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Mujeres y hombres juntos

Mujeres y hombres juntos

La carta de la directora ·

Manuela Martín

Badajoz

Domingo, 23 de diciembre 2018, 12:46

No hace falta forzar la memoria para que nos vengan a la mente los nombres de niñas y mujeres asesinadas en España a manos de depredadores sexuales: las niñas de Alcaser, Anabel Segura, Mari Luz Cortés, Rocío Wanninkof, Marta del Castillo, Diana Quer...; esta semana se ha añadido el nombre de Laura Luelmo. Las muertes de todas ellas nos impactaron tanto que se nos han quedado grabados.

Todos y cada uno de esos asesinatos, especialmente los que alcanzaron más notoriedad, encendieron el debate social de qué hacer con los autores de crímenes tan terribles. También esta semana, de manera un tanto oportunista, sin dar lugar a que la familia de Laura viva en paz su duelo, los partidos políticos han vuelto a enzarzarse en qué penas deben imponerse a este tipo de asesinos. Ahora la controversia está en si debe mantenerse o no la prisión permanente revisable.

Esta medida, que fue impulsada por Alberto Ruiz Gallardón en su etapa de ministro de Justicia, está de hecho en vigor y se ha impuesto desde entonces en media docena de casos: el último condenado hace apenas unas semanas ha sido el asesino de Pioz, que mató y descuartizó a sus tíos y a sus primos pequeños en Guadalajara.

No obstante, el Tribunal Constitucional (TC) tiene que pronunciarse sobre si se ajusta a nuestra Constitución o no. Hay juristas que opinan que el TC tumbará la ley porque nuestra Constitución recoge entre sus principios que las penas de prisión deben servir para la reinserción de los reclusos, lo que chocaría con la posibilidad de que permanezcan en la cárcel toda la vida si no se aprecia que están rehabilitados. Pero no sabemos qué va a decir el Constitucional. Lo que sí sabemos es que cada crimen de la brutalidad del que acabó con la vida de Laura Luelmo hace crecer el sector de quienes abogan por un endurecimiento de las condenas. Especialmente si, como en este caso, el presunto responsable es un expresidiario que ya había matado a sangre fría a otra mujer, Cecilia, una anciana más vulnerable aún que la joven profesora.

El debate está servido. Y aunque no conviene hacerlo en caliente, tampoco hay que hurtarlo. Lo razonable es poner sobre la mesa todos los datos, todos los aspectos del problema y todas las ideas encaminadas a abordarlo. Desde las medidas punitivas hasta las preventivas.

Hoy estamos horrorizados por la muerte de Laura, pero a la hora de hacer cambios, sobre todo si hablamos de endurecer el Código Penal, no deberíamos olvidar que España es uno de los países del mundo con menos homicidios. Uno solo es mucho, es cierto, sobre todo si se tiene el convencimiento de que se podría haber evitado. Pero la seguridad absoluta no existe. Seríamos unos ilusos si creyéramos que un Gobierno puede evitar todos los crímenes; por muchas campañas de prevención que apruebe (que se deben hacer) y por mucho que endurezca el Código Penal.

Lo que sí debe alcanzar una sociedad democrática como la española es un consenso sobre cómo combatir la delincuencia. Un acuerdo mayoritario que evite que cada vez que se produce un asesinato los partidos estén echándose los muertos a la cabeza y culpándose unos a otros de no hacer lo suficiente para evitarlos. Se alcanzó un cierto consenso para aprobar el plan contra la violencia de género (otro asunto peliagudo y difícil de combatir), pero parece que siempre surge la tentación de aprovecharse políticamente de las víctimas.

Otra tentación en la que algunos sectores no se resisten a caer y que tensa y divide innecesariamente a la sociedad es la de señalar a todos los hombres como culpables de las muertes de mujeres, sea a manos de sus parejas o exparejas o de desconocidos. Tampoco es justa esa acusación. A la inmensa mayoría de los hombres les horroriza el asesinato de Laura y de otras muchas Lauras anteriores tanto como nos horroriza a las mujeres. El culpable confeso de su muerte tiene nombre, Bernardo Montoya, y a él hay que castigarle por el delito. Hacer una causa general contra los hombres cada vez que es asesinada una mujer es errar el tiro. Esto no es una guerra de las mujeres contra los hombres, sino de mujeres y hombres, juntos, contra depredadores asesinos como el que acabó con Laura.

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