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Siete años y cuatro días después, el pabellón polideportivo municipal Adolfo Suárez de Moraleja ha vuelto a llenarse de camas portátiles, sillas y gente triste. El 6 de agosto de 2015, la comarca cacereña vivió un incendio que permanecerá para siempre en el recuerdo de ... muchos de sus habitantes. Ardieron 7.817 hectáreas en Acebo, Hoyos y Perales del Puerto, principalmente. Desde aquellos días, el pabellón de la localidad cacereña solo había acogido actos alegres. Hasta el miércoles por la noche, cuando empezaron a acudir a él algunos de los vecinos desalojados de Torre de don Miguel (495 empadronados). En el recinto deportivo pasaron la noche 121 personas y este viernes podrán volver a sus domicilios.
«He dormido una hora», decía ayer Emilio Reyes, nacido en Bilbao pero afincado en Torre de don Miguel desde hace tres años. «El incendio empezó sobre las tres de la tarde y no parecía muy grande, pero sobre las seis subí a la parte alta del pueblo a verlo y había como tres focos. Parecía un incendio intencionado, pero que lo tenían medio controlado, hasta que empezó a hacer viento y entonces se descontroló de una manera increíble».
Al rato, el Ayuntamiento emitió un bando pidiendo a los vecinos que se quedaran en casa con las ventanas cerradas. «Pero dos horas después, en otro bando nos dijeron que había que salir del pueblo inmediatamente porque nos estaba rodeando el fuego».
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Antonio J. Armero
Eso que él cuenta se ve bien desde la carretera de subida a Santibáñez el Alto. Antes de llegar a la localidad, basta girar la cabeza a la derecha para ver en torno a Torre de don Miguel una mancha negra en forma de herradura. Es terreno quemado. No se cerró el círculo, pero camino de ello iban las llamas. «A toda prisa buscamos a la familia, que somos doce, cogimos la documentación y poco más y los sacamos a todos en tres coches, como pudimos, dando un rodeo por la sierra porque el fuego no te dejaba ir por el camino más corto», recuerda Reyes, especialmente preocupado por su abuela de 93 años que necesita una bombona de oxígeno las 24 horas. «Una vez en Moraleja –continúa–, nos pusieron todo lo que necesitábamos: nos dieron una silla de ruedas, nos colocaron en una zona con enchufes para la bombona de oxígeno...». Tras una noche casi entera en vela, Emilio cogió el coche a las seis de la mañana e intentó subir al pueblo, pero la Guardia Civil no le dejó, al estar cortada la carretera por seguridad.
Emilio Reyes
Evacuado
En el pueblo no estaba cuando empezó el fuego Pilar Plaza. Ella, su hija Cristina y su yerno Lorenzo Sierra viven en Irún, pero pasan los veranos en Torre de don Miguel, y el miércoles habían ido a Valverde del Fresno, a celebrar el 46 cumpleaños de él comiendo en el restaurante A velha fábrica. A la vuelta, sobre las cuatro, desde la carretera vieron que había fuego en el pueblo. «Pero no parecía gran cosa –recuerda Cristina Álvarez, la hija de Pilar–. Estuvimos en casa, nos dimos un baño, y a las seis ya empezamos a ver que había bastante humo en el pueblo, y a partir de las siete ya se veía el fuego también. Sacamos a los perros –son dos y los tienen con ellos en el pabellón de Moraleja–. Ya entonces desde el centro de salud se veían unas llamas exageradas. Vimos cómo se quemaban las antenas y se caían al suelo. Justo ese momento lo tengo grabado, porque le mandé el vídeo a mi hermano, que está en Irún y quería saber lo que había aquí».
«Vivir un desalojo así, a toda prisa, es una experiencia dura», dice Cristina, que se emociona «porque en dos años he pasado mucho», dice. Con el incendio vivió el miedo a perder la casa, o sea, el fruto de años de trabajo de ella y su marido, fallecido recientemente de cáncer. «Mi hijo de ocho años lloraba de ver el paisaje quemado», cuenta su hija Cristina. «No hay derecho a que hagan esto, en el norte esto no pasa», lamenta la madre.
También tuvieron que ser evacuados los niños que participaban en un campamento de verano. Entre ellos estaban Ara Visea, Mario Sánchez y Martí Ruiz, que son familia (los dos primeros viven en Badajoz y el tercero en Cataluña). «Empezó a caer ceniza y a haber más humo, porque el viento cambió», empieza a contar Ara hasta que varios monitores la llaman. «Veíamos el fuego desde las ventanas –continúa su primo Mario–, y luego nos dijeron que teníamos que irnos. Nos llevaron primero a una nave y luego nos subimos a un autobús y nos trajeron aquí», detalla el chico junto a la puerta del camping del pantano de Borbollón. A él, como al resto, el fuego le dejó sin la fiesta fin de campamento. Otro año será.
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