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Votar con las tripas

Votar con las tripas

CARTA DE LA DIRECTORA ·

Manuela Martín

Badajoz

Domingo, 16 de diciembre 2018, 13:41

Si los partidos y los líderes populistas ganan espacio en toda Europa es porque han sido capaces de llegar al electorado apelando a sus sentimientos; a los negativos especialmente: el miedo al paro y a la inmigración, la desesperanza ante el futuro; la rabia por la pérdida de expectativas de mejora que antes parecían al alcance de la mano. Y en este terreno España se va pareciendo a Europa más de lo que creíamos. Pensábamos que aquí la ultraderecha no prendía y ya tenemos a Vox instalado en Andalucía y con perspectiva de conseguir un buen resultado en toda España.

Las razones del éxito del partido de Abascal en Andalucía no son en el fondo muy distintas de las que han llevado a los jubilados ingleses a votar mayoritariamente contra la permanencia en la UE; no quieren inmigrantes, añoran una Gran Bretaña blanca y poderosa, no sometida a la Unión Europea. En España no hay sentimiento antieuropeo; pero sí un hartazgo producido por el independentismo catalán. Y a ese cansancio se responde votando con las tripas, no con la cabeza.

Cuando presidentes socialistas como el aragonés Lambán o el castellano-manchego García Page critican el modo en que Pedro Sánchez ha afrontado la crisis y lanzan hipótesis como la ilegalización de los partidos independentistas (García-Page) es porque están temiendo la avería que les puede ocasionar Cataluña en las urnas. Y quieren alejarse de Sánchez, o de la política que Sánchez representa.

Las elecciones andaluzas han tenido la virtud de sacar a la luz la existencia de un sector social que está ansioso por castigar a quienes considera responsables de la gestión de la crisis catalana; de la falta de soluciones, cabría decir. Ciudadanos que creen que tanto el PP de Rajoy (y ahora de Casado) como el PSOE de Sánchez han sido blandos con el permanente desafío de los gobernantes independentistas. Y van a votar cargados de rabia. El propio Borrell, un catalán que conoce bien Cataluña y España y al que no se le puede acusar de ser tibio con el independentismo, reconocía esta misma semana que el Gobierno ha usado ibuprofeno para desinflamar el conflicto catalán y no ha dado resultado. No solo no ha bajado la inflamación sino que ha animado a que Torra apele a la vía eslovena y a la guerrilla callejera para conseguir la independencia. ¿Y ahora qué? ¿Qué medicina se administra?

Fernández Vara, que hasta ahora no se ha pronunciado públicamente de manera tan rotunda como sus homólogos en otras autonomías, no tiene duda de que Sánchez será capaz de aplicar el artículo 155, pero cree que lo hará cuando se hayan explorado y agotado otros caminos menos traumáticos. Lo cual también es razonable.

Asunto distinto es cómo perciba ciudadanía, en Extremadura y en toda España, la acción del Gobierno. Cómo interprete el elector el cruce de cartas entre la Generalitat y la Moncloa, el corte de autopistas sin que intervenga la Policía, los guiños al independentismo para que den el paso de aprobar, por fin, el Presupuesto, las bravatas diarias de Torra y Puigdemont.

Si algo parece claro en estos momentos es que la gente no está para sutilezas. Se hace una política de brocha gorda, de mensajes simples, dramáticos. Y en ese territorio los populistas son los amos.

Y ese es el escenario que más temen quienes tienen que enfrentarse a las urnas en mayo. Que el bofetón que muchos guardan para Sánchez se lo den en la cara a los candidatos de Extremadura, Aragón, Castilla la Mancha, Asturias....

En estos momentos es posible que el plus que supone ocupar el Gobierno de la nación se convierta en un contratiempo. Solo hace falta que se imponga la idea de que el PSOE no solo no gestiona bien el problema catalán, sino que juega a dos barajas: hoy le hace ojitos al independentismo para que le dé el apoyo que necesita en el Congreso y mañana le amenaza con utilizar todo el peso de la ley. Si eso ocurre, si la idea-fuerza que se asienta en el ánimo de los electores es que los gobernantes son débiles, se votará contra el Gobierno y contra los partidos a los que se considere timoratos. El miedo ante las amenazas, sean reales o aumentadas, y hasta inventadas, que de todo hay, determinará muchos votos.

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