¿Qué ha pasado hoy, 7 de febrero, en Extremadura?

No puedo ocultar la alegría que me produjo la fotografía que este periódico traía el pasado sábado en portada y que era la demostración gráfica de la protesta de alrededor de 200 recogedores de fruta que hicieron una huelga espontánea porque la empresa para la que trabajan no les había pagado lo que les corresponde tras la subida del salario mínimo, y que representa alrededor de ocho euros diarios.

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Entiéndanme, no me alegré porque me gusten las huelgas, mucho menos que no se le pague a la gente lo que legalmente le corresponde sino, al contrario, porque la fotografía reflejaba lo inesperado: una huelga de trabajadores de los que no tienen asegurado su puesto de trabajo y por la que pueden poner en riesgo su expectativa laboral y quién sabe si a la semana siguiente el empresario ha contratado a otros. Un fenómeno así ha sido en los últimos años una auténtica rareza y la imagen, por eso mismo, tenía un indudable carácter de noticia.

Es bien sabido que la crisis se llevó por delante el empleo de millones de personas y que otras, también millones, lo pudieron salvar pero a costa de reducir severamente el salario que tenían y que era más o menos decente. Los jóvenes que se han ido incorporando al mercado laboral se han encontrado que su característica principal es que las condiciones salariales son peores que las de sus padres. Eso ha sido la crisis: paro a mansalva y, como alternativa al paro, contratos precarios y sueldos recortados. ¿Quién nos iba a decir que el calificativo 'mileurista', que significaba poco menos que esclavitud salarial antes de 2007 y atribuido casi en exclusiva a los jóvenes, mudaría de sentido hasta casi significar privilegio doce años después y para un trabajador de cualquier edad?

Me produjo alegría la foto de portada de HOY del sábado, que recogía la huelga de recogedores de fruta

Pero la crisis también se llevó por delante algunos derechos que no se citan en las encuestas porque han pasado inadvertidos, entre ellos la protesta de los trabajadores. Con excepción de los empleados públicos o dependientes de la Administración, es decir, aquellos que aunque hicieran una huelga su puesto de trabajo no corría peligro, hacer una huelga ha sido una temeridad que muy pocos se atrevían a poner en práctica, salvo que la temeridad fuera menor que la desesperación por la incertidumbre de perder el empleo. Durante los años de crisis, esa cautela se ponía de manifiesto cuando los sindicatos convocaban las huelgas generales, que se caracterizaron por un seguimiento tan discreto en las empresas como amplio en las manifestaciones vespertinas. La gente sabía que había razones para hacer huelga, pero lo expresaba después de cumplir puntualmente la jornada laboral: había necesidad de no perder el dinero que se deja de ganar por el día no trabajado. Y había miedo.

La foto del sábado me la tomo, por tanto, como una muestra de que los trabajadores están recuperando su capacidad de protesta y con ella la de exigir sus derechos. Hasta para quien no le guste puede ser interpretada como un indicio de que el empleo se está recuperando y lo que haya detrás de la foto sea un auténtico brote verde... Razones para gritar ¡viva la huelga!

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