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«He visto a niños llorar desconsoladamente y a padres desesperados porque han perdido a su esposa. He conocido a mujeres que solo quieren olvidar porque han sido agredidas sexualmente por sus propios padres. Algunas llegan golpeadas por sus maridos. Ellas me han enseñado sus cicatrices y me han suplicado que no las devuelvan a su país porque tienen miedo a que las maten». Lo cuenta Natalia Rubiano, una pacense de 24 años que ha estado trabajando durante una semana en la costa de Algeciras. Ella ha formado parte del Equipo de Respuesta Inmediata en Emergencias de Cruz Roja Extremadura que se ha desplazado a Andalucía para atender a los migrantes que llegan a la provincia de Cádiz.
Natalia Rubiano | Voluntaria
Desde el 15 al 23 de julio ha presenciado la llegada a playa de más de diez pateras con medio millar de personas a bordo. «Tras días en el mar, el combustible que suelta el motor de las lanchas entra en contacto con el agua y se forma un líquido que provoca quemaduras horribles en la piel. Muchas de las personas que han llegado presentaban ese tipo de heridas», recuerda Natalia, que actualmente estudia la carrera de Psicología por la Universidad Nacional de Educación a Distancia.
Siempre ha querido dedicarse a la rama clínica pero esta experiencia le está haciendo replantearse su futuro hacia un ámbito más social. «Ha sido la primera vez que trabajo en la atención a migrantes y aunque es duro también es muy gratificante», confiesa esta joven antes de relatar algunos de los momentos vividos. «La mayoría de las personas llegan con desconocimiento y sufren mucho en el camino. Pagan unos 1.500 euros por venir a España y no saben si van a acabar muertos en el mar. Hay algunos que incluso no saben ni que han llegado a las costas españolas y se echan a llorar cuando se enteran. Luego pasan 72 horas en un albergue temporal y a partir de ahí nada. Las asociaciones intentan ayudarles pero son carne de cañón para las mafias. Aún así son muy agradecidos, te sonríen, te abrazan y no paran de reconocer la labor que realizas». Ella sobre todo se ha centrado en la asistencia básica sanitaria y en el reparto de alimentos y ropa.
Una función similar ha estado desarrollando Víctor Domínguez, responsable de Emergencias de Cruz Roja en Extremadura. Su lugar de trabajo ha sido el polideportivo Mirandilla, en la ciudad de Cádiz. Allí llegó a las cuatro y media de la tarde del domingo, 22 de julio, acompañado por ocho voluntarios de Badajoz, Cáceres, Plasencia y Almendralejo.
Víctor Domínguez | Responsable de Emergencias
Su objetivo era aliviar la carga de trabajo que durante esto días están teniendo sus compañeros de la provincia gaditana ante la llegada masiva de migrantes a las costas andaluzas. Para ello habilitaron un total de 150 camas y 300 juegos de vestuario compuestos por mudas, mantas y alimentos básicos.
El lunes, 23 de julio, llegaron los primeros usuarios y desde entonces no pararon. «Una vez hecho el trámite judicial, estas personas son derivadas a pabellones temporales en los que suelen pasar entre dos y tres días», explica Domínguez, quien reconoce que «ha sido una experiencia dura, llena de trabajo y muchas horas sin dormir».
Sin embargo, asegura que ha merecido la pena. «Las sensaciones se entremezclan continuamente. Se están jugando la vida para llegar a España, pero hay esperanza en sus ojos».
Sobre todo proceden de países del África subsahariana. Las razones que les motivan a salir de su tierra son muy variadas. «No hay un perfil concreto. Son hombres, mujeres y niños que viven situaciones muy diferentes. Algunos huyen de la pobreza, otros de persecuciones políticas, religiosas u homofóbicas por sus orientación sexual», detalla Víctor, que espera que algún día la sociedad se dé cuenta de que «estas personas no vienen a España a robar o pedir ayudas. «Solo quieren buscarse la vida dignamente y ofrecer algo mejor a sus hijos».
Cuando Víctor habla de los más pequeños se emociona. «Hemos tenido un niño de tres años que ha llegado desde África con su madre. Estábamos muy pendientes de él. Ni siquiera es consciente de que ha estado a punto de perder su vida», lamenta Víctor.
Confiesa que estamos ante una situación muy compleja. «Nosotros sólo somos un parche humanitario, pero hay que poner solución en los países de origen para que estas personas no tengan la necesidad de desplazarse», argumenta Víctor, quien añade que el Aquarius ha servido para que la sociedad sea más consciente del problema migratorio que existe y en el que todos estamos implicados. «Para nosotros ese buque es uno más al que atender, como hacemos todo el año».
Manuel López | Voluntario
Manuel López coincide con él. Es de la localidad pacense de Aceuchal, tiene 21 años y desde los 16 colabora como voluntario con Cruz Roja. Es barrendero y esporádicamente animador infantil.
Precisamente ese trabajo le ha servido para sacar una sonrisa a los niños que en la pasada semana llegaron al pabellón polideportivo Mirandilla. «Recuerdo a un pequeño al que aseamos nada más llegar y cuando ya estaba limpio utilizó su pañal para 'golpearme'. Estaba jugando, pero pensó que me había hecho daño e inmediatamente me abrazó. No me quería soltar y fue cuando se me cayeron las lágrimas».
Esos abrazos y la sonrisa de un alma inocente le han servido a Manuel para olvidar el agotamiento. «Aunque hemos hecho turnos, hemos dormido unas tres horas al día. Quieres mantenerte despierto el máximo tiempo posible para ayudar en todo lo que se va necesitando», confiesa López.
Reconoce que la vuelta ha sido dura. «Sientes satisfacción y pena al mismo tiempo. Vuelves a tu tierra, con tu familia, con tus amigos y piensas que será de la gente a la que has ayudado durante apenas 48 horas».
Él, al igual que Víctor, llegó a Extremadura en la madrugada del 24 al 25 de julio. Seguidamente otro equipo extremeño de rescate partió hacia Cádiz. Tras dos jornadas de intenso trabajo, han regresado a su casa con una sensación agridulce. Atrás dejan cientos de historias personales, heridas con cicatrices difíciles de curar.
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