Organiza la Escuela de Arte y Superior de Diseño de Mérida una exposición de mosaicos. Lo hacen para promocionar las creaciones y las aplicaciones de esta técnica. «Es nuestra obligación. Queremos que se conozca y que nuestros estudiantes tengan clientes cuando sean profesionales». Santiago Sánchez es el maestro de taller de Mérida. Enseña el ciclo superior de artes aplicadas al muro. Comparten espacio todas las mañanas los que están en primero, en segundo y en proyecto final. Veinte en total. Lo primero es entender el lenguaje de las teselas. Darle volumen a cualquier fotografía o imagen. Luego manejar diferentes materiales. Piedra, azulejos, vidrios o metal. Siempre duraderos y con color.
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Es fácil dar con piedras calizas en Mérida. Basta dar un paseo y echarlas a la mochila. Otras salen de los recortes industriales. Reutilizan desechos de los canteros y marmolistas. Con el lenguaje y los materiales controlados, hay que afinar la técnica.
Lo geométrico se hace antes que los figurativo. No es lo mismo representar un círculo que un retrato. Se domina la profesión con 14 horas de taller a la semana, cuatro de dibujo técnico, otras cuatro de artístico. También diseño asistido por ordenador, inglés y audiovisuales completan el horario. «Formamos a profesionales, no a aprendices que han aprendido un oficio y solo saben hacer un tipo de figuras».
Explica además el profesor que el tercer año lo suelen completar en ciudades como Ravvena o Roma para integrarse en empresas italianas. Tiene Mérida prestigio en el sector porque es la escuela más antigua de las dos que enseñan en España.
Hay profesionales y escuela. Ahora faltan talleres privados. En Mérida solo funciona el de Luisa Díaz Liviano, pero en Ravvena, por jemplo, hay más de una docena, que suelen llevarse muchos de los trabajos internacionales. «Ser emprendedor es complicado y en el sector artístico mucho más, por eso tratamos de adaptar esos mosaicos para recubrimientos, panelerías para un bar, bancos, mesa, fachadas, suelos».
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De ahí el interés en la Escuela para que decoradores, arquitectos y constructores conozcan las aplicaciones de los mosaiquistas. Si no les conocen, no les van a llamar nunca.
Atrás queda la vieja idea de hacer obras para el salón de casa. Ahora hacen proyectos colaborativos con urbanistas y arquitectos para ganar presencia en la calle. Tienen un convenio en Portugal y cada dos años van decorando parques en el país vecino. El dinero y las posibilidades de futuro profesional viene por las obras importantes, no en piezas de cien euros. Hay decoradores de hotel, por ejemplo, que han preguntado por mosaiquistas o promotores de viviendas que quieren incorporarlos a sus proyectos.
En Mérida han hecho alguna obra. El Monumento a la Diversidad del Siete Sillas salió de los alumnos de la Escuela. «Si no hacemos difusión de lo que hacemos, nadie va a venir estudiar a aquí y nadie va a comprar obras a nuestros alumnos», insiste el profesor. Explotan las redes sociales para llegar a clientes de Canadá o Dubái que se han interesado por las técnicas de mosaico de Mérida.
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Con esas expectativas laborales ultima su proyecto Ibaya Margarita Zarzo. De Canarias. 24 años. Conoció la escuela de Mérida por las redes sociales.
Hizo gráfica publicitaria en la Escuela de Arte de Tenerife y para completar se vino a Mérida. Ha completado ya los dos cursos de arte aplicadas al muro. Su proyecto fin de ciclo va a ser un drago en piedra, un árbol milenario del norte de Tenerife. De allí se ha traído piedra volcánica para hacerlo. «Al principio tenía miedo, pero viendo ahora, después de dos años, lo que he aprendido, estoy contenta porque me veo capaz de hacer proyectos grandes». Cuando termine el drago quiere abrir un taller de mosaicos en Canarias. No hay ninguno, aunque cree lo de menos es la ubicación del taller. «Ahora podemos aspirar a hacer obras en cualquier país».
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