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Un 'stop' a pleno día en una carretera rural de Lynnwood, a las afueras de Seattle (Washington), camino de una cita médica. Leigh nunca pensó ... que el conductor del vehículo de delante se bajara para amenazarla, pero se estremeció al ver que se subía el cuello de bufanda hasta la nariz y le clavaba una mirada de odio. «Deberías vender ese coche nazi», le dijo a través de la ventanilla semiabierta. Desde entonces tiene miedo a conducir su Tesla y prefiere las autopistas. «No se puede vender un coche de 60.000 dólares de la noche a la mañana», declaró angustiada a la televisión local. Lo decía sin dar su apellido, con la cámara cortándole la cabeza para proteger su identidad.
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Los coches eléctricos, símbolo de progresismo ecológico, se han convertido en un blanco de ataques políticos. El FBI investiga los casos de vandalismo contra concesionarios de todo el país, sin que se conozca un número exacto, porque no parecen estar coordinados. «Los Tesla son visibles, están a mano, aparcados en nuestros barrios», apunta un sociólogo. Algunos estadounidenses han vuelto su rabia contra esos blancos fáciles en los que ven al hombre más rico del mundo, Elon Musk, integrado en el Gobierno sin ocupar ningún cargo electo.
Musk, propietario de Tesla, compró su acceso al presidente de EE UU, Donald Trump, con una inversión aproximada de 170 millones de dólares en la campaña electoral entre julio y noviembre de 2024. El líder republicano le respeta por su éxito como hombre de negocios, la fortuna amasada y la innovación de sus empresas tecnológicas, a menudo desarrolladas con la ayuda del Ejecutivo federal que ahora desmantela sin piedad, y no ha dudado en utilizar la Casa Blanca como expositor para promover la venta de sus coches. «Solo porque la corrupción se desarrolle a plena vista no quiere decir que no sea corrupción», denunció en X el senador demócrata Chris Murphy.
En respuesta a la creciente hostilidad hacia Elon Musk ha surgido un movimiento silencioso: propietarios que colocan en sus parachoques pegatinas con mensajes. «Lo compré antes de que supiéramos que Elon estaba loco». «El coche sí, el dueño no». Es una forma de desmarcarse del fundador de Tesla sin tener que renunciar al vehículo. Algunos fabrican sus propios adhesivos a falta de versiones oficiales, pero en Etsy, eBay y Amazon se han multiplicado los diseños personalizados con frases irónicas como «No sigo a Musk, sigo al GPS» o «Progresista con batería».
«Es un coche, no una ideología», protesta Emma Kline, una profesora de Secundaria de Wisconsin que compró un 'Model Y' en 2022 para reducir su huella de carbono. «Ahora tengo que justificarme en cada reunión de padres. Estoy pensando en volver a un Prius». Una encuesta de YouGov reveló en febrero que la relación de Musk con el presidente de EE UU, Donald Trump, ha dañado la marca. El 37% de los votantes asocia negativamente Tesla con las ideas políticas de su dueño, un desgaste que ha favorecido a sus competidores. En enero, Ford le superó por primera vez en cuota de mercado de vehículos eléctricos en varios Estados del Medio Oeste.
Musk ha elegido entrar en la arena política y eso tiene su coste. En los foros se comparten consejos para camuflar el logo de Tesla, evitar ciertas rutas, incluso quitar las matrículas temporales de los concesionarios para que no se identifique el vehículo como nuevo. Algunos ya hablan de 'Tesla-shaming', una nueva forma de estigmatización social. «Yo solo quería un coche eléctrico», contó una usuaria al Canal 13. «No sabía que estaba comprando una diana. Ahora vivo asustada».
Se calcula que Tesla ha recibido 15.700 millones de dólares en subsidios, deducciones fiscales, préstamos y contratos federales, mientras que las ayudas a SpaceX (también de Musk) ascenderían a 22.600, sin contar los 17.300 que recibió en febrero del Fondo Texano para la Innovación de Semiconductores o el contrato de 900 millones que le ha otorgado US Space Force. En total, solo hasta que Trump llegó al poder, 38.000 millones de dólares. «El verdadero ingenio de Musk es su habilidad para cosechar subsidios», dijo a 'Fortune' Jeb Barnes, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad del Sur de California.
