Marta Pérez Guillén
Jueves, 10 de agosto 2023, 07:25
Cuando el Teatro Romano cae en el embrujo de una representación se nota. El día del estreno, un graderío hasta los topes se entregó al elenco de actores que chuflan vida a la 'Salomé' de Magüi Mira, la Salomé de Belén Rueda. La gran ... apuesta de esta 69 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de la capital autonómica. Gran apuesta porque se podrá disfrutar hasta el 20 de agosto, tres días más de lo habitual. Aplausos, vítores y más aplausos fueron el premio que recibieron todos los participantes entre elencos, equipos y su directora por meses de trabajo y un estreno que gozaron a lo grande.
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Pero sin duda, abrumador más que el repetitivo aplauso final, lo fue el silencio que reinó durante toda la obra. Porque entregado ya lo es de por sí el público emeritense. A veces incluso peca de ello. Silencio que también dejaba hueco necesario para el sentido del humor, ese que te saca una sonrisa y, entre el público del miércoles, alguna que otra carcajada. Silencio que es clave para nivelar la atención de los espectadores. El enganche con la obra. La conexión con el texto. Y de todo esto hubo mucho el día del estreno. Bendito embrujo que se vive cada noche en el Teatro Romano.
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Silencio que también daba paso a aplausos, que fueron una constante entre escenas. Aplausos para el Juan Bautista de Pablo Puyol, que canta, a veces incluso demasiado. Aplausos para Herodías, interpretado por una magnífica Luisa Martín, que se metió a los presentes en el bolsillo con los primeros compases de su reina. Aplausos para el empequeñecido Herodes, Luis Fernández. Para la bella estrella Sirio de Sergio Mur. Para la coordinada Guardia Real, cargada de simbolismo. Y más aplausos, y aplausos para Salomé, de Belén Rueda que fue capaz de llevar su personaje hasta el extremo rozando la locura sobre la escena. Genuinas ellas, inmejorables en conjunto.
Que la compañía al completo lo da todo sobre la arena del Teatro Romano es indudable. Rueda incluso parece que va a dejar allí su voz incrustada en las columnas del frente escénico para el disfrute de la posteridad. Porque el romano es así de exigente. Exige lo máximo. E igual de exigente, o más, lo es el texto de Mira. Que invita al espectador a disfrutar de un túnel completo de emociones. Lo mismo ríes, que te quedas boquiabierto con el poder de la seducción o te sacude la locura.
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Pero el viaje que proporciona la directora al espectador no es del todo perfecto. En ocasiones la fuerza y el ritmo que consigue la escena se rompe de golpe, para aprovechar el potencial de todo el elenco. Pero peca de descompasado.
Aun así merece la pena cada palabra, punto y coma del texto que hila la tragedia de Salomé, y muy en segundo plano de Juan Bautista. Porque en esta historia, la que cuenta Mira, la protagonista sin duda es ella. La princesa de Judea, que como recuerda Rueda al comienzo de la obra, no se le puso nombre hasta 40 años después de su muerte.
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Que muestra el conflicto de la que cree en una nueva realidad, en la que pueda recuperar su voz y tener rostro, que sea una vía de escape para su existencia, y acaba conectando con la parte más primitiva y salvaje del ser humano, y la esencia de los dramas clásicos. La venganza que parte del desamor. En este caso, el amor no correspondido. Que le cuesta a Bautista su cabeza. Y a ella su vida.
Y si algo caracteriza a la directora, bien conocedora del Teatro Romano, es que todo lo hace bello. Incluso el esperado final, porque todo el mundo conoce la historia de Juan Bautista. Y después del miércoles, algo más de la de Salomé que en una sola noche ha conseguido que su danza ya sea eterna entre las piedras romanas.
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Levantado el telón con el singular encendido de luces es el momento de las valoraciones en un estreno. La emoción se palpaba en el elenco al bajar las escaleras de los camerinos y que conecta con el peristilo, entre los que se estrenaban, repetían y eran de Mérida, como algunos de los integrantes del coro de la Guardia Real.
Mira reconoció la entrega del público emeritense y la magia del Teatro Romano. Rueda emocionada, que se sintió escuchada y eso no sucede siempre. Martín, que aun les esperan muchos días de representación, que la segunda suele ser peor y la tercera un hándicap. Puyol y Mur que era su primera vez en el Romano, y que esperaban repetir en muchas ocasiones más. Fernández, que para él era la cuarta vez que volvía a Mérida y era un placer regresar.
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Hasta que cogió el micrófono uno de los emeritenses del coro, y recordó que para él era un placer estar rodeado de los profesionales que dan vida a Salomé sin él serlo, un placer que sea en su tierra, en su ciudad, donde está aprendiendo tanto estos días, y más que sea en su Teatro Romano. Y esto es también parte del embrujo y la esencia que se vive en el recinto durante los meses de verano. Y lo bueno es que aun durará unos días.
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