Ibrahim, Mamba y Bala conversan con Musa, un vecino de Mérida que habla wólof. HOY
Mérida

Del albergue del Prado a la calle

Migrantes. Con el asilo casi cerrado y las expulsiones constantes, los jóvenes acogidos acaban con un billete de autobús y sin protección

Antonio Gilgado

Mérida

Domingo, 21 de abril 2024, 08:49

Ibrahim. 23 años. Amanece antes de las nueve en el centro de Cáritas de Suárez Somonte. Desayuna y a la calle. Camina y camina por Mérida mirando el reloj del móvil. Sin rumbo fijo. Cuando pasas tantas horas, cuenta, el tiempo pasa despacio. A la ... cinco está otra vez en la puerta del Suárez Somonte.

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Pero la cama y el techo se acabará pronto. El refugio de invierno de Cáritas cierra en mayo. Y cuando le preguntan dónde va a ir luego, tira de resignación. «Pues estaré en la calle todo el día supongo». Agradece a los voluntarios de la plataforma de ayuda a los migrantes de Mérida porque preguntan constantemente a Cáritas si hay algún hueco en otro sitio. A Ibrahim lo expulsaron del centro de contenedores del Prado en el que acogen a los migrantes que llegan de Canarias. No hay cifras oficiales de expulsados. Solo testimonio de los voluntarios que están en contacto con los chicos. Denuncian que son constantes. Y también el testimonio de los propios jóvenes que acaban en la calle sin protección alguna.

Ibrahim lleva dos meses fuera. Se quejó a los que dirigen que no tenía documentación alguna para pedir el asilo y que la comida era cada vez más escasa. Pasaban hambre. Su protesta no fue violenta ni hostil. Solo se quejó con insistencia. También pidió ropa para cambiarse porque la que le habían dado ya se había roto. «Siempre te dicen mañana, mañana, mañana...». Hasta que un día le cerraron la puerta. Por lo que supo después, advierte, a todo el que protesta y se queja le enseñan la salida. No tiene documento alguno en el que le explican su expulsión. El asilo es su esperanza para no acabar como mendigo. En esto es algo más optimista. Ya tuvo una primera cita para decir que quiere ser asilado en España. Hay voluntarios en Mérida que se pasan el día pegados al ordenador pendientes del programa del Ministerio del Interior. El 15 de marzo consiguieron introducir los datos de Ibrahim.

Ahora espera la segunda para activar el expediente. Tiene esperanzas, pero sabe que es difícil. El asilo está prácticamente cerrado para ellos ahora. En el Ministerio del Interior y en la sección de Extranjería le dicen que estén pendientes para cuando se abra. Mientras tanto, a la intemperie. Conoce a compañeros que, tras entrar en España por patera y ser expulsados de los centros, acaban volviendo.

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Tiene la fundación Cepaim un programa de retorno para los migrantes a su país. Le pagan el billete de avión a Senegal, le dan cincuenta euros para gastos y 400 euros para que empiece de nuevo en su país. Pero Ibrahim no quiere volver. Poco se puede hacer allí. Insiste. «Estoy aquí para ayudar a los míos». Por eso se ha puesto a la cola de la petición de asilo del Ministerio.

En noviembre salió de Senegal y hace dos meses llegó a la isla de Hierro en patera. Está vivo de milagro. Luego al albergue del Prado y ahora deambula por las calles de Mérida de nueve a cinco.

Mamba

Expulsado también del Prado y residente temporal en Suárez Somonte es Mamba. Solo habla wólof. Algo habitual entre los migrantes que vienen de zonas rurales de Senegal. Traen hasta aquí el idioma de su casa. El francés se enseña en la escuela y Mamba se defiende mejor en wólof. Habla como alguien con 17 años. Es otra de las muchas contradicciones que tiene la gestión de migrantes. A los menores no se les puede expulsar, pero Mamba ahora tiene que demostrar que es un joven de 17. Sueña con el fútbol. Las únicas palabras que dice en Español son «Mérida Academy martes y jueves». A Mamba le preguntaron con insistencia a qué ciudad quería irse. Llevaba ya un tiempo durmiendo en el Prado y había que dejar hueco a los que entran. Insistía cada vez que le preguntaba que no tenía a nadie en Europa a quién recurrir. Protestaron porque a un hermano suyo (el concepto de hermanos para ellos es alguien de su pueblo) lo mandaban a Barcelona. Es algo habitual, cuenta, que al poco tiempo de estar allí les presionen para buscar un sitio donde ir. Les compran un billete de autobús para cualquier destino. Ante la insistencia, algunos eligen Barcelona, Madrid, Almería para integrarse en la colonia africana que trabaja en los invernaderos. O Irún. Lo de Irún tiene toda la lógica migrante. Está a un paso de Francia. Pero Mamba no tenía nadie a quien pedir acogida fuera del centro de Mérida. Por eso pidió que no le echaran. También protestó por su amigo. Acabaron los dos en la calle. Uno en Barcelona y otro en Mérida.

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Tampoco tiene papel alguno que explique su expulsión. ¿Y que hago yo en Barcelona o Madrid cuando me baje del autobús?, se pregunta. Antes de montarse en la patera, Mamba apenas había dormido fuera de casa o había salido de su pueblo. Dice que en el Prado apenas hay respeto. Y pone como ejemplo la expulsión de un compañero por un balón de fútbol. Compraron uno entre todos, jugaron un partido y le requisaron la pelota. Cuando fueron a explicarles que el balón era de ellos interpretaron que querían robar la pelota. Todo eso, recuerda, en una conversación algo surrelista mezclando wólof y francés, porque el traductor hablaba francés y no wólof. Al final, acabaron expulsados. Por una pelota de fútbol. Entendieron los que mandan que fue un comportamiento indisciplinado y podría desencadenar una revuelta.

El testimonio de Mamba va en sintonía con las sospecha que tienen los voluntarios de la política de dispersión que hay en el centro. Les acogen, les dicen que están buscando cita para el asilo y mientras llega tienen que buscarse un sitio al que marcharse. Pero los que no tienen a quién llamar en Europa piden más tiempo. Pero no hay tiempo ni espera. «Yo no sé dónde iré». Resignación de Mamba.

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Su opción ahora es que la familia envíe de una vez la partida de nacimiento de su país para demostrar que es menor de edad y entrar en algún programa de acogida. Aunque cuenta con un escrito del Defensor del Pueblo pidiendo protección para él aunque no tenga el registro de Senegal. Pero eso, en el mundo real, es papel mojado. Compañero de Mamba es Bala. También 17 años. Expulsado del Prado el día 21 de marzo. Un mes lleva en la calle. Dormirá en el Suárez Somonte hasta final de mes. No tiene a quién llamar ni a dónde ir. Lo suyo no es el fútbol. Hace un gesto como si tirara una caña. Quiere ser pescador.

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