El presidente Trump atribuye a Musk su victoria en Pensilvania, un Estado crítico para conquistar la Casa Blanca, lo que ha inspirado teorías de la conspiración sobre una posible alteración de los resultados. «Conoce esas máquinas de votación mejor que nadie, así que acabamos ganando Pensilvania por goleada», dijo en el Capital One Arena el día de su investidura al darle las gracias. Como recompensa, le ha convertido en «empleado especial del Gobierno», con acceso a todas las entidades y carta blanca para aterrorizar a los burócratas.
La primera reacción pública se registró en las ventas de los emblemáticos coches eléctricos fabricados por Tesla, la gran firma de Musk. Las acciones de la empresa han caído un 50% desde que batieran un récord al alza el 14 de diciembre, como consecuencia de la victoria de Trump, antes de que la realidad de sus recortes se impusiera. A medida que se han multiplicado los despidos masivos que ordena el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) que ha creado, la furia ha ido en aumento y las represalias han subido de tono.
Empezaron con un arañazo, huevos estrellados sobre el cristal o pintadas con esvásticas nazis, y han acabado con atentados en toda regla a punta de pistola en concesionarios como el de Las Vegas, en la madrugada del pasado martes, donde solo la rápida actuación de los bomberos evitó que las llamas llegasen hasta las baterías de litio. Un enmascarado disparó sobre los vehículos y lanzó cócteles molotov. Por si había dudas, pintó en letras rojas la seña de su motivación política: «Resist». Cinco vehículos Tesla resultaron dañados. Pocos, en comparación a los ochenta del jueves en un local canadiense de Hamilton (Ontario), donde las amenazas de Trump a su soberanía como país incrementan la animadversión.
«Este nivel de violencia es demencial», escribió Musk en X. «Tesla solo fabrica coches eléctricos, no ha hecho nada para merecer estos diabólicos ataques». Su fundador, sin embargo, es el máximo representante de la «oligarquía tecnológica» de la que advirtió Joe Biden en su último discurso desde el Despacho Oval, y responsable del despido o suspensión de decenas de miles de funcionarios, del cierre de varias agencias gubernamentales y de la cancelación de numerosos contratos públicos.
En Colorado, un joven de 24 años y una mujer de 42 fueron detenidos por arrojar cócteles molotov contra concesionarios de Tesla y pintar «coches nazis» en los cristales. En California, un grupo de jóvenes acabó arrestado tras haber grabado vídeos rompiendo retrovisores de automóviles de la misma marca. En Florida, una pareja denunció haber encontrado su vehículo rayado con una llave y cubierto de pegatinas con la palabra «traidor». En Nueva York, una conductora denunció que dos ciclistas la rodearon para insultarla mientras esperaba en un semáforo.
No forman parte de una conspiración organizada, pero sí hay lo que el FBI denomina «una atmósfera de permisibilidad», en la que «muchos creen que dañar una propiedad de Tesla es una forma de protestar contra Musk». El agente especial Spencer Evans, al frente de la investigación en Las Vegas, tuvo que recordar el miércoles que se trata de un delito federal. La fiscal general, Pam Bondi, elevó el jueves ese delito a la categoría de «terrorismo doméstico», lo que, según dijo Trump un día después, puede conllevar penas de hasta veinte años de cárcel e incluso el traslado a un centro de reclusión antiterrorista en El Salvador. Hasta la fecha, estos actos vandálicos no han causado heridos, solo daños materiales.
La tensión es palpable. En el concesionario de vehículos de ocasión de Matrone & Sons, a una hora de la ciudad de Nueva York, la presencia de un Tesla negro ha mantenido inquieto a los comerciantes. «Veo las noticias. Nunca sabes lo que va a hacer la gente», reconoce con preocupación Robert Wright. El automóvil estuvo aparcado temporalmente en su explanada de coches usados como favor a un vendedor amigo que «está comprando todos los que puede, ahora que el precio ha caído», explica. «Hay mucha gente que ni los toca pero, como siempre que se dan circunstancias desafortunadas, también se presentan oportunidades», admite con pragmatismo.
«Todo eso lo puedo aguantar», escribió un usuario de Tesla en un foro privado. «Lo que no soporto es que mi hija tenga miedo a que alguien nos siga a casa solo por tener este coche».
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