El «activismo» empresarial del presidente y el modelo económico de Extremadura
José Julián Barriga Bravo
Jueves, 20 de octubre 2022, 07:49
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José Julián Barriga Bravo
Jueves, 20 de octubre 2022, 07:49
Creo que tiene razón el presidente Vara cuando afirma que Extremadura vive un momento crucial de su historia en materia de desarrollo empresarial. Pero creo que se equivoca cuando apela al instante «inaugural» de una nueva era en la historia de Extremadura, y, sobre todo, ... yerra cuando se esfuerza en recriminar las escasas críticas que se expresan pidiéndole alguna prudencia en sus evidentes excesos proféticos sobre el progreso económico. Algo muy parecido le sucedió también al presidente José Antonio Monago cuando se abonó igualmente a la doctrina del «instante inaugural» que le vendió el mago Iván Redondo. Se trataba de inocular en la opinión pública la convicción de que, a partir de entonces, los extremeños conocerían una época dorada. De todos modos, la conversión del presidente Vara a una nueva concepción estratégica del desarrollo de la región, basada en la industrialización y en el emprendimiento empresarial, es una novedad notable en evidente contraste con etapas anteriores en las que se confiaba en políticas asistencialistas como recurso de progreso y que han demostrado su fracaso.
Cuando hablo de la conversión del presidente Fernández Vara hacia planteamientos claramente empresariales me baso, aparte de la evidencia de sus declaraciones, en la reiteración de una confesión que le honra: aquella en la que reconoce que durante su primer mandato en el gobierno apenas tenía conocimiento de lo que eran las empresas, y que, durante el tiempo que estuvo en la oposición, hizo un curso de alta dirección para paliar su anterior ignorancia. Una afirmación pareja a esa otra opinión que le hemos escuchado de que en Extremadura hay poca sociedad y demasiada Junta.
Desde que la Unión Europea puso en marcha el proceso de los Fondos de Recuperación, el presidente Vara enarboló la bandera del «instante inaugural» olvidándose que Extremadura ya vivió recientemente otro momento histórico aún más importante que el que él apadrina. Fueron los años del ‘boom’ de los fondos europeos, cuando el cuerno de la abundancia se derramó tan abundantemente sobre esta tierra, anclada todavía en la economía agraria, que desbordó sus escasas capacidades de gestión. No digo que Extremadura no los aprovechara. Tanto los aprovechó que cambió incluso su fisonomía física: calles asfaltadas, plazas urbanizadas, carreteras, caminos, casas de cultura, polideportivos, cohetería variada, etc. Lo que nació para crear estructuras de producción y desarrollo, en Extremadura –también en otras comunidades– se convirtió en un abigarrado sistema de subvenciones hasta el punto de generar una cultura de dependencia de todo orden, también en el orden político, que ha causado evidentes estragos.
Existen pueblos y comarcas en Extremadura que probablemente encabecen todos los rankings de bienestar social de España. Sus ciudadanos tienen libre acceso a servicios sociales y culturales superiores a muchos estándares urbanos. Disponen de servicios sanitarios, asistenciales y educativos de primer grado, superiores a la que gozan en la mayoría de las ciudades. Los jóvenes cuentan con polideportivos, escuelas de música e idiomas, gimnasios, guarderías, redes de dependencia para mayores, pero son pueblos y comarcas que se despueblan sistemáticamente. ¿A qué se debe esta disfuncionalidad? Sencillo y demoledor: no hay trabajo, aunque haya mucho empleo compasivo. Los fundamentalistas liberales dirán que probablemente a causa de ello. Y en parte tienen razón; las políticas asistencialistas han provocado efectos perniciosos.
Afortunadamente ahora todo es distinto. Existen, en mi opinión, dos razones importantes en las que fundamentar la convicción de que los fondos europeos de «segunda generación» pueden al fin provocar un cambio sustancial en la historia económica de Extremadura. La primera es que los Fondos Europeos de Recuperación están vinculados a proyectos empresariales e industriales reales y competitivos, no a políticas asistenciales. Y cuando hablo de políticas asistenciales, debo mostrar, no solo el respeto, sino la profunda convicción de que la sanidad, la educación y los servicios sociales básicos son prioridades absolutas en toda sociedad organizada. Pero reitero que las «políticas asistencialistas» desligadas del desarrollo económico no producen ni bienestar ni riqueza.
La segunda razón que, creo, avala el «momento histórico» de Extremadura es tanto más significativa. Es la complicidad de las autoridades extremeñas con el empresariado, que son los que crean riqueza y trabajo. Este sí que es un cambio estratégico notable emprendido por el presidente Fernández Vara, convertido, de la noche a la mañana, en un ‘activista’ empresarial. Pero como todo ‘converso’, está imbuido de un sentimiento fundamentalista y fundacional: la convicción de que con ellos se inaugura una nueva era, que «Extremadura liderará la revolución verde y digital en el XXI», los que proclaman que «hoy empieza un nuevo tiempo para esta región». Olvida que el anuncio prematuro e impulsivo de los emprendimientos empresariales le jugó en tiempos recientes alguna mala pasada, y que en política no se deben cobrar letras por anticipado. Y tampoco debiera ignorar, para atemperar su entusiasmo, la debilidad de los equipos gestores con los que cuenta la región.
Pero haríamos mal los extremeños en no colaborar con las instituciones extremeñas facilitando en lo posible el cumplimiento de las expectativas ciertas que se abren en el desarrollo empresarial. Y pienso que la sociedad civil, aunque tan escasa y vulnerable como es, debiera responder a la demanda del presidente con exigencia profesional y autocritica. Si en la «primera generación» de los fondos europeos la sociedad extremeña se hubiera manifestado con sentido y espíritu crítico hoy estaríamos hablando de forma diferente.
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