gran novedad aunque al adquirir el billete en Internet todavía no se informe de ello.
La mayoría de los viajeros que subieron en Badajoz iba a Mérida, como Isidro Figueredo, que trabaja en la Consejería de Educación: «Las condiciones para los funcionarios van a ser las mismas, solo esperamos que no empeoren mientras seguimos esperando el tren de alta velocidad», decía mientras tomaba asiento en una de las 174 plazas, de las cuales a esa hora Renfe había vendido 77 billetes.
Los tiempos que tarda este tren son prácticamente los mismos y nada asegura que éste sea más fiable, pues ayer en su reestreno se retrasó 16 minutos en su llegada a Madrid. Los responsables de Renfe allí presentes desconocían su procedencia, pero en general, existe la sensación de que se trata de una maquinaria despreciada en otras comunidades que han enviado a Extremadura, el lugar de España más atrasado en comunicaciones ferroviarias, una losa que sigue pesando a la hora de valorar cualquier iniciativa de Renfe.
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Este Talgo es de la serie 6 (hay hasta 8), surgida en 1990 que ha sido remodelada por fuera y por dentro hace año y medio. Para ponerlo en contexto, supera técnicamente al tren anterior (R-598 y R-599), pero evidentemente no es un AVE ni tampoco un Alvia o un Altaria, trenes que usa Renfe en el resto de España y que en Extremadura no merece la pena poner en servicio porque las vías que tenemos no aprovecharían sus prestaciones de velocidad. La mayoría de viajeros consultados ayer conoce de sobra el símil que explica la situación de las infraestructuras ferroviarias extremeñas: «Está muy bien tener hasta un Ferrari, pero si vamos por un camino de tierra vamos a estar limitados siempre».
El nuevo Talgo te pone en Madrid desde Badajoz en cinco horas y nueve minutos, en teoría, pues ayer se retrasó más de un cuarto de hora. Desde Mérida tarda 4 horas y 12 minutos, y desde Cáceres en tres horas y 23 minutos. Los precios son, en clase turista, 41,90 euros, 38,50 euros y 34,10 euros respectivamente. Desde Badajoz hace 11 paradas, siete de ellas en Extremadura y la llegada es tanto a Atocha como a Chamartín. Desde Badajoz, el trayecto hasta Mérida es de 36 minutos. Allí para ocho minutos, por lo que hasta Cáceres se tarda desde la capital pacense una hora y 44 minutos, prácticamente lo mismo que con el anterior tren.
Entre Badajoz y la capital un día como ayer hay hasta siete trenes con horarios diferentes y solo el de las 7,17 es Talgo, el resto siguen siendo trenes regionales de media distancia como el que se acaba de suprimir.
Como manda la ley, es accesible y tiene tanto un baño como espacio para personas con movilidad reducida. Entre la mejoras que ha introducido Renfe con este Talgo destacan un aspecto interior más moderno, algo más de espacio entre los asientos y una cafetería. Hay que decir que este servicio te da de desayunar un café en vaso de plástico, una tostada con aceite y tomate en pan de mollete que terminan de hornear en trayecto y un botellín de agua por 6,30 euros. Otras referencias son un sándwich mixto a 4,90 y una lata de Coca-Cola a 2,60.
Igual que en el anterior tren tiene enchufe para conectar dispositivos, aunque ayer algunos usuarios no lo encontraban al estar menos visible, concretamente bajo el asiento. También se reparten auriculares para seguir el contenido de las pantallas –ayer el viaje empezó con un documental sobre Maradona–.
Para Miguel Ángel de la Calle, pacense que viaja hace cinco años a Mérida en tren, este Talgo no le vale. Le gusta desplazarse en ferrocarril porque lo considera un método «seguro y que descongestiona las carreteras, te permite trabajar con el portátil y además para mí es una ventaja que la estación me deje a diez minutos andando de la plaza del Rastro, donde trabajo». Sin embargo, no ve lógico que hasta Madrid tarde lo mismo que un vuelo entre la capital y Boston. Además, se queja de que haya tenido que poner decenas de hojas de reclamaciones por los retrasos que sufre a la vuelta –«muchos de más de 30 minutos y jamás nos han informado del motivo o hemos escuchado una disculpa por megafonía», señala–.
Por otro lado, él, que ha residido en Bruselas y usaba este tipo de transporte público, compara algunas cuestiones, como las aplicaciones que te informan de los horarios en tiempo real o la ausencia del papel, ya sustituido por otras novedades tecnológicas. Su conclusión es que la innovación no es precisamente el sello de Renfe en Extremadura.
Es lo mismo que opina Edurne Sánchez, quien no entiende que se ofrezcan auriculares a los pasajeros cuando hoy día todo el mundo los trae de casa. Pero en su caso no es esto lo que peor lleva. Según comprobó ayer, el antiguo tren le permitía traer su bicicleta, aunque considere insuficiente las tres plazas que tenía. Lo malo es que el nuevo ha suprimido este hueco para ciclistas, lo cual le ha obligado a gastar 200 euros en otra plegable con la que se desplaza hasta su centro de trabajo en Mérida.
edurne sánchez, viajera
miguel ángel de la calle, viajero
«Me gustaría sugerir que teniendo en cuenta la particularidad de Extremadura, con una red deficitaria, pues que tengan la iniciativa de que aquí empiecen a cambiar las cosas. El uso del tren y la bici es un buen tándem que se tiene que incentivar. Eso no significa que pongan tres espacios y que cuando llega la cuarta se queda fuera, sino poner más, no menos, porque antes había más compañeros que traían bici y usaban el tren y ahora han empezado a ir en coche. Digamos que aquí se cubre el servicio, pero no se incentiva».
Jesús Pascual, otro de los funcionarios que viajaba ayer a Mérida, ha ido viendo en estos años cómo la gente que probaba el tren para ir a su trabajo volvía a usar el coche o el autobús porque los horarios no cuadraban. Mientras se acomodaba ayer en su asiento admitió que el nuevo Talgo parecía más confortable, pero su conclusión fue tajante: «Esto parece un paso más, pero no es suficiente».
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