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Valdecañas: los pájaros y el hombre

Valdecañas: los pájaros y el hombre

Manuela Martín

Badajoz

Domingo, 5 de julio 2020, 09:12

SALVO que el Tribunal Supremo revoque el auto dictado por el Tribunal Superior de Justicia de Extremadura, estamos ante el punto y final al largo pleito que ha acompañado la construcción del complejo turístico Isla de Valdecañas.

Los jueces han valorado la ingente documentación acumulada sobre el caso y han decidido lo que jurídica y socialmente parece más razonable: conservar lo construido y ordenar la demolición de las zonas no terminadas.

El auto judicial reconoce lo que quienes hemos seguido el pleito sabemos: que en la construcción de Valdecañas no se respetó la ley, por lo que el complejo fue declarado ilegal por los tribunales; pero da un paso más al sentenciar que la demolición de lo construido, tal como han reclamado los ecologistas, produciría más daños que beneficios.

Los jueces no comparten la postura maximalista de las asociaciones conservacionistas de que, dado que el complejo es ilegal, hay que derribarlo caiga quien caiga y perjudique a quien perjudique. Al empleo, a los pueblos colindantes, a la propia Isla de Valdecañas.

Con esta decisión el tribunal extremeño está en sintonía con buena parte de una opinión pública que se ha manifestado a favor de la pervivencia del complejo. Solo los ecologistas más radicales han mantenido sin fisuras la postura de que había que tirarlo.

«Hágase justicia y perezca el mundo», parece haber sido la posición de Ecologistas en Acción y Adenex, insensibles al hecho de que los pueblos de la zona pedían que no se derribara porque ello supondría destruir el empleo y la actividad económica que ha generado. La constatación de que la existencia del complejo y su funcionamiento no suponen una agresión al medio ambiente, tal como recoge el Tribunal Superior, hace todavía más razonable el fallo judicial. En un país en el que tantos 'ecocidios' se han cometido y se cometen, no parece que Valdecañas sea el mayor problema ecológico de la región, por más que se incumplieran las normas urbanísticas en su aprobación.

En Valdecañas, tal como han puesto de manifiesto conservacionistas menos radicales que los demandantes, pueden convivir sin problemas los pájaros y el hombre. Los propios vecinos de la zona han insistido una y otra vez en que antes de que se construyera el complejo la isla de Valdecañas se parecía más a un vertedero que a un paraíso, por más que estuviera declarada zona ZEPA. Y quienes defienden que la mano del hombre no altere la naturaleza tampoco deberían olvidar que la propia isla de Valdecañas es una creación artificial dentro de un pantano también artificial. Los humanos siempre hemos modificado nuestro entorno.

El hecho de que Valdecañas no se derribe nos ahorrará muchos millones a los contribuyentes extremeños, pero más importante que ese dinero es el mensaje que transmite el auto: en Extremadura no todo proyecto turístico o industrial está necesariamente abocado al fracaso.

Se ha asentado la idea de que nuestro único futuro es convertirnos en el paraíso de los pájaros porque cualquier iniciativa de desarrollo tiene que salvar el 'NO' de asociaciones y partidos más preocupados por preservar el medio ambiente que por el empleo de los extremeños. No debería ser así. Extremadura cuenta con unos espacios naturales y una calidad ambiental por encima de la media europea y española. No debería haber incompatibilidad entre el desarrollo sostenible y la preservación de la naturaleza. Salvo que nuestra única apuesta fuese en favor de una naturaleza virgen, no turbada por ninguna actividad humana salvo la de los avistadores de aves.

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