La vieja, el león y el armario

Una jornada más, y van 19, para tachar en el calendario, cual reo contando su pena. Llevamos varios días sin Internet en casa y solo queda salir al balcón y mirar, cual vieja del visillo, las rutinas del vecindario.

La señora mayor que sale tres veces cada mañana. Primero a tirar la basura al contenedor más alejado que encuentra. Después a comprar el pan y, por último, a la farmacia; no sin antes disfrutar de unos rayos de vitamina D haciéndose la remolona.

También está el hombre que saca al perro marrón. Yo tengo perro y nunca pensé que hiciera falta salir tantas veces. Nosotros, desde nuestra atalaya, le contamos cada día cinco paseos.

Mirar al dueño de un pequeño negocio que está justo enfrente también entretiene. Tiene un superpoder, cada vez que pasa alguien por su puerta siempre lo ve, como si tuviese visión rayos X. Tiene la puerta entreabierta pero al segundo, como un resorte, sale y pregunta a voces a los demás de dónde vienen y cómo están.

La hipnosis que me produce la poca vida que mantiene el barrio se ve rota por un rugido. Es el rey de la selva que es mi casa, el pequeño león, de poco más de un año, quiere que toda la atención vuelva hacia él, así que hay que entrar de nuevo y buscar cualquier cosa con la que pasar el rato. Eso sí, no valen juguetes, él está por encima y lo mismo le sirve una caja que un bote; una botella que una pelusa; el problema es encontrar qué querrá hoy. Habrá que abrir de nuevo el armario y buscar...

Ya son las ocho, para nosotros termina el día. Pero hay una cosa que el león no perdona antes de dormir: su última salida al balcón para aplaudir y el saludo a nuestra vecina de enfrente, en la que nunca nos habíamos fijado pero a la que tenemos unas ganas locas de decir hola. Tras los aplausos, desde el otro lado de la calle suena música, hoy nos dedica 'Pimpón es un muñeco'. Mañana, nuevo día de la marmota.