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«¿Está usted tonto?»

APENAS TINTA ·

Martes, 1 de septiembre 2020, 08:40

Sobre el 20 de agosto ya empecé a soñar con el trabajo. Se equivocaría usted si cree que eran pesadillas: no, eran cosas normales, asuntos cotidianos de los hiperlocales de este periódico, conversaciones con corresponsales sobre informaciones que, si se las contara, las juzgarían con razón de poca importancia para como está el mundo. Pero me gustaba tener esos sueños. Despertaba, los recordaba y no me sentía amenazado ni me obligaban a pensar que los días se desvanecen demasiado de prisa; al contrario: me hacían sonreír de buena mañana.

Yo el 20 de agosto estaba de vacaciones y las disfrutaba como más me gusta: no haciendo nada, y sobre todo haciendo esa nada con desorden, sin rumbo, sin horas, perdiéndome sin encontrarme, afortunadamente. Una de las cosas que más me gustan de las vacaciones es caerme dormido antes de comer: la siesta del burro. ¡Qué sabios los burros! Después de comer también, por obra y gracia del vinho verde. Portugal merece reconocimiento eterno –¿dónde hay que firmar?– sólo por haber creado el vinho verde, que hace las comidas más dichosas del mundo, y luego las siestas, con lo buenas que están.

El caso es que sobre el 20 de agosto me despertaba y no hacía nada, o vagueaba si acaso, porque estaba de vacaciones, pero cuando me dormía soñaba con el trabajo. Y me parecía estupendo. Soñar con el trabajo, esperarlo, desear septiembre. Me dirá: «¿Está usted tonto?» Durante muchos años de mi vida le hubiera dado la razón. A quién se le ocurre soñar con el trabajo durante las vacaciones y encima gustarle. Pero ahora ya no estoy tan seguro. La raíz de este cambio de opinión es que dentro de muy muy pocos años me llegará el día legal de la jubilación y estoy empezando a temer que no será ese momento de felicidad que se proclama durante las comidas de despedida con los compañeros, las palmaditas en la espalda, las confesiones de envidia por parte de los que siguen en el tajo y las frases retóricas sobre la mejor vida en la que me estreno y lo mucho que te vamos a añorar. Estoy barruntando que todo eso es el inicio de un mal cuento. Que detrás de ese júbilo se esconde un abismo hacia el que uno se desliza persiguiendo el señuelo tramposo de creer que a partir de ese momento uno es el propietario de todo el tiempo, pero que al cabo de unos pocos meses, más o menos cuando la niebla se va disipando mientras deshaces las maletas del segundo viaje de placer, uno se da de bruces con el amargo arrumbadero en el que tú solito te has instalado justamente desde el aciago día en que dejaste de trabajar. Y entonces soñar con el trabajo será, al contrario que ahora, la peor de las pesadillas porque, sea el que sea su motivo, serán sueños imposibles.

Conforme se acerca el día, uno empieza a barruntar que eso de la jubilación es un mal cuento

Por todo esto y abusando de su paciencia por hablar de mí, escribo estos párrafos con la aliviada alegría de saber que es la manera de decirle a usted que con ellos vuelvo al trabajo y que con el trabajo se cumple el reencuentro soñado y todavía a salvo del arrumbadero. ¡Viva septiembre! Y llámeme tonto si quiere. Con gusto, lo acepto.

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