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A más de 400 familias extremeñas la covid-19 les arrebató un trozo de su vida en la primera ola. Les robó lo que más querían. Un padre, un hermano, una madre, un abuelo. A algunos hasta les quitó la posibilidad de decirles adiós. Fue al principio, cuando a los móviles aún llegaban mensajes con chistes sobre un coronavirus del que poco se sabía. Se habló de él como una simple gripe que venía de China, pero aquí ya se estaba cebando de dolor. Así empezó esta pesadilla para las primeras víctimas de la pandemia. Hoy, ocho meses después, homenajean a sus seres queridos con palabras. Cuando los perdieron no lo pudieron hacer con abrazos. Sus duelos están heridos.
Gema, Carla, Dionisio y Pablo lo cuentan conteniendo las lágrimas, pero sacan fuerzas para lanzar un mensaje que conciencie. Lo que han pasado ellos le puede suceder a cualquiera.
Gema Silveira, hija de Bernardo Silveira (Cáceres)
Gema Silveira y sus cinco hermanos perdieron a su padre debido a la covid-19 al principio de la pandemia. Bernardo falleció en Cáceres el 31 de marzo. Desde entonces intentan cicatrizar una herida difícil de curar. Suelen acercarse al lugar en el que pasaba muchos de sus días. Le tenía especial cariño a un rincón que está en la plaza de Colón, en la capital cacereña. Es su forma de recordarle, de sentirle cerca. Cuando se marchó no pudieron despedirle como se habría merecido.
Bernardo ingresó por otras patologías en el hospital San Pedro de Alcántara el día que empezó el estado de alarma. Mejoró y le dieron el alta. Sin embargo, ya en casa, empezó a tener fiebre y problemas respiratorios. A finales de marzo se intentaba agarrar a la vida con muchas dificultades para respirar. Así que le volvieron a ingresar. «Esos días fueron de preocupación máxima. Fueron muy duros porque no pudimos estar con él. Preguntaba por nosotros y no entendía por qué no podíamos estar con él. Ahora le llevamos flores a su rincón favorito», comenta Gema.
En eso ha pensado muchas veces durante todos estos meses. «Es muy duro que cuando más te necesita no puedas estar con él. No pudimos hacer nada cuando falleció, ni una pequeña ceremonia. Al menos en la funeraria nos avisaron de la hora que iban a sacar el féretro y pude verlo de lejos. No poder despedirte ha hecho que no pueda empezar el duelo», dice emocionada justo antes de referirse a su padre como «una persona tremendamente inteligente, con un gran sentido del humor y trabajador incansable que tuvo una vida muy difícil pero que jamás se quejó».
Dice que sus hermanos y ella tardarán en digerir lo ocurrido. «Todo ha sido muy poco humano, ha sido entre raro, triste e irreal». Lo duro es que el día a día les recuerda lo que sucedió. Ahora la historia se repite para muchas familias. «Creo que hay gente que está muy concienciada y cumple las normas, pero otros no asumen lo que está pasando y piensan que a ellos no les va a tocar», lamenta Gema.
Carla Domínguez, hija de Luis Domínguez (Zafra)
«Todo fue muy rápido», recuerda Carla, la hija de Luis Domínguez, el primer fallecido por la pandemia en Zafra. El 4 de marzo cumplió 71 años y el 28 falleció. «Mi padre regresó de un viaje del Imserso en Sanlúcar de Barrameda el 14 de marzo. Ese mismo día llegó con mal cuerpo. A partir de ahí, fiebres de más de 39 grados, tos y diarrea. Lo atendieron vía telefónica hasta el domingo 22, que ya estaba muy mal y conseguimos que lo vieran en Urgencias. Lo ingresaron y le empezaron a hacer pruebas. El 23 hablé con él por la mañana y lo noté cansado pero bien. Unas horas después me llamaron y me comunicaron que había entrado en parada y lo habían reanimado, pero lo que necesitaba era una UCI», cuenta esta educadora social que trabaja en un centro especial en Jerez de los Caballeros.
Días después murió. «Nunca pensé que esto nos pasaría a nosotros. Cuando empezamos a escuchar lo del virus, era de las que decía que esto era como una gripe, sin saber que esto sería tan duro», reconoce. «No me pude despedir de él. Lo incineramos y está en casa, pero no hemos podido hacer misa. La última imagen que tengo de mi padre es en silla de ruedas, de espaldas y entrando en Urgencias», recuerda.
«Mi madre lo está pasando fatal y yo estoy con acompañamiento gracias a una asociación de voluntarios», añade Carla.
«Mi padre era una persona muy extrovertida que participaba mucho en las actividades culturales de Zafra, muy querida y que viajaba junto a su esposa constantemente. No se separaban», dice antes de pedir que la gente extreme todas las medidas de seguridad. «Esto nos puede tocar a cualquiera. Hasta que no te pasa no sabes lo doloroso que es».
