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Desayuno cacereño con tostada, bowl, café, zumo y té. E.R.

El trauma de las galletas María

Porridge y aguacates. La moda del desayuno va de la cachuela y el churro a la catalana y el bowl

Sábado, 29 de octubre 2022, 08:00

Hace muchos años, viniendo del Pirineo, paramos a desayunar en la terraza de un bar de un pueblo de Lleida, en plena carretera general, y ... vimos a unos viajeros de la zona tomando dos huevos fritos, una tostada con jamón y un café con leche. Nunca había visto desayunar una tostada impregnada de aceite y tomate con unas lonchas de jamón serrano encima, pero inmediatamente nos sedujo la idea y mi mujer, mi hijo y yo, pedimos lo mismo que los de la mesa de al lado.

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El camarero, señalando el desayuno de los vecinos, nos dijo que si la tostada que queríamos era la catalana. Respondimos que si la catalana era la de pan de payés con tomate, aceite y jamón, pues que sí. Desde luego, fue uno de los mejores desayunos que recuerdo, supongo que porque estábamos a finales de los 80 y aún no se habían hecho populares las tostadas catalanas, que, pocos años después, empezaron a conocerse en Extremadura, eso sí, cambiando el serrano por el ibérico y el gentilicio catalana por extremeña, lo que no deja de ser una tontería tan nacionalista como si allí hablaran de migas ilerdenses o copiaran en el Empordá la patatera y la llamaran morcilla de Palafrugell.

Dejando a un lado los gentilicios y los nacionalismos, hay que reconocer que el desayuno es una comida muy dependiente de las modas. En mi infancia, desayunábamos un Colacao con unas galletas María. Era una manera poco estimulante de empezar el día. Leía en aquel tiempo los libros de Los Siete Secretos y otras historias juveniles escritas por Enid Blyton, una novelista inglesa que describía unos desayunos inimaginables para un niño español de los 60.

Los Siete Secretos desayunaban bacon, judías, salchichas, huevos revueltos, tomates asados, té, bizcochos, pasteles de crema y algo llamado porridge consistente en copos de avena con arándanos, anacardos y fruta fresca. En aquel tiempo, en España no conocíamos los arándanos y si alguien hablaba de anacardos, pensábamos en plantas con pinchos.

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Así que mi infancia son recuerdos de desayunos literarios ingleses, que no pude probar hasta que en el verano de 2001 cruzamos en un ferry el canal de la Mancha y nos alojamos en un 'bed and breakfast' de la campiña de Canterbury. Antes de bajar a probar mi soñado desayuno 'british', le dijimos a nuestro hijo que se portara bien y no lamiera la tapa de los yogures. Nos sentamos a la mesa, junto a otros huéspedes de la casa, y la primera en la frente: todos lamieron la tapa de los yogures mientras nuestro hijo nos miraba perplejo. Aquel desayuno solo tenía de Enid Blyton un tomate chamuscado y la dueña de la casa y sus huéspedes ingleses se rieron de mí porque enseñaba lengua española a niños españoles. Aquel día descubrí que la serie 'Los Roper' estaba inspirada en familias reales y que Enid Blyton se inventaba los desayunos.

Los extremeños somos un pueblo que desayuna churros, migas y cachuela, almuerzos contundentes para gente esforzada. Dicen que las tostadas suculentas de Badajoz las inventaron en Almendralejo y que la pasión por los churros se desarrolló en Cáceres gracias a una familia cordobesa, los Ruiz. Después, llegarían las tostadas catalanas y más adelante, los desayunos de novela juvenil a base de tostadas con aguacate, salmón ahumado, queso edam, cebolla morada, tomates cherry y huevo poché en compañía de un bowl de plátano con leche de avena y muesli. Si le sumamos el auténtico porridge británico, que va a empezar a servir una cafetería de la plaza Mayor de Cáceres, lograré, por fin, desayunar como mis héroes de Enid Blyton y superar el trauma de las galletas María.

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