Va el pobre Arévalo (perdón por haberme reído alguna vez con sus chistes, tan mal vistos hoy) y se muere a los setenta y seis, ... justo por las mismas fechas en que acaba de ser padre su 'gemelo', o sea Bertín. Sí, ya sé que Bertín es un poquito más joven, pero a su edad el único que puede permitirse el lujo de ser padre es Mick Jagger, que lo fue siendo ya bisabuelo. O bien Andrés Segovia, el gran concertista de guitarra, que lo fuera a los noventa. (Busquen, busquen en las hemerotecas.) Bertín es muy famoso, además de muy alto y muy guapo, pero su fama no llega a la del vocalista (así se decía antaño) de los Rolling, perdón, perdón, quise decir los Stones, que es como los llaman los que van de modernos, mayormente los de la radio, esas criaturas tan ridículas.
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Lo cual que ha dicho Bertín, cabreado que está como un tigre viejo, que no piensa ejercer de padre. Pues claro. Es que esas edades no son para ejercer de padre, sino de abuelo, como poco. Yo no soy quién para meterme en la vida de nadie, pero ya me dirán ustedes a qué niño le gusta tener un padre de semejante edad, y más si el del compañero de pupitre tiene menos de treinta.
Yo no sé cómo me meto en estos berenjenales. La vez anterior que escribí sobre el particular, me dieron por todos lados. Y eso que hablé de mi familia: «Tú no sabes lo que es criarse con unos padres mayores», me dijo mi hermano el chico, doce años menor que yo. «Hombre, hermano: que madre aún no había cumplido los treinta y seis cuando naciste». «Sí, pero cuando quise tener uso de razón ella ya tenía cuarenta y seis», me contestó. El problema no era ser criado por padres ya mayorcitos, sino que casi todos sus amigos tenían padres jóvenes. Por todos lados me dieron, ya digo. Menos mal que salió en mi defensa un profesor de la UEx: «Tienes razón Agapito: a un niño no se le puede ir con razones socio-culturales. Si la madre tiene veinte años, ve una cara de veinte años, y si tiene cuarenta, ve una cara de cuarenta». En fin.
Que lo que yo quería decirles es que no me cabe en la cabeza lo de Bertín. Que diga públicamente que no piensa ejercer de padre, si las pruebas de ADN demuestran que el niño de Gabriela es su hijo, claro. Un niño merece todo el cariño del mundo, incluido el de su padre, aunque este esté frisando los setenta. Abundando en el asunto, es de todo punto incomprensible, inconcebible, insultante, que, una vez nacida la nietecita de Ana Obregón, una ministra analfabeta calificase de «violencia contra las mujeres» la gestación subrogada. Qué dirá esa niña en su día.
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A no mucho tardar, habrá niños gestados por placentas artificiales, niños que tendrán, claro es, los mismos derechos que los paridos por mujer. Al tiempo, señora exministra.
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