![Antonio López-Lago, Francisco Pacheco, Jesús Rodilla y Juan López-Lago, en el 68.](https://s2.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/2024/01/28/187817880--1200x840.jpg)
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Ala barca le pusieron Guerrita, como el torero de la época. De tanto cargarla a hombros. O cuando se encontraron a un pescador agarrado a una retama. Se despeñó el hombre justo cuando pasaron. Le salvaron la vida. Y luego está Romeu, el héroe local de Serpa. Dieron con él en una choza. Les ayudó con su mula a cargar con Guerrita por el desfiladero del Paso del Lobo. Este salto del Guadiana arrastra una leyenda negra por el miedo en las aldeas portuguesas a los que se adentraban allí. «Ele é muito corajoso e muito forte», le decían. Fueron a buscarle. Les advirtió que se enfrentaban a un salto de doce metros más adelante. Con Guerrita no pasarían. Fueron a por la mula.
Vivieron 27 días en el Guadiana a base de latas del matadero de Mérida, queso, conservas, chorizo de la marca Recio y mucho fuagrás. Pero les debieron ver muy desnutridos porque en una parada Díaz Ambrona les llenó la barca de provisiones. Tan preocupado se mostró el presidente de la Confederación que casi les hunde con tanto peso de comida. En el primer recodo que encontraron desembarcaron y entregaron las provisiones a la Guardia Civil. Las devoraron luego con los amigos en Ayamonte.
Tiene el diario de la travesía escrito a máquina Juan López-Lago (el arquitecto, no el periodista). Hizo la aventura con su hermano Antonio, con Francisco Pacheco y Jesús Rodilla. En una carpeta guarda las fotos y los recortes de prensa. Del HOY, del Lanza, del Odiel o de Pueblo. El redactor de Pueblo, José María García, incluso les buscó para meterse con ellos y acampar. En Televisión Española les entrevistó luego –otro mítico– Pedro Civera.
Recuerda López-Lago que su infancia la pasó en el río de Mérida. Bañándose en Pancaliente. Aprendió a nadar en el Huerto de los Naranjos, un cortado a la altura de donde hoy cruza el puente de la autovía.
Por eso tampoco se preocuparon muchos sus padres cuando les dijeron que se iban a recorrer el Guadiana. «Nos pasábamos el día allí. Lo veían como algo normal» ir por el río. La idea se les ocurrió por lo que había ocurrido dos veranos antes a cuatro chicos de Badajoz. Querían ir desde Badajoz remando hasta la desembocadura. Se empotraron con una roca a la altura de Guerreiros. Acabaron en la barca de los bomberos. Así que los cuatro jóvenes de Mérida se propusieron hacerlo a lo grande. Desde que nace el Guadiana en Ciudad Real, en el Puente de Alarcos de Ruidera, hasta que muere en el Atlántico de Ayamonte. Entrenaron en Proserpina. No era el sitio más apropiado. Una charca de agua tranquila se parece poco a los roquedales, saltos y suelo pedregoso que encontraron. Pero en Proserpina podían remar y acampar. Dámaso, el guarda del Tiro, les cuidaba la tienda y la pequeña barca con la que practicaban. Al principio tardaban doce minutos en recorrer la presa de punta a punta.
La barca la hizo un carpintero de Don Benito. Querían llevar la misma que los pescadores del río. La bendijo luego el cura. En esa época se bendecía todo. Y el 14 de julio de 1968 empezaron la travesía en las Lagunas de Ruidera. Llegaron veintisiete días después, el 10 de agosto. Una multitud les abrazó en Ayamonte. Cuenta Juan López-Lago que no fueron muy consciente de la repercusión. Ellos montaban la tienda y se acercaban a los pueblos a escribir los telegramas para contar por dónde iban. Luego supieron que esos telegramas se colgaban en la pizarra del estanco de la calle Santa Eulalia. Se acercaba la gente a leerlos y llamaban periodistas cada día al estanco para informarse.
Encontraron un río salvaje. Nada que ver con los tramos represados de Mérida o Badajoz. El Guadiana era entonces un río solitario. Sin regadíos. Arcano. Lleno de cortes, resaltos y azudes para que molieran los molinos. Calculan que pasaron más de ochenta saltos. Había que coger la barca a hombros para no romperla. Llegó hasta el final. Igual que la estaca con la que medían por si daban en el suelo. Casi 56 años después, Juan Lopez-Lago entregó el viernes un diploma a sus tres compañeros por la hazaña. Comieron en el Chapatapa y posaron con la pica que les guió por el agua.
Sigue remando por el río. Ahora el diploma se lo da a sus nietos cada verano. No se cansa de recorrer el Guadiana.
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