Dionisio Catillejos, hijo de María Rodríguez (Aldeanueva del Camino)
María Rodríguez falleció a los 86 años el 18 de mayo. «Estaba operada de las dos rodillas, tenía principio de alzhéimer y patologías en el riñón, pero lo suyo era una sonrisa permanente», recuerda su hijo Dionisio Castillejos antes de contar cómo fue todo. «Observamos que de repente perdió fuerzas y estaba muy cansada. Llamamos al centro de salud y nos comentaron que los parámetros estaban bien. Mejoró levemente, pero el 10 de abril nos notificaron que la auxiliar que le atendía por las mañanas había dado positivo. Eso nos generó una gran alarma y tras hacerle la prueba serológica, las que se realizaron para los estudios preliminares de población inmune, se vio que había generado anticuerpos», detalla Dionisio.
Pese a ello, siguió encontrándose mal y le ingresaron en Plasencia. Una semana después le dieron el alta. «Parecía que lo había superado, pero recayó y empezaron los problemas respiratorios. Llamamos al centro de salud y solo con escuchar el sonido de la respiración volvieron a ingresarla». Le hicieron una PCR y dio negativo. Sin embargo, el cuadro clínico era compatible con coronavirus. «A partir de ahí empezó lo peor. Lo más duro fue cuando nos llamó el doctor y nos dijo que era irreversible», cuenta Dionisio. En esos momentos estaban llenos de dudas. «Tenía anticuerpos, PCR negativa y en el acta de defunción pone que falleció por covid. Si ya tenía un cuadro delicado, lo que posiblemente hizo el virus fue potenciarlo, nos han explicado los médicos», apunta Dionisio.
«La despedida fue muy dura, desgarradora. Pasamos las últimas horas con ella. Hasta en esos momentos tenía ganas de vivir y preguntaba constantemente cuándo saldría», recuerda emocionado su hijo. «Era una persona muy bondadosa», dice con un nudo en la garganta.
En el velatorio solo pudieron estar diez. «La gente nos llamaba porque nos quería acompañar, pero las medidas lo impedían. Hicimos una pequeña misa y la gente salió a la carretera del pueblo a despedirla», cuenta su hijo, que pide compromiso, respeto y educación. «Parecía que esto solo afectaba a los mayores y a los que tenían patologías, pero sus vidas valen lo mismo. Además, se ha demostrado que puede pasarle a cualquiera. Las decisiones de cada uno afectan a los demás», concluye seis meses después de perder a su madre.
Pablo Jiménez, hermano de Joaquín Jiménez (Malpartida de Cáceres)
Joaquín Jiménez era natural de Malpartida de Cáceres. Se crió en Navalmoral de la Mata y fue párroco en Jaraíz de la Vera durante 53 años. Llevaba cinco viviendo en una residencia de ancianos en Madrid. «Cuando se jubiló, le dedicaron hasta una calle. Ya en la residencia, seguía teniendo mucha actividad. Incluso creó un coro. Estaba de salud perfectamente hasta que un día empezó a encontrarse mal. Era como si le hubiera dado un ictus, pero no tenía los síntomas que por entonces, en la primera quincena de marzo, se pensaba que padecían los afectados por el virus. Así que al ver que las constantes eran normales volvió a la residencia», recuerda su hermano Pablo.
A los pocos días, volvió a encontrarse mal y optaron por recurrir a la sanidad privada. Le vieron, pero no tenía los síntomas compatibles con la covid. «Hubo una tercera vez y ya exigimos que lo ingresaran y le hicieran las pruebas precisas. Ahí ya dio positivo, pero tenía encefalitis y los dos pulmones atacados», cuenta su hermano.
Falleció el 22 de marzo a los 82 años. «No pudimos verle, ni hablar con él. Murió solo. Tras días de trámites, con las compañías de decesos desbordadas, conseguimos que lo llevaran a Jaraíz de la Vera, donde él quería ser enterrado. No pudimos hacerle su funeral», lamenta Pablo, que no ha tenido la oportunidad de comenzar el duelo, al igual que el resto de su familia. Entre ellos, sus hermanos Jesús, María del Rosario y la viuda de otro hermano fallecido (Antonio) hace años, Teresa Alvira. Ninguno lo olvida.
«Mi hermano falleció cuando se estaban viviendo los peores días. Cuando pienso en ello es horrible», reconoce. «A mi hermano no le he visto muerto, ni muriéndose, ni enfermo. Lo que recuerdo de él es que estaba vivo, contento y alegre, y de pronto desaparecido y sin poder hacer nada». Su sentimiento es de «tristeza enorme».
Pablo, al igual que el resto de su familia, espera poder hacerle una misa en su honor cuando sea posible. «Era una persona que ayudó a mucha gente e hizo una gran labor pastoral. Estaba muy implicado en la cultura a través de la música y embelleció la iglesia de San Miguel de Jaraíz de la Vera, donde le querían mucho».
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