![El virus sigue con nosotros](https://s1.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/202007/12/media/cortadas/151709272-U70921694730Bw--1248x770@Hoy-Hoy.jpg)
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JOSÉ María Vergeles recalcaba en una rueda de prensa el pasado viernes que el virus sigue con nosotros. En Lérida, Lugo, Aragón, Guipúzcoa... y en Extremadura. La paulatina aparición de casos en los últimos días nos ha despertado de manera brusca de la ilusión de que el coronavirus estaba en retirada. Está aquí porque nunca se había ido. Los contagios se habían frenado porque estábamos encerrados. La idea de que el calor del verano mataba el 'bicho' era más una esperanza que una constatación científica. La realidad nos ha demostrado que no es así, tanto en España como en el mundo. La multiplicación de casos en zonas de temperaturas muy altas, desde la India a Brasil, México o Texas, muestra que el virus sobrevive a los 40 grados.
En Extremadura se da la paradoja de que es Badajoz, que había sufrido menos el impacto de la pandemia, la ciudad donde se están detectando más contagios. Tal vez por casualidad, o tal vez porque se le tenía menos miedo que en Cáceres, donde se produjo la cifra de muertes más alta de la región. También es llamativo que sea Cáceres la ciudad donde el uso de la mascarilla está más generalizado cuando ni siquiera era obligatorio llevarla por la calle.
Tenemos muy pocas certezas sobre el comportamiento de un virus que tiene la diabólica habilidad de infectar incluso cuando las personas contagiadas no sufren ningún síntoma. Por ello, la imposición de la mascarilla parece razonable. No será fácil aguantarlas con 40 grados a la sombra, pero la norma que ha regido hasta ayer, que cada uno se la ponga según su criterio y de acuerdo a la percepción de riesgo que tenga, no es efectiva. O la protección que prestan las mascarillas es colectiva o no funciona. Se trata no solo de no contagiarse, sino de no contagiar a otros.
Las imágenes de fiestas y aglomeraciones que hemos visto en los últimos diez días muestran que la responsabilidad individual solo se activa a veces. Convencer a los jóvenes de que el coronavirus puede no afectarles gravemente a ellos, pero sí a sus padres o sus abuelos, es imprescindible si queremos controlar la pandemia.
Mientras no haya vacuna para todos, y no la vamos a tener mañana, tendremos que convivir con un virus especialmente contagioso, letal en demasiadas ocasiones. Y la mascarilla, por incómoda que sea, siempre será más soportable que volver a un confinamiento estricto.
El resultado de la 'nueva normalidad', la prueba de si vamos a poder controlar la expansión del virus sin recurrir a un nuevo encierro, la tendremos cuando hayan transcurrido unos días más y conozcamos cuántos brotes se han producido y, sobre todo, si se están controlando.
La experiencia de Lérida, que ha abierto ya un hospital de campaña y está pidiendo personal sanitario para atender a decenas de infectados, debería servir de alerta al resto de comunidades. Nadie va a poder decir de nuevo que no lo vimos venir. Y siempre será más caro enfrentarse a centenares de nuevos ingresos en el hospital que contratar rastreadores para acotar y aislar los nuevos contagios y evitar que se extiendan. No son solo las fiestas y las reuniones familiares, también las campañas agrícolas deben contar con más medidas sanitarias y más control que nunca.
El virus nunca se ha ido. Incluso hay científicos que apuntan a que estamos al inicio de la pandemia, que será larga. La gravedad de la crisis sanitaria dependerá de las medidas que tomen las autoridades y de la responsabilidad de todos nosotros.
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