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Celestino J. Vinagre
Martes, 3 de mayo 2022, 07:40
Una extraña pileta o bañera; los restos de un caballo y un perro sacrificados en sus proximidades; un caldero, un brasero e innumerables piezas de bronce (puntas, flechas, cuchillos); una ánfora y otros restos de cerámica; y una cenefa decorada que es la primera decoración documentada de la civilización tartésica. El inventario de nuevos hallazgos en el yacimiento de Casas del Turuñuelo empieza a engordar tras el reinicio de las excavaciones casi cuatro años después de que se clausuraran. Ahora, en manos de la Junta tras ser expropiado el terreno a sus antiguos dueños, vuelven a mostrar la inconfundible escena de picos, palas, carretillas repletas de tierra, y una expectación máxima por lo que se pueda encontrar cada día de trabajo.
Cinco técnicos y cuatro peones (con trabajadores procedentes de Zalamea de la Serena y de varias provincias andaluzas) trabajan de lunes a viernes, entre las siete y media de la mañana y las dos de la tarde, en el que es considerado el mejor yacimiento conservado de los descubiertos en los últimos tiempos en España. El símbolo de la civilización tartésica. Tarteso es el nombre con el que los griegos conocían a la que creyeron que fue la primera civilización de occidente.
«Melchor, ¿esto que puede ser? ¿La dentadura de qué animal?, pregunta al pie del túmulo Esther Rodríguez, codirectora del proyecto Construyendo Tarteso, que lidera junto a Sebastián Celestino. Melchor es un peón de Zalamea que ya ha trabajado antes en el también conjunto tartésico de Cancho Roano y al que, además de su destreza con el pico para desenterrar, le gusta la caza.
«Debe ser de un conejo», responde el trabajador ilipense. Efectivamente lo es, confirma Rodríguez. «Aquí nos queda mucho trabajo por delante y cada día nos puede deparar una sorpresa», agrega inmediatamente Celestino mientras el sol empezaba a dejarse notar en el mediodía del pasado miércoles.
A unos seis kilómetros de la pedanía metelinense de Yelbes, el casco urbano más próximo al yacimiento, en el término municipal de Guareña, el yacimiento saltó al estrellato cuando se descubrió en él una escalera que baja a lo que fue el patio de ese edificio. Se sabe que los tartesos incendiaron este recinto, lo sellaron con arcilla y lo abandonaron.
Esa escalinata de grandes sillares de piedra, de casi tres metros de altura, conducía a la primera hecatombe animal documentada (sacrificio de más de medio centenar de ejemplares) del Mediterráneo occidental: allí se encontraron los huesos de 41 équidos (la mayoría caballos, pero también mulas y un asno, así como varias vacas, cerdos y un perro). No muy lejos de allí, antes, en el año 2015, se encontraron los restos humanos de un centinela.
El 4 de abril se reiniciaron las excavaciones, con un parón de unos días a causa de la lluvia y las fechas centrales de la Semana Santa, y ahora se encuentran en plena efervescencia.
Analizado el piso inferior del túmulo, ahora se disecciona el superior, que es donde han aparecido en una estancia la pileta o bañera, y sobre todo la llamativa cenefa, la primera decoración arquitectónica de Tarteso.
Distribuida en varios fragmentos, están decorados con lazos entrelazados en mortero de cal. «No sabemos a qué puede responder. Si forma parte de la decoración de la pared de una habitación , de una segunda bañera que pueda aparecer... Hay que seguir investigando», indica Esther Rodríguez.
En realidad, se han encontrado muchos trozos de cenefa. Los muestra la arqueóloga para el equipo de HOY y los deposita en una mesa. A modo de puzle, parecen que unas piezas encajan pero otras no. Y seguramente quedan más iguales por aparecer.
Al norte del túmulo, en ese parte más elevada, llama también la atención la pileta. Cerca de ella se han encontrado los restos de un caballo pero no hay indicios de que fuera una especie de abrevadero. «¿Para beber los animales en un piso superior? ¿Cómo subían?... Además, el pasillo de acceso es muy pequeño, como ella misma. Apenas habría espacio para agua», se cuestiona la arqueóloga y asiente Sebastián Celestino.
La certeza es que está hecha de ladrillo y revestida de barro. Se fabricó al mismo tiempo que el muro de un metro de alzado, aproximadamente, en la que está incrustado. Todo en una habitación, se deduce inicialmente, de unos 7,5 metros de largo y 1,5 de ancho.
Aunque se agolpan las dudas y las preguntas arqueológicas por resolver, hay ya otras respuestas según lo investigado. Y una de ellas tiene que ver con la hecatombe.
Sostienen los arqueólogos que los caballos sacrificados en el patio no entraron al mismo por la que se considera puerta principal. Lo hicieron por la puerta norte en una estancia aún cegada en gran parte por la tierra.
