Cada vez que la alcaldesa pedánea de Puerto Rey por parte castellano-manchega va a por el pan a la pequeña tienda de la gasolinera del pueblo se salta el estado de alarma. Porque su casa está en una provincia y ese negocio en otra. Y menos mal que la churrería y el bar están cerrados, porque si estuvieran abiertos y los agentes de la autoridad se pusieran en plan estajanovista, podrían empapelar el pueblo con las multas de sus vecinos. De los seis negocios que hay en el municipio (30 habitantes según el INE), cuatro están en el término de Alía (Cáceres). Son los dos hostales con restaurante, el bar, la grúa y la empresa de alquiler de embarcaciones acuáticas y guía de pesca. La gasolinera y la churrería están en el de Sevilleja de la Jara (Toledo), donde está prohibido salir del municipio porque allí aún están en la fase cero de la transición a la normalidad posterior al coronavirus. Eso obligaría a Antonia López, la alcaldesa, a pedir la compra por Internet, pero seguramente nadie se la llevaría, dadas las restricciones a la movilidad vigentes en Toledo y dada también la ubicación de la localidad, en la periferia de la periferia de las provincias de Cáceres y Toledo, justo en mitad de la línea que separa Extremadura de Castilla La Mancha. Un requiebro geográfico que coloca a los vecinos de Puerto Rey en el grupo de aquellos a quienes los mapas les ponen difícil cumplir la ley.
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Aunque de otra manera, les ocurre algo parecido a los de Valdelamatanza (Salamanca), que por cercanía y por convenio entre sanidades autonómicas van al médico a Aldeanueva del Camino (Cáceres). Y en otro orden, a los de El Gordo y Berrocalejo. Su población de referencia en la provincia es Navalmoral de la Mata, pero no hay forma de llegar a ella en coche sin circular por otra provincia. Durante cinco kilómetros la autovía A-5 discurre por suelo toledano. También se pisa provincia limítrofe en el viaje de Tamurejo a Garbayuela, en el de Higuera La Real a Oliva de la Frontera y de Carabusino a Riomalo de Arriba.
El sentido común ha hecho que hasta ahora no haya habido problemas, pero si la Guardia Civil desplegara un control en el puente de la autovía, que no sería la primera vez, y se pusiera estricta, podría sancionar. «No es un tema por el que me hayan preguntado los vecinos», aclara Silvia Sarro, alcaldesa de El Gordo por el PP. «No hemos tenido ningún problema por esta situación», coincide Ángel Pedro Martínez, regidor socialista de Berrocalejo que sin embargo, sí relata algunas situaciones que enrarecen el día a día de sus paisanos.
En su pueblo no hay tienda. Los lunes les visita el chico de la furgoneta de los congelados, pero la de las frutas y verduras ya no pasa, porque al no ser productos embalados no pueden venderse de forma ambulante. En esta situación, no queda otra que comprar comida en otro pueblo. Navalmoral está a 27 kilómetros (23 minutos de viaje), pero los hay que prefieren ir a El Puente del Arzobispo, que está a 18 kilómetros (19 minutos) y ya es Toledo.
«Hay muchos vecinos que de toda la vida compran en El Puente del Arzobispo, y que siguen haciéndolo», explica el alcalde de Berrocalejo. Una costumbre de siempre consolidada aún más ahora, con la población multiplicada. «Somos 55 vecinos –detalla Martínez–, pero desde que empezó el confinamiento hay 123 personas viviendo aquí, porque muchas, la mayoría residentes habituales en Madrid, se vinieron para acá antes de que empezara el estado de alarma». «Tenemos muchos vecinos mayores –continúa el regidor– que por miedo a contagiarse prefieren salir de casa lo menos posible, y por eso hacen la compra cada 15 días en El Puente del Arzobispo. Llaman a la tienda por teléfono, les hacen el encargo y cuando llegan allí no rozan con apenas nadie porque solo recogen la compra, pagan y se vuelven».
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Más abajo en el mapa aparece Castilblanco, con un mercadillo famoso en la zona y al que acuden muchos vecinos de Puerto Rey, a 20 minutos en coche. «Pero a Castilblanco no podemos ir, ya es provincia de Badajoz», explica Antonia López, la alcaldesa pedánea por Sevilleja de la Jara. Si ese mercadillo reabriera y a algún habitante de la parte manchega de Puerto Rey le diera por ir, firmaría el triple incumplimiento, al pisar tres provincias en veinte minutos de viaje. Una anécdota geográfica que el coronavirus ha elevado de categoría.
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