En las últimas semanas del 2021, varios periodistas fuimos convocados a escribir sobre lo que imaginábamos que iba a ser el 2022. Por supuesto, repasando ... lo escrito, nadie acertó: ni rastro de Ucrania (¿Por qué ucraniano no ha sido la palabra del año, en lugar de inteligencia artificial, que no llega tanto a nuestras vidas, o sí, pero no nos damos cuenta?), ni anticipación alguna de todas sus consecuencias para la economía, aunque uno, John Müller, sí habló de Putin y el gas; y lo mismo cabe decir de lo inesperado del 2020 y la covid si se hubiera hecho el mismo ejercicio. En fin, que los pronósticos para cualquier nuevo año están siempre destinados a fallar, pero hay algo que 2023 traerá seguro: elecciones. Al fin hemos llegado al 1 de enero de un año en que seremos convocados a las urnas, y varias veces.
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Es oficial que las campañas electorales cada vez empiezan antes y desde el ecuador de cada legislatura ya se habla de precampaña. Todo se anticipa, como los turrones en los supermercados, y por eso nos puede parecer que llegamos cansados de mensajes a este trance de estreno del año nuevo, y que no hay en la práctica tanto cambio. Lo habrá. Acabaremos fatigados, pero si la democracia consiste en no preocuparse si el timbre de casa suena temprano, que ya dijo Churchill que siempre es el lechero, veamos la parte positiva y pensemos que también es buena esta rutina de tener la certeza de que, entre tantas cosas imprevistas que se sucederán durante los próximos 12 meses, habrá una para la que ya nos podemos ir preparando: elegir a nuestros gobernantes. Y no solo es buena, que me quedo corto hablando de algo que no pudieron hacer muchos de nuestros antepasados, es la base de nuestra sociedad.
En 2023 habrá otra cosa que se repetirá mucho: hablar de Picasso, de cuya ausencia se cumplen 50 años. En 'Al diablo con Picasso y otros ensayos', Paul Johnson lamentaba que el mercado del arte no se orientara por la calidad, sino por la rareza y la moda. Quiero decir que, efectivamente, resulta un gran invento tener la seguridad de que podremos elegir a nuestros representantes, pero que otra cosa es que cómo lo hagamos y a quién, si observamos calidad, o media calidad o escasa calidad en sus dotes y en lo que nos proponen.
No es nada nuevo decir que el discurso político general se ha ido empobreciendo y que, además, con el ciudadano acostumbrado cada vez más a prestar atención solo al impacto inmediato, las estrategias políticas tienden a primar frases que son tuits, ideas que son eslóganes, sin necesidad de construir mucho más allá. Lo cual tiene el otro efecto pernicioso: la polarización, y con ella la mayor crispación, porque no hay tiempo ni espacio para los matices ni para la búsqueda de zonas grises.
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Me temo que el año que hoy recién estrenamos no avanzará en dirección contraria a esta tendencia, y que los niveles de polarización irán si cabe en aumento con las elecciones ahí a la vuelta, pero confiemos en que la sociedad en general, normalmente menos tensa de lo que se ve en los telediarios, haga una buena digestión de todo ello y que esa crispación política de la que el Congreso es cada vez mayor exponente (en Extremadura bastante menos, eso es lo cierto) no se traslade con la misma intensidad a la calle ni a los ámbitos cotidianos. Y a partir de ahí, que ustedes voten en paz en 2023.
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