Mientras, los peones se afanan por seguir excavando, retirando decenas de metros cúbicos de tierra que permitan unir estancias y sacar a la luz nuevos elementos en el Turuñuelo.
Las estimaciones dicen que solo se ha sacado a la luz entre el 20% y el 30% del yacimiento, unos 6.000 metros cuadrados.
Se ven ahora, en este nuevo capítulo de excavaciones, decenas de piezas cerámicas, que se van agrupando en bolsas de plásticos antes de ser mandadas a un almacén. Una de las mejores conservadas son los restos de una ánfora, que se data en el siglo V antes de Cristo. «Son muchas piezas, casi todas en mal estado. Es normal», resalta la codirectora de la investigación.
Las primeras excavaciones se realizaron en 2014. En realidad, fue un primer sondeo para conocer «la potencia arqueológica del enclave y el arco cronológico en el que se insertaba la ocupación».
Desde 2015 se han sucedido tres campañas que han permitido sacar a la luz parte de un majestuoso edificio construido en tierra que conserva en pie sus dos plantas constructivas, ejemplo único de la arquitectura protohistórica del suroeste peninsular. Se conocen tres de las estancias que se localizan en la parte superior del edificio y el enorme patio en la parte inferior.
Los restos óseos de los animales de la hecatombe se encuentran en la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Extremadura en Cáceres. Antes, estuvieron en el Instituto de Restauración de Valencia.
La última vez que se pudo pisar el terreno fue en 2018, entonces en propiedad privada. Pero como el proyecto investigador extremeño sobre la civilización tartésica fue ganando relevancia por sus hallazgos, los dueños de la parcela decidieron que por allí no se podía pasar. Hasta entonces, la Junta pagaba un alquiler por poder investigar.
El Ejecutivo autonómico intentó llegar a un acuerdo para la compra de la parcela. Sus propietarios pidieron una cantidad de 220.000 euros. Se negoció y se cerró un pacto en unos 165.000 euros. Pero los dueños frenaron finalmente el acuerdo apalabrado.
El Gobierno regional decidió iniciar un proceso de expropiación que acaba de culminar –el coste para las arcas públicas ha sido de 27.000 euros según el justiprecio– e iniciaba el expediente de declaración de bien de interés cultural. Desde el pasado 24 de enero, la Junta de Extremadura es titular del terreno.
El proyecto 'Construyendo Tarteso' lo está desarrollando el Instituto de Arqueología de Mérida (dependiente del Ministerio de Ciencia a través del Consejo Superior de Investigaciones Científicas) y cuenta con la implicación también del Gobierno regional. Además, la Diputación Provincial de Badajoz también colabora de forma apreciable en la puesta en valor del yacimiento.
Todavía quedan muchas incógnitas por despejar sobre Tarteso, un pueblo prerromano que ocupó el suroeste de la Península Ibérica, entre las provincias de Cádiz, Huelva y Sevilla y la extremeña Badajoz, en el valle medio del Guadiana. Una cultura que comienza a formarse hacia el siglo IX antes de Cristo y termina en el siglo V.
No hay evidencias que expliquen la desaparición de Tarteso, una cultura envuelta en cierto misticismo y, por qué no decirlo, fascinación. El Turuñuelo puede ayudar a entender por qué llegaron hasta Extremadura.
Tradicionalmente, los arqueólogos sitúan el núcleo tarteso en el triángulo formado por Cádiz, Sevilla y Huelva pero, a partir de los años 70, con las intervenciones en Cancho Roano (Zalamea de la Serena) y en Medellín, Extremadura entra en el mapa de esta civilización prerromana.
Casas del Turuñuelo ocupa el triple de espacio que Cancho Roano y puede ayudar a documentar la tesis de que a partir del siglo VI a. C. se fraguó una cultura propia en el valle del Guadiana.
El equipo de investigación que estudia el yacimiento de Casas del Turuñuelo tiene previsto seguir excavando hasta inicios del verano. Es decir, quedaría poco más de mes y medio de excavaciones antes de parar y volver en septiembre. A partir de la tercera semana de junio, las condiciones climatológicas son más duras. «No tanto por el calor que se puede alcanzar, que también, sino por los mosquitos procedentes de los vecinos cultivos de regadío. Por eso debemos parar a partir de esa fecha», explica a este diario Sebastián Celestino. Los investigadores tendrán refuerzos para seguir sacando tierra del yacimiento. Se sumarán un total de 24 jóvenes estudiantes de arqueología e historia que, en dos turnos de trabajo, se sumarán al personal ya existente para seguir excavando en una joya tartésica de la que aún quedan muchos aspectos por descubrir. «Aún queda mucho trabajo por hacer y todas las manos que vengan para ayudar son buenas», remata Esther Rodríguez.
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