Confiesa Raquel Nodar que en su departamento se toman tan en serio una boda como un concierto. Reciben casi a diario peticiones para usar el Teatro Romano, el Templo de Diana o los Milagros. Detrás de cada evento, insiste, hay un trabajo previo con protocolos ... cada vez más detallados sobre cargas, iluminación, anclajes o accesos que todos siguen a rajatabla. Basta respasar en la hemeroteca cómo eran las escenografías de las funciones hace unos años y cómo son las de ahora para entender su aportación. Esta tarde, a las ocho, explica su trabajo en la sede del Liceo de Mérida.
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–Cuando hablamos de uso sostenible del patrimonio: ¿De dónde partimos?
–Estamos hablando de un área que en el Consorcio se creó en el año 2017. Se planteó la necesidad de supervisar y tener unos protocolos técnicos de uso. Los monumentos han acogido eventos siempre. Siempre ha habido teatros, conciertos o días de Extremadura. Pero queríamos llegar a gestionarlos con rigor. Nos hemos dotado de un proceso que vigila todo el proceso. Desde la fase administrativa de solicitud a la ejecutiva en la que se detalla qué se va a hacer y cómo se quiere hacer. Hasta hace siete años no había técnicos que acompañaban y supervisaban. Ya tenemos a un equipo de arqueólogos y de restauradores que piden información y trabajan con ella.
–Y qué información se pide cuando un promotor quiere usar el monumento.
–Depende de cada caso, pero por ejemplo; características de los equipos de sonido, el itinerario del cableado, la implantación en los suelos o el número de personas. Hay que fijarse en todos los detalles. Si decimos que no se pueden apoyar elementos en las paredes es porque están revestidas de estucos. O que no se pone peso en las cloacas porque daña la cal y el ladrillo. Todas estas apreciaciones las hacemos a favor del uso, nunca a la contra. El Consorcio no decide qué se hace o no se hace. Hay una comisión delegada que lo decide. Nosotros trabajamos a favor del evento ya autorizado.
–Hace siete años no teníamos estas herramientas. En qué ha cambiado.
–Nuestra aportación ha sido supervisar mejor y sistematizar el control. Ha sido un proceso muy gratificante porque ahora promotores como el Festival o el Stone lo han hecho suyo. Con el Festival empezamos a trabajar cada año en marzo o abril. Las escenografías forman parte de la libertad de los artistas y en eso no entramos. Es un tema complejo. Si alguien quiere poner un barco en mitad del escenario, nos podrá gustar más o menos, pero desde el punto de vista técnico tiene que cumplir con cuestiones como el peso, el impacto visual y otras valoraciones objetivas. Antes, los elementos de sonido se colocaban en las cloacas. Ahora se ponen en tarimas. También se reparte mejor la distribución en el suelo. En eventos continuados como el Festival o el Stone se podían cambiar los focos en cada concierto o en cada estreno. Ya no se hace. Se sube una vez. La subida y bajada al frente escénico es una maniobra compleja y se han limitado. Y las barras con alcohol. Aunque parezca un detalle menor es en realidad un paso de gigante. Era habitual tomarse una copa en las barras del Teatro. Hemos puesto una terraza acotada y barras donde solo se vende agua y refrescos. Lo mismo ha ocurrido con el tabaco. Evidentemente ya nadie fuma.
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–Ha hablado usted algunas vez de la protección de la orchestra.
–Son mármoles originales y se les ha aplicado unos bactericidas. Es un elemento muy delicado porque tenemos un pavimento original. Ahora en todos los eventos se pone una moqueta ignífuga, de alto tránsito y resistente. Cuando se usaba, recuerdo a mi compañera restauradora quitando chicles del suelo. Nos parece una barbaridad, pero sucedía no hace mucho tiempo.
–Estamos ahora en una época de cada vez más eventos.
–No es preocupante cuantos eventos porque tenemos herramientas técnicas de actuación y conservación. A lo mejor antes, con menos usos, había más riesgos que ahora. Podemos entrar en el debate sobre qué se debe hacer en un teatro romano y qué no. Pero eso a nosotros, como técnicos, no nos compete pronunciarnos. Es la decisión que toma la comisión delegada en la que están presentes todas las administraciones. Haga los que se haga, todo está supervisado y se garantiza. En ese debate continuo sobre si hay muchos eventos o no –en el que yo no debo entrar– sí digo que estoy tranquila y que debemos estar todos tranquilos.
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–Hablemos del estudio de impacto acústico porque nunca antes se había hecho.
–Queríamos garantizar que el sonido no causara daños. Fue algo pionero. El equipo lo formaron un geólogo, dos ingenieros de sonido, arqueólogos, restauradores y dos arquitectos. Se seleccionaron más de sesenta puntos del frente escénico y colocaron unos sensores. Se monitorizaron y se midieron las vibraciones para ver a cuántos decibelios se detectaban aceleraciones en los materiales. Identificamos a que potencia podía afectar al monumento y se marcó un límite. Desde entonces, todo el mundo, absolutamente todo el mundo que usa sonido, trabaja bajo esos límites. Y nosotros además supervisamos con medidores propios que nos dice en tiempo real el nivel de sonido en cada momento. Otras ciudades nos han pedido el estudio.
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