Borrar
¿Qué ha pasado hoy, 11 de febrero, en Extremadura?
Vendas

Vendas

Elegir el tamaño, textura y color de esta venda no iba a ser tarea fácil, me dijo, ya completamente recuperado de mi ganchito de izquierda

Miércoles, 13 de noviembre 2019, 09:56

Deme una alegría, por favor. Se lo dije así, de sopetón, con ese tono guasón que me caracteriza para bien y para mal. No le di tiempo ni a ubicarse, por si las moscas. Mi gancho de izquierda no le machacó la testa ni le removió la masa cerebral que, esperaba, rebotase para el lado que consideraba bueno -o menos malo-, aunque sabía que era imposible, que le iba a rebotar en todas las direcciones posibles hasta detenerse en ese duro cráneo que lo protege y aprisiona. Así que cuando recobró la visión, limitada por las anteojeras que se había empeñado en lucir como un estandarte vikingo, lo percibió todo como antes del galletazo a traición que le había arreado; ligeramente aturdido al principio, sí, pero sin ningún gran cambio deseable o necesario en los confines habituales. Porque no esperaba grandes mutaciones y yo tampoco las albergaba, conste, y a los hechos me remito. Le confesé, aprovechando que aún estaba reseteando el disco duro de su consistente inconsciencia, que me podría haber alegrado el día, aunque solo fuese un poco, y más que nada porque en el borde del precipicio la caída siempre se supone más espachurrante de lo que al final resulta ser, aunque el trompazo sea, a todas luces, de órdago, y en la próxima ocasión ni con el instructor de salto ni con el doble paracaídas de seguridad nos aventurásemos a lanzarnos.

Como no había forma, me propuse que tan solo me permitiese alegrarme el día por el método de la venda. Elegir el tamaño, textura y color de esta venda no iba a ser tarea fácil, me dijo, ya completamente recuperado de mi ganchito de izquierda. Total, que me puse a mirar a conciencia vendas posibles y me parecieron todas un tanto endebles, como de no resistir ni un primer tirón, como finalmente se ha visto, así que sopesé la opción de decantarme por un tanque de aislamiento sensorial que me pareció excesivo entonces, conste, pero que me podría haber evitado disfrutar en tamaño panorámico de lo que ya muchos intuíamos si dejábamos de mirar el desconchón en el muro de nuestro universo ideal de demandas no satisfechas.

Además, tras el sangrado que me habían provocado las comuniones de niños a los que no me unía parentesco alguno y de las bodas recalcitrantemente horteras en las que había tenido que aflojar, al menos, el precio de varios tenedores y cuchillos -sin afilar demasiado, por supuesto, por lo que pudiera acontecer-, le expliqué a quien pretendía que me alegrase el día, que un servidor arribaría a las inminentes fiestas de amor y regocijo familiar con el bolsillo canino y las fuerzas a ralentí, por lo que no habría modo de recuperarse anímicamente, a pesar del espumillón y las botellas de cava regadas al tuntún.

En un intento de enmendar su incapacidad para alegrarme el día, me sugirió que me vendase a lo Tutankamón, que fue un faraón perteneciente a la dinastía XVIII de Egipto, que reinó de 1336 a. C. a 1327 a. C.

Le agradecí el gesto, cómo no, y hasta el dato, pero le advertí que no confiaba en que vendarme el cuerpo entero me dejase mucha movilidad a la hora del turrón, y que en cada cita electoral, por cierto, se me atragantaba, si cabe, una mijina más.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

hoy Vendas